La elección entre manteca de cerdo y aceite para cocinar ha sido motivo de debate durante años. Ambos son ingredientes básicos en muchas cocinas alrededor del mundo y se utilizan para preparar platos tradicionales como la malaya o frituras que forman parte de celebraciones familiares. Sin embargo, las recomendaciones de salud de organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) han puesto este tema bajo la lupa. ¿Cuál es la opción más saludable según la ciencia?
Al preparar un costillar de cerdo o cualquier receta que requiera grasas para freír o asar, es común preguntarse si la manteca de cerdo, con su origen animal, o el aceite, más asociado a opciones vegetales, es la mejor alternativa para cuidar la salud sin sacrificar el sabor. Ambos tienen propiedades que vale la pena analizar para tomar una decisión informada.
Manteca de cerdo: ¿tradición o riesgo?
La manteca de cerdo ha sido un ingrediente fundamental en la cocina tradicional por generaciones, especialmente en países donde el cerdo es una de las principales fuentes de proteína. Es apreciada por su sabor único y su capacidad de aportar una textura crujiente a los alimentos. Sin embargo, desde el punto de vista nutricional, la manteca de cerdo contiene altos niveles de grasas saturadas, las cuales están asociadas con un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, según la OMS.
Aunque la manteca de cerdo también aporta vitamina D y no contiene grasas trans, que son más dañinas, su consumo debe ser moderado. El exceso de grasas saturadas puede elevar los niveles de colesterol LDL, conocido como “colesterol malo”, aumentando el riesgo de arteriosclerosis y otros problemas de salud.
Aceite: una opción más variada
Por otro lado, los aceites vegetales, como el de oliva, girasol o canola, se consideran opciones más saludables en general, especialmente cuando se eligen variedades prensadas en frío o extra virgen. Según la OMS, las grasas insaturadas presentes en estos aceites ayudan a reducir los niveles de colesterol malo y pueden disminuir el riesgo de enfermedades cardíacas.
Sin embargo, no todos los aceites son iguales. El aceite de palma, por ejemplo, contiene una cantidad significativa de grasas saturadas, lo que lo hace menos recomendable. Además, el proceso de refinado de algunos aceites puede generar compuestos dañinos cuando se exponen a altas temperaturas, lo que los convierte en una opción menos saludable para freír.
La OMS recomienda priorizar el consumo de grasas insaturadas, presentes en aceites vegetales como el de oliva y el de canola, en lugar de grasas saturadas como las de la manteca de cerdo. Esto no significa que debamos eliminar por completo las grasas saturadas, pero sí limitarlas a menos del 10% de las calorías diarias totales.
Para cocinar alimentos como la malaya o el costillar de cerdo, una opción equilibrada podría ser combinar técnicas de cocción más saludables, como el horneado o el uso de aceites con un alto punto de humo, como el de girasol alto oleico, que soportan altas temperaturas sin descomponerse.
El factor del sabor y la tradición
Más allá de la salud, el sabor juega un papel importante en la elección entre manteca y aceite. La manteca de cerdo aporta un sabor distintivo que es difícil de replicar con aceites vegetales, lo que la convierte en una opción preferida para ciertos platos tradicionales. Sin embargo, es posible lograr un equilibrio al reservar la manteca para ocasiones especiales y optar por aceites vegetales en la cocina diaria.
La respuesta depende de varios factores, incluyendo las necesidades de salud individuales, el tipo de preparación y la cantidad utilizada. Si bien la manteca de cerdo puede ser una opción ocasional para disfrutar de platos tradicionales, el aceite vegetal, especialmente el de oliva o canola, es la alternativa más recomendada para el consumo diario.
Optar por grasas más saludables y moderar el uso de grasas saturadas no sólo puede reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares, sino que también permite disfrutar de una dieta equilibrada sin sacrificar el placer de la buena comida. Al final, la clave está en el equilibrio y en adoptar prácticas culinarias que beneficien tanto al paladar como al bienestar general.