Detrás del primer tatuaje: del dolor al fin de los prejuicios, cuatro apuntes antes de rayarte la piel

Imagen referencial.
Imagen referencial.

Hasta hace no mucho, los tatuajes eran asociados a violentos o marginales. Habrá excepciones, pero el tatuaje transitó hasta ser considerado una forma válida de expresión corporal, tanto, que el mismo Presidente de Chile lleva varios dibujos en su piel. Aquí, un mix de datos y relatos para adherirse sin problemas a este fascinante mundo.

UNO

Hay algo en tatuarse que evoca a la ya tradicional epilady, máquina depiladora que emplean las mujeres para combatir esencialmente el vello de brazos y piernas. Lo piensa Camila, una periodista de 32 años que luce cuatro tatuajes, y unos días antes, a Paulo Vargas (37, tatuador independiente) alguna clienta suya también le trazó esa delgada línea. “Pinchazos chiquititos que causan dolor”, describe la sensación Camila para quienes no han necesitado o no han querido depilarse el vello de brazos y piernas. “Pero es soportable”, suaviza al cierre. De cualquier modo, lo que cuenta ella quedará sujeto al tamaño del tatuaje, el sitio, la técnica, el tiempo o incluso la mano del profesional. No fue lo mismo un detalle (una mariposa apaleada por el paso del tiempo) localizado detrás de una oreja que un trébol de cuatro hojas grabado sobre su costilla derecha.

“Ningún tatuaje es igual a otro”, resume Vargas, que se inició en esto hace una década cansado de trabajar apatronado. Desde entonces, la pregunta que más le hicieron y le siguen haciendo se relaciona al dolor. El mapa del dolor. Dónde duele más o menos un tatuaje. La posibilidad de sufrir poco, ojalá nada. “Hay zonas que se sabe que son más sensibles; ahora, ¿cuánto va a doler? Eso es súper relativo”. Paulo ofrece el siguiente ejemplo: “Estamos de acuerdo que una costilla es muy dolorosa, pero si yo te hago un tatuaje de veinte minutos con una línea fina, te va a doler mucho menos que si te haces un tatuaje de cinco horas y a color”. Dirá después que, en rigor, lo más relevante es la tolerancia de cada quien.

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Paulo Vargas se hizo tatuador hace exactamente una década. Desde entonces ha pasado por cuatro estudios.

En mi caso, que he experimentado el dolor de unas quince sesiones, al ojo sobre cincuenta horas, no necesité más prueba científica que rayar mis brazos y la rodilla derecha. Y es cierto: ningún tatuaje es igual a otro. Acaso sea porque, dicen, tengo el umbral de dolor alto o por la excitación de explorar lo prohibido (mis viejos impidieron que me tatuara hasta mi independización), mis primeros tatuajes en los brazos fueron sorpresivamente llevaderos. En ningún momento los sentí como una tortura, que debiera parar o hasta cancelar la sesión según sugería mi ansiedad. Pero la rodilla fue otra historia. Futbolista frustrado, se me ocurre que lo que padecí cada vez que la aguja se arrastraba por mi rodilla y sus contornos es muy parecido, de seguro peor, a sacarse una capa de piel de una barrida y luego someterse al espantoso roce de la calceta. Y más tarde al de un pantalón, agua fría, caliente o cualquier cosa. Había escuchado rumores, pero temo que no le hacen justicia a esa agonía.

Por todo lo anterior cuesta generalizar, pero de todos modos Esteban Donoso (27 años, en búsqueda de estudio) aclara: “Las zonas que más duelen son aquellas en las cuales hay mayor cantidad de terminaciones nerviosas y menor cantidad de tejido muscular”, es decir, “el torso es una zona sensible y dolorosa, las zonas donde se flectan las extremidades también”.

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"Comencé a tatuar porque siempre me ha gustado el dibujo, desde pequeño que lo hago y lo disfruto mucho", admite Esteban. Aquí, tres personajes emblemáticos de anime.

Dedicado a estampar personajes de animé en la piel de los otros, su novel clientela (en especial los primerizos) suele pedirle consejo a Esteban. Por ejemplo, dónde tatuarse la primera vez. Cuando eso sucede, él insiste en que “para aquellos con umbrales bajos de dolor, es recomendable el antebrazo o la parte externa del brazo”. La idea es evitar sectores de “poco tejido muscular” como muñecas, codo, fosa cubital o axila.

“El antebrazo es una de las zonas más piolas para empezar”, corrobora Paulo.

DOS

Un tatuaje se podría catalogar como un procedimiento quirúrgico menor, un proceso ambulatorio. Porque, literalmente, lo que nosotros hacemos es sacar tu primera capa de la piel, la removemos. Por eso duele. El tatuaje queda en la segunda capa de la piel. Ése es el dolor que tú sientes en todo momento, porque tu piel está saliendo, y eso, técnicamente, es una herida. Por eso sangra, se cura, y por eso es que también tienes que cuidarlo como a una herida”. Lo que sintetiza con carácter instructivo Paulo Vargas permite despejar ciertas dudas. Sin embargo, aún quedan asuntos sustanciales por resolver.

Decía el poeta peruano César Vallejo que toda herida tiene su remedio, y en el caso de un tatuaje —a propósito, pero herida al fin y al cabo—, una apropiada higiene y la aplicación de cremas dedicadas permitirán no sólo mitigar las molestias sino acelerar el cicatrizado. ¿Se puede paliar el dolor en pleno proceso?

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El usuario de Instagram de Paulo es @paulocesartatuajes. Allí lo pueden contactar para agendar.

En mayo, Diana —analista de procesos, 29 años— se arrojó a la idea de retocar un tatuaje viejo, gastado. Más que retocar, cubrirlo por completo. Pero tenía un gran problema: que el tatuaje recorría su pecho, de una clavícula a la otra. Una zona de las más delicadas. Un ardor que no quería volver a experimentar. Encima, el nuevo diseño abarcaba un área mucho mayor. Entonces buscó alternativas y un día hablando con la Nico, su tatuadora, se enteró de la existencia de una crema extraordinaria, acaso mágica, que por un valor agregado de diez mil pesos al total le garantizaba unas cuantas horas de alivio incluso mientras la aguja rasgaba de nuevo su piel. Sonaba hermoso. Tktx se llama el ungüento anestésico con base en lidocaína. Tras cerciorarse de que no sufriría alguna reacción alérgica, aceptó la propuesta.

Las instrucciones le ordenaban: 1) Lavar el área del procedimiento, 2) Cubrir con una toalla caliente unos cinco minutos, 3) Aplicar una cantidad espesa de la crema y frotar, 4) Repetir el tercer paso y 5) Envolverse en papel film o alusa para mantener el calor. Todo esto una hora antes de comenzar el tattoo. Ella, además de la alusa, se abrigó con dos o tres prendas y volvió a frotarse para generar mayor temperatura. Al cabo de una hora ya no sentía nada. A modo de prueba, su tatuadora pellizcó la zona y no, definitivamente no sentía nada. Con las puertas del miedo cerradas, podían comenzar.

Éste es su testimonio: “El efecto que provoca es de un adormecimiento, el cual, al menos en mi caso, tuvo una duración de una hora aprox. La cremita señala que la duración puede ser de más de dos horas, pero en mi caso no fue así. Yo creo que igual influye porque es un tatuaje muy grande; para los tatuajes pequeños me imagino que la crema debe funcionar de manera espectacular. Porque dentro de mi hora de efecto fue mágica. Al momento de hacer la primera línea, el primer trazo, no se sintió nada. Lo único era una vibración en la piel, pero nada de dolor. Nada”.

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Las especialidades de Paulo son el 'black and grey' y la línea fina.

Pero ¿qué pasa después? En estos casos, hay algo de disciplina, masoquismo, de someterse, no rendirse. “Sólo te queda el aguante”, abrevia Diana. “Eso es lo especial de cada tatuaje, creo. Cada sesión te recuerda si tuviste que aguantar o no, si pudiste hacerlo y, al final del día, vas a volver por otro. Es lo que le pasa a todos”.

“Están súper en boga las cremas anestésicas”, concede Vargas, “mucha gente las está ocupando. ¿Cuán efectivas sean? No lo sé. Yo, por ejemplo, nunca las he ocupado, pero sí las he aplicado en algunos clientes, al final es decisión de ellos. Y hay gente a la que le ha servido más, gente a la que menos. Hay gente que siguió sintiendo el mismo dolor. Entonces es relativo. Pero podríamos decir que ahora hay opciones para poder paliar el dolor”.

TRES

El codo derecho apoyado sobre un antiguo mesón de madera, los ojos verdes que no pierden de vista a la lente, la barba canosa y prolija, una sonrisa que se asoma tímida. Una musculosa negra, de domingo veraniego, que marida con la pose que exuda confianza. Es, en suma, un retrato que bajo los actuales parámetros estéticos pide al menos Instagram y con un poco de atrevimiento, por qué no, podría llegar a funcionar en apps como Tinder o Bumblee para rascar algún match. Eso, de no ser porque Sebastián Sichel —expresidente del Banco Estado, exministro de Desarrollo Social y Familia, entonces precandidato independiente por Chile Vamos— es el protagonista. O, en la práctica, su brazo. Imagen central de un artículo de Las Últimas Noticias de enero del 2021 donde Sichel explica con lujo de detalles sus tres tatuajes, cuándo y por qué se los hizo. Un koi fish —el de la foto— que cubre del hombro hasta la parte exterior del brazo derecho y que “representa la resistencia y perseverancia”, una trucha en el antebrazo derecho para honrar a su padre y una loica, “que viene saliendo de la oscuridad”, debajo del codo. La publicación le costó una colección de críticas (y un hilo de memes en Twitter), entre otras cosas, por el solo hecho de portar tatuajes.

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El koi fish de Sichel, uno de sus tres tattoos. Retrato hecho por Sergio Collao para LUN (enero, 2021).

Piedrazos virtuales que hace no mucho también hicieron pasar un mal rato a la periodista de Mega Francisca Gómez. “¿Quién es esta ordinaria? ¿Creerá que se ve bien con tanto tatuaje?”, preguntó desbordante de rabia la usuaria @CaritOROIII, oculta como en la mayoría de estos casos detrás de una foto que no es suya. La segunda respuesta dice “Nunca verás un Mercedes Benz, un Porsche o un Ferrari con calcomanías”. La anteúltima la acusa de “octubrista”. La quinta dice que “los tatuajes son gusto de rotos, ordinarios”. Son setenta réplicas en total, algunas todavía más dañinas. En dos o tres arroban a Nayib Bukele.

Gómez intentó recuperar el centro del ring: “Hola, soy Fran. 35 años, madre hace 7, periodista hace 10, premiada recientemente por la universidad jesuita donde estudié. Hija de padres profesionales (aún casados por si le importa, Carito). Sí, encuentro que me veo bien y no, no me importa la opinión del resto”, atendió ambas consultas.

Estas performances de las redes, según Vicente Llantén, psicólogo de la Universidad de Valparaíso, se explican porque “Chile aún mira con demasiada perspectiva de tradición ciertos cargos que tienen que ver con situaciones que son más asociadas a algo formal”. Entre otros, un abogado o un médico, alguna persona que salga en televisión. “Como sociedad, pensamos que son personas que tienen que tender a lo formal”, de modo que “el tatuaje termina siendo algo que irrumpe en esa dinámica”.

El problema, continúa Llantén, es que “la formalidad no necesariamente es algo que tenga que ver con la imagen, sino con el contenido de lo que se dice y lo que se habla, de la figura que se representa”. Luego destacará que “los tatuajes, la forma de vestir o el color de pelo no determina la labor que vamos a desempeñar, ni la formalidad o la seriedad que se pueda tener respecto a una temática”.

Objeto de discusión o no, hacerse un tatuaje se ha convertido una práctica poco menos que común en el mundo. Visto como un mecanismo de identidad, se estima que hasta un 32% de la población estadounidense está tatuada. En Europa lo mismo corre para una cuarta parte de los adultos de entre 18 a 35 años. Y en Chile, un microestudio de GfK Adimark (octubre, 2017) determinó que dos de cada diez personas mayores de 15 años presentan al menos un tatuaje en la piel. En el segmento que los agrupa de 25 a 34 años el porcentaje escala a un 38%. No es descabellado pensar que en estos casi siete años esas cifras deben haber aumentado.

Los resultados de la encuesta, por otro lado, midieron que aquí apenas una de cada diez personas percibe negativamente a alguien por estar tatuado. En su mayoría, adultos mayores de entre 65 y 74 años son quienes más se resisten a la idea. Las redes son un mundo aparte.

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Conclusiones de la encuesta realizada en 2017. El prejuicio de los tatuajes cotiza a la baja.

Entregado actualmente al ámbito educacional, Llantén trae más datos a la mesa: “También veo que los adolescentes, incluso siendo menores de dieciocho años, tienen tatuajes y son autorizados por sus padres. Los padres de estos niños también están tatuados y desde ahí se empieza a desmitificar el hecho de que el tatuaje va a significar que sea una persona tendiente a la marginalidad o una persona que va a carecer de respeto o formalidad”. Los ejemplos del presidente Boric —cuatro bocetos dedicados a la región de Magallanes— o Sebastián Sichel refuerzan esto. “Si esa persona pasó por situaciones que la marcaron y quiere representarlas a través de un tatuaje”, dice el psicólogo, “no tiene nada que ver con que no pueda ocupar un cargo o no pueda establecerse en un espacio de votación popular, en un espacio más serio o formal”.

En una entrevista con La Cuarta en plena carrera por La Moneda, Sichel apostó: “Si después de ser presidente me hiciera un tatuaje, me gustaría que dijera ‘Dio todo lo que tenía que dar’”.

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Uno de los cuatro tatuajes que presenta el presidente Gabriel Boric en homenaje a su tierra. Foto: AP/Matías Delacroix.

CUATRO

El siguiente diálogo que propone Paulo Vargas no es real —es, en realidad, una suposición—, pero perfectamente pudo o puede serlo:

—Hola (...), me quiero hacer un tatuaje que es muy significativo para mí y tiene que ver con mi hijo. ¿Qué me puedo hacer?

—(...) Pero viejo, yo no sé. No es mi hijo y no sé lo que significa tu hijo para ti. Yo no te puedo interpretar eso.

Y entonces podemos imaginarlo a él o a cualquier otro tatuador incómodo con la tesitura. “¿Cómo voy a saber yo?”, podría ser que se repitan mientras esperan una mano del otro lado, una señal. Algo para acercar posiciones. Es una equivocación en la que incurren a menudo los clientes y que puede echar por tierra una cotización: el cliente debe incluir o como mínimo insinuar alguna referencia. Recién a contar de ese momento, “es una pega entre ambos”. “Distinto es si tú me dices a mi hijo le gusta el fútbol”, rectifica Vargas. “En base a eso podemos trabajar un diseño”.

Ahora los adelantos tecnológicos permiten que el diseño de un tatuaje se reduzca a tomar una fotografía del trozo de piel con un iPad, montar el boceto sobre esa fotografía en algún programa de edición, probar tamaños y direcciones. Hasta hace unos años, todo eso se hacía a mano.

Después, hay algunas recomendaciones previas —”Siempre debes pensar que tu piel será un lienzo, por lo tanto una piel sana es fundamental; cuida tu nutrición, mantente hidratado y usa protector solar”, precisa Esteban Donoso—, nada de otro mundo. Tal vez está el tema de rasurar la zona, pero eso depende de cada tatuador. “A no ser que te vayas a tatuar una pierna completa y seas un cliente muy peludo”, se ríe Vargas, “ahí ven con la pierna depilada porque nos vas a ahorrar tiempo y va a ser mucho más fácil. Pero si te vas a tatuar un antebrazo, entre los implementos sí o sí voy a tener una rasuradora nueva para ocupar”.

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"Me encanta dibujar personajes de anime, sus expresiones lo son todo, cada detalle que se dibuja en sus rostros es importante para captarlos bien", asegura Esteban.

Lo decisivo para celebrar un óptimo resultado, entonces, será el cuidado posterior. Esto es, ni más ni menos que mantener buena higiene para evitar infecciones. “Protégelo del sol y complementa con alguna pomada cicatrizante”, aconseja Donoso. Lo que demore el proceso de recuperación dependerá de cada trabajo, de modo que lo mejor es conversarlo con el tatuador.

Habitualmente el “alguna pomada cicatrizante” irá seguido de “Aquaphor de Eucerin”, producto rotulado “experto para el cuidado de la piel dañada” y, con letras chicas, descrito como una “crema libre de agua” que “genera el ambiente ideal para dar apoyo al proceso de cicatrización de la piel irritada o dañada”. Por sus reseñas en distintos sitios, realmente parece ser la mejor alternativa. Pero con un costo inicial de unos nueve mil pesos para su envase de 55ml., hay quienes prefieren buscar otras opciones.

Es el turno de Malcolm Díaz, de Alma Tattoo Supply, local de insumos para tatuajes ubicado en calle San Antonio —a una cuadra de la Plaza de Armas: “Hay varias cremas de laboratorio, como Aquaphor o Cicaplast, antes se ocupaba Bepanthol. Pero también hay marcas dedicadas a hacer cremas específicamente para el cuidado del tatuaje”, subraya Díaz, que lleva algo más de tres años en este rubro. “Una es Don’t cry y, la más conocida, Vital Tone, que existe desde el 2013 y es el formato que más se llevan los tatuadores para ofrecerle a los clientes”.

“La diferencia es que para las cremas de laboratorio lo central es la reparación de la piel”, añade, “mientras que Vital Tone está pensada en los pigmentos del tatuaje, evitando componentes que interfieran en el cicatrizado correcto. Por ejemplo, Bepanthol ya no se utiliza porque contiene zinc, y en base a eso, los pigmentos del tatuaje se van perdiendo”.

Otros elementos que hacen de Vital Tone o Don’t cry una buena posibilidad es su precio “bastante más accesible” y un formato “más amigable”, que “te sirve para más de un tatuaje”.

En resumidas cuentas, ya sea con Aquaphor, Vital Tone u otro ungüento, éstos deben ser los pasos a seguir:

  • Al abandonar el estudio, llevarás un vendaje. Normalmente, de papel film, alusa o, de otro modo, un parche dérmico. El propósito de esto es proteger el tatuaje de bacterias. El tiempo debes consultarlo con tu tatuador, pero se recomienda mantener un mínimo de 2h y un máximo de 24.
  • Lava tu tatuaje con agua templada o fría y jabón hipoalergénico. Para secarlo, utiliza toalla nova. Aplícala con suaves toquecitos sobre el área.
  • Después de lavarlo, protege la piel con la crema especial que prefieras. La idea es aplicar sólo una capa fina, suficiente para cubrir la piel y mantenerla hidratada. Cada cuánto o por cuánto tiempo, dependerá de cada trabajo, por ende, del tatuador.

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