Se trata de un mecanismo que se diferencia considerablemente del sistema que predomina hoy en la mayor parte del mundo.
En la actualidad, es habitual que numerosos países adelanten o retrasen una hora de sus relojes en ciertas épocas del año. Esto, con el objetivo de que los habitantes puedan tener tardes más largas en el verano y mañanas de invierno con mayor luz.
Sin embargo, este método no siempre fue ocupado. Durante el periodo del Imperio Romano, se utilizaba otro mecanismo para tener un control del tiempo.
Para ponerlo en práctica dividían cada día en 24 unidades, al igual que como lo hacemos hoy.
No obstante, no tenían la misma duración durante todo el año, cómo nosotros que tenemos 24 horas por jornada.
El antiguo método de los romanos
A lo largo de todo el año, los romanos dividían las horas de luz en 12, lo que se traducía en que, en el verano, una hora ocupara 75 minutos durante el día.
Por otro lado, solo duraban 45 minutos durante la noche en la misma estación, según explicaron expertos a la BBC.
Junto con ello, cuando la luz del día se volvía más escasa en el invierno, esta tendencia se invertía y, durante el día, una hora estaba compuesta por 45 minutos.
El académico de estudios clásicos de la Universidad de Pensilvania, James Ker, aseguró al citado medio que “luego, gradualmente, entre el solsticio de verano y el solsticio de invierno, la duración de esas horas cambiaría día a día, solo un poco cada día”.
De esta manera, en el equinoccio una hora significaba un tiempo de 60 minutos, misma cantidad que consideramos hoy.
El objetivo de implementar este mecanismo era que se pudiese aprovechar al máximo el día.
“Por eso, el concepto de hora para los romanos varía según la época del año. Incluso algo tan fundamental como el cronometraje era para ellos bastante diferente de la forma en que lo conceptualizamos ahora”, declaró a la BBC el especialista de la Universidad de Cambridge, Alessandro Launaro.
Cómo hacían la medición y cuáles eran las complicaciones de su sistema
A diferencia de la actualidad, en donde la mayoría de las personas revisan la hora en un reloj de muñeca o en el de un teléfono celular, los antiguos romanos no contaban con esos aparatos. Más bien, utilizaban otra tecnología.
Para estar al tanto del tiempo que transcurría, utilizaban relojes de sol que figuraban en múltiples áreas.
El historiador y académico de ciencias exactas de la antigüedad de la Universidad de Nueva York, Alexander Jones, precisó a la BBC que “estaban en todas partes, en espacios privados, jardines y lugares públicos”.
Según él, “a cualquier lugar al que fueras (en el mundo romano), particularmente en la época del Imperio Romano, te los encontrarías”.
“Ahora hacemos citas para un cuarto de hora después de la hora, algo así; eso no sucedía en la antigüedad. Una cita la hacías para una hora concreta. Eso era lo más preciso que se podía ser”, agregó Jones.
De la misma manera, Ker dio el ejemplo de un poeta romano que anticipaba que su libro podía leerse en solo una hora. Pero no era cualquier hora, sino que una hora de invierno, que podía durar 45 minutos.
En palabras del experto de la Universidad de Pensilvania, en esa época “había una manera de hablar de las horas que captaba su elasticidad”.
Pese a que dicho sistema predominó, este también traía algunas complicaciones, tales como que con los días más largos de verano las noches se hacían más cortas.
En este sentido, los expertos explicaron que en dicha estación un día duraba 900 minutos, mientras que una noche apenas 540.
Aquello se traduce en que, en ese caso, solo tenían el equivalente a nueve horas actuales para comer, socializar y dormir.
Frente a esta situación, el emperador Marco Aurelio optó por ordenar a los miembros de su corte que descansaran más tiempo, para que así no se vieran afectados por la medición.
“Durante el verano, en lugar de esperar hasta el atardecer para dejar ir a sus asistentes (como era típico), se iba, creo, alrededor de la décima hora del día. Lo que esto significaba es que tenían tiempo suficiente para volver a casa, tal vez hacer ejercicio, quizás cenar y luego dormir ocho horas”, explicó Ker al citado medio.
Y a esto se le sumaba que —como los relojes de arena dejaban de funcionar tras el atardecer— debían utilizar relojes de agua en las noches. No obstante, estos eran menos comunes que los de sol, ya que eran más costosos y exclusivos.
“Lo realmente increíble es que hicieron relojes de agua que fueran ajustables, de modo que también pudieran registrar horas que variaban según las estaciones”, añadió Ker.
Aún así, los especialistas explicaron que los únicos que habrían cumplido con la duración contemporánea de 60 minutos en una hora eran los médicos y astrónomos, debido a que se desempeñaban en áreas que requerían mayor precisión.
Por eso, estos últimos utilizaban la hora equinoccial.