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Hace 10 años que Julio Veas vive en un pueblo de Chiloé y nunca había visto al gato silvestre más pequeño de América. Su primer encuentro, que fue en su gallinero, partió con una sensación de “rabia y pérdida” tras la cacería de sus aves, pero al rato lo aceptó: “Es parte de la naturaleza”, declara. Después se preocupó cuando algunos de sus vecinos le contaron que, a modo de represalia, habían matado a individuos de esta vulnerable especie. Aun con la “negativa carga cultural” que arrastra este felino, los expertos dicen que está “mucho más afectado por cómo estamos modificando el paisaje”.