A comienzos del siglo XX, las enfermedades mortales eran una amenaza constante para los niños y muchos no lograron sanarse.
El Preventorio San José de la Cruz Roja de la desolada y tranquila localidad del Cajón del Maipo llegó a acoger a más de 300 niños, la mayoría de ellos aquejados por tuberculosis y cólera, enfermedades letales en aquella época.
La ubicación remota del lugar ofrecía un aparente escape del bullicio urbano, pero, al mismo tiempo, sumía a los menores en una angustiante soledad, enfrentando una muerte que, en muchos casos, llegaba sin previo aviso.
Al ser un centro de alta mortalidad, los niños más graves eran apartados de los demás sin que ellos lo supieran. Se les trasladaba a través de los vastos prados, llegando hasta un puente que cruzaba el Río Maipo, separando a los enfermos terminales de los que aún tenían algo de esperanza.
Desde los ventanales del edificio principal, los demás pequeños observaban el paso de sus compañeros, que rara vez regresaban. Era una imagen que quedaba grabada en sus memorias, como un oscuro presagio de lo inevitable.

Voces de un trágico pasado
El Preventorio cerró sus puertas años más tarde, pero la historia de sufrimiento no se disipó.
Con el paso del tiempo, las ruinas del lugar se convirtieron en un imán para los curiosos, quienes se aventuraban a recorrer las malezas que cubrían lo que alguna vez fue un hospital.
Buscaban rastros de lo paranormal, pero lo que encontraban era algo mucho más profundo: el eco persistente del sufrimiento de aquellos niños.
Los gritos de auxilio parecían resonar con fuerza en el salón principal y en la morgue, lugares donde la temperatura descendía abruptamente sin explicación aparente.
Sin embargo, lo que más llamaba la atención eran las inquietantes imágenes registradas por quienes se aventuraban a tomar fotos. En algunas de ellas, se podían distinguir siluetas vagamente definidas de niños con las antiguas túnicas del lugar, cuyos rostros, difusos y sombríos, capturaban la mirada de los visitantes.

Leyendas del edificio
Una de las más conocidas es la de Simón, un niño cuya alma parece no haber encontrado descanso. Se han realizado diversas sesiones de espiritismo con la esperanza de entender su presencia en el lugar, pero su único mensaje es una petición de paz: “déjenme tranquilo”.
Los trabajadores del ahora museo, que se ha convertido en una parada obligada para quienes recorren el Cajón del Maipo, aseguran que los espíritus que todavía rondan el edificio no lo hacen para sembrar el terror, sino para pedir ayuda, como si aún buscaran consuelo para las heridas que nunca sanaron.
En 2016, el Preventorio fue sometido a una profunda remodelación y las áreas restauradas ofrecen un vistazo al pasado.
Las secciones que se dejaron intactas conservan una atmósfera que transporta a los visitantes a la década de 1930, envolviendo al lugar con una sensación de dolor palpable. En esos rincones, el lamento de los niños parece persistir, recordando que la paz, para muchos de ellos, nunca llegó.
