De un día para otro, el pequeño Tomás Blanch Toledo cumplió su sueño de convertirse en youtuber en tiempo récord, tras una compleja cirugía que le dio un “tiempo extra” a sus días finales. Desde la provincia de Cachapoal, Región de O’Higgins, su familia relata el recorrido de un niño con gran sentido del humor, hábil para discutir, negociante y a veces malgenio. “Si bien su vida fue cortita, nos sentimos muy orgullosos”, cuentan sus padres al diario pop. “No nos habíamos dado cuenta que teníamos acá a un gallo de otro planeta”.
Sofía Blanch Toledo, de 20 años, despertó confundida con una llamada por teléfono. Era la mañana del 7 de abril del 2021. Un amigo suyo estaba al otro lado de la línea y le dijo:
—¡Sofí, tu hermano es viral!
—¿De qué me estai hablando? —le contestó adormilada.
—Es que tu hermano sale en YouTube con muchos memes.
—¿Qué? Pero si el Tomi está durmiendo.
Cortó y se metió a revisar las redes sociales, donde se encontró con memes y distintas páginas hablando sobre la historia de un desconocido niño chileno de solo 11 años: un emergente youtuber, un tal “Tomiii 11″.
*
Entre campos de parras y árboles frutales, junto a un cerro, en las afueras de Quinta de Tilcoco, Región de O’Higgins, la familia Blanch Toledo se instaló en un terreno del sector el 2009, cuando un pequeño Tomás tenía solo dos meses de vida.
“Prácticamente creció acá”, comenta su padre Vicente Blanch al diario pop, sentado en la terraza de madera en su casa, rodeado por un patio con árboles, pastizales e incluso una ancha acequia. “De chiquitito este gallo fue bien avispado”.
Era un pequeño inquieto, andaba dando vueltas por todos lados. De hecho, una vez se cayó por una escalera cuando iba en un andador. “Se sacó la cresta ahí”, recuerda. “No creo que haya sido por eso el tumor”... aunque para eso aún faltaba mucho tiempo.
“Siempre fue adelantado a todo su mundo”, comenta. Pasaba buena parte del día con unos vecinos que eran mayores que él, incluso uno de 27 años. También, si estaba sentado en el computador, estaba con la oreja parada a lo que conversaban los adultos y de repente preguntarles “¿qué pasó?”.
“Y tenía esa cuestión de ser muy perspicaz en la broma desde chiquitito”, relatan en su familia. Como cuando su hermana mayor andaba de mal humor, Tomi opinaba: “Mamá, no te enojes con ella, anda adolescente”.
Quizá esa misma habilidad de tirar tallas astutas fue la que, cuando más chico, le traía problemas con sus compañeros, en el Liceo República de Italia. “Cuando peleaba, como era flacuchento y los otros más maceteados, él les hablaba y los dejaba llorando”, recuerda su madre Carolina Toledo, que más de una vez la llamaron del colegio para decirle que su retoño se había metido en un lío. “No peleaba con combos, sino que sabía los puntos débiles y los dejaba en vergüenza con palabras”, agrega su hermana Sofía.
Pero esos eran episodios aislados de más chico, a sus 7 años. Tenía varios amigos, aunque nunca le interesó jugar a la pelota, siendo que había una cancha de pasto a metros de su casa.
Ya más grande, un día lo invitaron a jugar rugby, aunque él no tenía idea de qué se trataba ese deporte. Cuando volvió a su casa, agotado, dijo: “No, no es para mí”. Así que cuando “nosotros pasábamos por la cancha, él se escondía en el auto porque no quería afrontar que había desertado del rugby”, recuerda Vicente. “Nunca le gustó ese tema”.
Eso sí, en esa misma cancha, “jugábamos a la guerra con pistolas de palito o con agua”. Aunque “siempre con niños mayores, nunca le gustaron los niños más chicos que él”, recalca su mamá.
Además, Tomás “siempre hablaba muy clarito”, usando frases como “estoy agotado”. Y es que “sacaba palabras que los niños no usan mucho; yo creo que por el internet, porque desde chico andaba metido”, cuenta Sofía, su “hermana hippie” —como la llama él en uno de sus videos— que toma agua, evita la comida chatarra y rescata animales.
Desde muy chico era gamer. Participaba en videojuegos como Roblox, Minecraft, Fornite y League of Legends (LOL). Al principio no tenían buen internet en la casa, por lo que se subía a una pequeña moto de cuatro ruedas que tenía e iba a jugar donde unos vecinos, donde también tenían un PlayStation 4.
—Ya, Carolina, comprémosle un Play 4 —propuso su papá.
—¿Cuánto cuesta un Play 4? —preguntó ella.
—Como 400 lucas.
—Ya, comprémosle uno para que no esté molestando a los vecinos.
Ese fue su regaló en la Navidad del 2018, cuando aún no habían detectado el tumor. “Oh, que estaba feliz”, recuerda su hermana. Meses después, Tomás quiso asistir al FestiGame en Espacio Riesco, a inicios de agosto del 2019. “Nosotros a lo más habíamos ido al Rodeo Cachapoal, aquí”, recuerda Vicente. “Fuimos los cuatro a ver las cuestiones, los monos y todo eso. No cachábamos ni una, pero él se peinaba”.
Y cuando se trataba de jugar, “era seco”, comenta Vicente sobre su hijo, quien “siempre me ganaba”. Sin embargo, una vez estaban jugando PlayStation, al icónico juego de lucha Street Fighter, y fue el padre el que ganó y celebró, al fin.
Sin embargo, “después me di cuenta de que estaba jugando con una pura mano, porque la otra ya no la podía mover”.
*
—Mamá, con cien suscriptores estoy bien —le dijo Tomi a su mamá sobre su canal de YouTube— porque mi primo tiene 3 mil y eso es demasiado...
Pero llegó aquella mañana de abril y los números se pusieron a subir a un ritmo vertiginoso, tras la espontánea campaña iniciada en redes sociales para apoyarlo cuando se difundió su historia.
Querían que “Tomiii 11″ —el mismo usuario que hace solo unos días había subido videos agradeciendo sus 10, 24 y 35 suscriptores— cumpliera su sueño de ser youtuber.
Cuando los números se dispararon de golpe, al principio su mamá, Carolina, no quería contarle lo que estaba pasando en internet con su retoño. Cuando ya hubo más calma, Sofía habló:
—Pero, mamá, ¿cómo no le vas a decir? Su sueño es ser youtuber.
El temor de Carolina era que a “Tomi nunca le hablamos de cáncer, ni de tumor”. El médico a cargo les planteó que ese habría sido un golpe muy fuerte para el niño cuando lo más importante era que estuviera de buen ánimo. Así que le hablaron de una “masita”. El doctor le dijo a Tomás: “Tienes una masita aquí, pero yo te la voy a sacar”.
Entonces, cuando la historia del niño se viralizó, la madre tenía miedo de que le empezaran a decir frases como “pobrecito”, “¿cómo estás?”, “qué pena que tengas cáncer tan chiquitito”. Así que “me pasé muchas películas y pensaba que mejor que no viera que llevaba tantos seguidores”.
“No tenemos idea cómo la gente pudo saber”, dice su hermana. “Él nunca habló de su enfermedad; para mí que lo sacaron por achunte”, teniendo solo como pista que su ojo se desviaba.
Y cuando finalmente le contaron lo que sucedía en YouTube, parecieron más emocionadas ellas que el propio protagonista de solo 11 años.
—Cálmate, Sofí —le dijó Tomi a su hermana—, es así el internet.
En tanto, a Carolina le comentó, poniendo los paños fríos:
—Sí, subió harto, mamá, pero no creo que llegue al millón.
Pero ya con casi 800 mil suscriptores, ella le respondió, con el asunto digerido: “Yo tampoco, pero si llegamos, celebramos”.
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Durante ese día el papá había viajado a Chillán, Región de Ñuble, por su trabajo de agrónomo. Ahí se enteró de la noticia. Entonces, en cada pueblo que avanzaba, se entera cómo subían de a miles los suscriptores, mientras bajaba hacia el sur por San Fernando, Curicó, Talca…
En casa, fueron a comprar confeti y un espumante para niños con miras a la celebración, para luego inmortalizar el momento en un video que ya tiene casi 18 millones de visitas.
—Cállense todos para empezar a grabar —ordenó él joven protagonista frente al computador.
Y su mamá le preguntó:
—Pero, Pollito, ¿qué vas a decir en el video?.
—Ustedes no se preocupen, yo hablaré.
—¿Pero sabes más o menos?
—No, en el momento sabré.
Así que mandó a todos los presentes hacia atrás, para que no aparecieran ante cámara, como “era malgenio”, comenta su mamá. “Cuando él hacía sus videos yo me tenía que ir porque cerraba la puerta”, agrega el papá.
“Cuando yo agradezca el millón, ustedes aparecen y tiran el confeti”, fue la instrucción que dio a su primo, hermana y una amiga. Sin embargo, no dejó que los adultos se pusieran ante la cámara, “porque esto es para niños, para jóvenes”.
En aquel momento Tomás no podía esconder su emoción. Pero también estaba preocupado: “Tengo que ver qué voy a hacer ahora, de qué voy a hablar”, comentó. E hizo una lista. Esa fue la primera vez que Vicente le escuchó el concepto de “bloqueo de youtuber”.
—¿Qué es eso? —le preguntó su papá.
—No sé, no puedo hacer nada —le contestó Tomás, quien se enfrentaba a una prematura crisis creativa.
*
Un día, uno de los ojitos de Tomás “empezó a llorar”, recuerda su mamá. Simplemente eso, a soltar lágrimas sin más.
Él nunca se enfermaba, ni siquiera se resfriaba, aun siendo asiduo a pasearse a pata pelada y en calzoncillos.
Fue el 26 de agosto del 2019, en el Hospital de la Universidad Católica en Marcoleta, cuando descubrieron de qué se trataba. En una pantalla, a ambos padres —con Tomás mirando detrás de ellos— les mostraron las imágenes de la resonancia que le habían hecho al niño. Ahí, dentro de su cabeza, tenía un punto.
Los doctores “hablaban con palabras técnicas, no se entendía mucho”, aunque los padres suponen que Tomás “igual se daba cuenta” que algo pasaba.
Tras ello, los neurocirujanos se reunieron para luego informales a Vicente y Carolina que era cáncer. “Y nos dijeron que es un tumor terrible por el lugar donde estaba, entonces no se podía operar o hacer quimioterapia”, recuerda.
“Fue un shock”, dice Carolina. “Yo lo llamo ‘mi primer duelo’: saber que él se enfermó”. Ante eso, no sabían a quién recurrir, pero una doctora le recomendó y consiguió hora con un colega suyo, Christian Cantillana. Y fue él quien les dijo:
—Yo apuesto por la operación —propuso—. Es un tumor complicado, pero aquí vamos a extender el tiempo de Tomás... ¿Quién te dice que en tres o seis meses no puede salir una cura?
Para el especialista, la situación era compleja. El tejido cancerígeno estaba “bien posicionado y lo podemos sacar todo o a lo mejor queda un poquito menos”, pero “también se te puede morir”.
La decisión fue operarlo el 6 de septiembre de ese mismo año, y de ahí esperar… Pero también “te vas a la parte religiosa, buscas en Dios, que te de a lo menor un milagro”, relata el padre. “Sin embargo, estaba claro que tenía el tumor en su cabeza y que en algún momento podría gatillarse de nuevo”, cuando ya pareciera recuperado.
Mientras Tomás estuvo internado tras la operación, empezó a ver la película del superhéroe Deadpool, en que el protagonista es bastante sarcástico, tal como le gustaba al niño. Y cuando su mamá le preguntó por aquel personaje central, Wade Wilson, Tomi le comentó que “tenía cáncer”.
—Carolina —le habló el doctor—, yo creo que él sabe más de lo que nosotros pensamos, pero que, en su afán de protección hacia ustedes, no lo dice.
Ella, hasta hoy, piensa lo mismo.
*
Después de la operación no podía caminar, comer ni hablar. Sin embargo, con el paso de los meses, “llegó hasta un 90% de lo que era antes”, cuenta Vicente, mientras que, para Carolina, “eso fue un milagro, por toda la discapacidad con que había quedado”.
Solo le costaba escuchar con un oído, pero caminaba, comía, se sentía bien. Casi como siempre. “Ahí empezó a disfrutar la vida como si fuera el último día”, comenta su mamá.
Todos los días a Tomás se le ocurría algo nuevo para hacer. En 2020, en plena pandemia, había pasado su cumpleaños el 13 de junio, por lo que no había tenido celebración.
—No importa —pensó Carolina—. Lo hacemos ahora en diciembre con piscina, todos los compañeros, amigos, familiares y juegos inflables.
Sus compañeros de colegio querían verlo. Estaba siendo tratado con corticoides, por lo que “estaba hinchadito”, y antes “era flaco como un palo”. Ante eso, los niños se impresionaban pero ninguno preguntaba, todos disfrutaban”, relata Carolina.
Y así fue con las distintas celebraciones, incluso en Halloween hicieron un evento con casi 60 personas disfrazadas, niños y adultos. “Fue un año de pura fiesta”, comenta la mamá, mientras su hijo enfrentaba un tratamiento de sesiones mensuales.
—Había que hacerlo, había que disfrutar —dice.
—Sí po’, teníamos que hacerlo —agrega Vicente.
—Era un tiempo extra que teníamos con él.
*
Tomás era bueno para discutir, un adversario difícil. “No se quedaba callado, defendía al otro”, comenta su mamá. El año de la pandemia fue elegido presidente de curso. Pero antes él quería conquistar a los votantes:
—¿Pero para qué harás una campaña si eres el único que postuló? —le preguntó Carolina.
—Por si se quiere postular alguien más, yo llevo la ventaja —le respondió.
Como las clases eran vía remota, él grababa sus discursos, preocupándose de que todos sus compañeros tuvieran internet y se pudieran conectar a clases. Incluso planeó una campaña para comprarle un celular o tablet a los que no tenían.
—¿Cómo lo vamos a hacer? —le consultó su mamá.
—Vendiendo completos —contestó Tomi con toda liviandad.
“¿Cachai la simpleza?”, comenta Carolina con una sonrisa. “Pero estábamos en plena pandemia, nadie se acercaba, todo cerrado. Nadie nos iba a comprar completos”.
En otra ocasión, “Tomi” quiso aleccionar a sus pares con un video: “Queridos compañeros, quiero reclamar porque están dejando de lado al Dorian (un compañero) y no sé por qué lo tiene bloqueado de Whatsapp; eso es una injusticia y digo que los volvamos a incorporar: somos un curso en que tenemos igualdad, acá nadie es menos”.
Ese interés por influir en la gente a su alrededor se sumaba a que Tomás tenía un espíritu comerciante. Así como aparece ofreciendo manzanas en uno de sus videos, cuando iba al colegio vendía de todo: dulces, chicles e incluso sus propios huevitos de Pascua.También, tiempo después, vendió las cabritas que hacían con una pequeña máquina casera.
Ahí él vio la posibilidad de plata y puso un cartel afuera de la casa. “A todos les vendía, ni por muy bien que le cayeras te iba a regalar algo”, comenta Carolina.
Más adelante, luego de varios meses sin que el tumor creciera, un día Sofi le dijo a Vicente:
—Papá, mira al Tomi.
Y su ojo, otra vez, se empezaba a desviar. Después vinieron los dolores de cabeza, le costaba más respirar y mover su brazo hábil, el derecho. La “masita” había vuelto.
Antes, para Tomás los videojuegos y YouTube eran un pasatiempo como “de pasada”; le gustaba salir, estar afuera. Pero cada vez se le hacía más difícil subirse a su motito, bajar de la casa al patio, moverse.
Se instaló en un rincón de la casa, donde había un escritorio con computador. También se enteró de que, con YouTube, se podía generar plata por cierta cantidad de visitas. Y cómo no, se le prendió la ampolleta.
En uno de los primeros videos que subió a la plataforma, cuando apenas tenía un puñado de suscriptores, lanzó:
—Quiero ganar dinero para Chubis, por algo estoy en YouTube. Gracias.
Y es que esos chocolatitos de colores eran uno de sus tantos y específicos gustos culinarios, como el jugo Andina del Valle sabor durazno, la salsa barbecue, la nutella, la mantequilla de maní, el tocino, el salchichón cerveza más barato, entre otros productos. “Yo creo que eso lo veía en internet”, comenta su mamá, “porque era bien gringo para los gustos”.
*
El primer video que “Tomiii11″ subió a YouTube se tituló “Video de prueba”
Un día de marzo, Carolina fue hasta donde su hijo para darle un jarabe. Él, que estaba sentado frente al computador, la miró con cara de no querer el remedio. Hablaba frente a la pantalla, pero ella pensaba que conversaba online en algún videojuego con otros niños.
—Me estás interrumpiendo, mamá —le reclamó.
Y ella vio la pantalla que estaba en el sitio de YouTube y vio la palabra “grabando”. Luego, cuando él terminó, Carolina le preguntó:
—Pollito, ¿estás grabando un video?
—Sí, ahora lo subí.
—¿Y quién lo ve?
—Todos.
—¿Y quién es todos?
—Todo el mundo, mamá, todo. Pero no te preocupes, solo quiero cien seguidores.
Ante eso, su mamá, con algo de aprensión, simplemente le pidió que en sus videos no mostrara la casa, ni el lugar en donde vivían, que no diera el teléfono ni hablara sobre su hermana si ella no quería.
Carolina no le dio tanta importancia porque, en cualquier caso, solo se trataba de unos cuantos suscriptores.
*
De repente, en tan solo 48 horas, “Tomiii 11″ alcanzaba un récord de de crecimiento de 2.5 millones de suscriptores, tras haber contado con el apoyo inicial de youtubers de la talla de Auronplay, El Rubius e Ibai, y de masivas páginas de memes como Filosoraptor, Halo Memes, The Last Geek.
A inicios de mayo, ya había superado los ocho millones de seguidores; y también había inventado a su icónico auspiciador “Leche Papu” y su sección “La cocina del chef Tomiiini”.
Pero en su familia también querían protegerlo. No recibían a nadie en casa y tampoco decían dónde vivía el niño.
Aunque Carolina y Vicente no le habían dicho lo de su enfermedad, igual en todos lados la noticia se viralizó como “Niño con cáncer sueña con ser...”. Ante eso, le decían a su hijo:
—Ahora que te volviste famoso, te van a empezar a inventar cuestiones. Entonces te están inventando cuestiones.
Y Tomás un día les contestó:
—Tranquilos, yo sé que internet es cruel.
Aunque los Blanch Toledo piensan que él les respondía eso “para tranquilizarnos”, porque sabía “clarito que tenía alguna enfermedad”. Pero, aun así, salvo puntuales ocasiones, nunca preguntaba: “¿Por qué me está pasando esto?”.
Es más, ya en las últimas semanas, cuando le costaba caminar, no le gustaba que lo ayudaran. “Yo puedo, yo puedo”, decía y trataba de pararse. “Déjame”.
—Era una película, una cuestión terrible que le estaba pasando con tu hijo —reflexiona Vicente—. Él quería seguir luchando hasta el último. Creo que fue tanto lo que él quería que nosotros no sufriéramos, que se las comía solo.
Cuando se sentía mal, no le queda otra que recostarse, y cansado decía: “Va a pasar, voy a descansar un poquito”. Cuando vomitaba y dejaba atrás el mal momento, tranquilizaba a su papá: “Ya pasó, ya pasó”, repetía.
*
El primer premió que llegó hasta Quinta de Tilcoco y que alcanzó a disfrutar fue el Copihue de Oro a “Youtuber del año” tras imponerse con largueza en la votación popular.
—¿Cuándo es la gala? —preguntó “Tomiii 11″.
—No pos, no hay gala porque estamos en pandemia.
A tan corta edad, igual su papá debió explicarle de qué se trataba el premio, y le contó que había sido ganado por artistas de la talla de la cantante Mon Laferte, el actor Pedro Pascal o el humorista Felipe Avello.
—Ah, qué bueno —respondió entusiasmado, quien lamentó que no hubiera una ceremonia de premiación: “El peor momento para ser youtuber”, expresó con drama.
—… Pero hacemos una gala —le propuso su mamá.
Y consiguieron una alfombra roja en la Municipalidad de Quinta de Tilcoco, arrendaron un smoking con humita, su hermana y una amiga se vistieron con tacos altos y elegantes vestidos, prepararon un cóctel, pusieron luces y un tío hizo de animador.
—¿Y qué hago? —preguntó cuando decidió grabar un video para subir a su canal.
Como ya le costaba caminar, lo ayudaron para trasladarlo en su silla gamer por la sala en que efectuarían la premiación. Él le tiraba besitos a la cámara y, como talla, repetía: “Emoción, emoción”.
Previo a la gala casera, incluso pensaron en que viniera alguien famoso a entregarle el premio. Al tiro pensaron en el animador de Canal 13 Pancho Saavedra. Carolina le escribió por Instagram al rostro de Lugares Que Hablan para invitarlo a una “fiesta familiar” del Copihue de Oro.
Pero no tuvieron respuesta. “Yo creo que ni se enteró”, comenta ella.
De hecho, “a nosotros nos pasó que cuando Tomi se hizo famoso era imposible leer todos los mensajes”, en los cuales expresaban que “tú hijo me cambió la vida”, porque “con todas las limitaciones que tiene nunca se queja”, “los problemas que yo tengo solo pequeños al lado de los de tu hijo” o “tiene una gran capacidad para reinventarse”.
*
—Tratamos de hacerlo lo más feliz posible —reflexiona Vicente—. No quisimos exponerlo a quimios ni radioterapias, ¿para que estuviera todo conectado y mal? Mejor que disfrutara lo que más pudo.
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Se podría decir que, en vida, Tomás tuvo dos meses de fama.
Cuando iban a algún lugar concurrido, gente desconocida se le acercaba, por ejemplo, en el supermercado.
—Tomi, sácate una foto conmigo —le pedían.
El primer autógrafo que hizo fue a un hombre en el brazo... y le costó hacerlo. “Papá, mejor me voy a comprar un timbre con mi firma, porque es más fácil”, le comentó. Luego, cuando fueron de vacaciones, gente en La Serena, Coquimbo y Vicuña se le acercaba, incluso el piloto del avión.
—Oiga, ¿me puedo sacar una foto con su hijo?
—Pregúntele a él —decía su papá.
—Sí —aceptaba Tomi.
Ya al final, cuando andaban con el niño de 12 años en silla de ruedas, con mascarilla y su parche en el ojo, igual las personas lo reconocían. Un día él le pidió a su mamá unos lentes de sol, “para los paparazzis”.
—Soy famoso —decía y, si alguien lo molestaba más de la cuenta, medio en broma respondía: “Cállate o te funo”.
Le llegaban todo tipo de regalos: tortas, poleras de fútbol (sin ser hincha de ningún equipo), un computador, audífonos, micrófonos, juegos de mesa, y una caja llena de figuras coleccionables Funko Pops; antes tenía una nomás, de Deadpool, que estaba rota, según mostró en uno de sus primeros videos.
Cuando llegaron los Funkos a la casa, ellos creían que solo serían unas tres figuras. Pero era una caja llena con los personajes del videojuego Fornite. “¡Pero esto es mucho!”, decía contento.
Tras ese recuerdo, Carolina revisa su celular y, sin levantar la vista, dice:
—Al final, cuando tienes un hijo enfermo, empiezas a grabar —Mientras, desliza su dedo por la pantalla entre decenas de videos caseros con Tomás como protagonista—. Para mí son tesoros que tengo de él —agrega. Y le pone play a uno en que él aparece dando gracias por los Funkos, en otro, con entusiasmo, recibe y desenvuelve un monitor de PC. “Me encantó”, expresó Tomi.
Hoy, como un museo en miniatura, buena parte de esos obsequios descansan en una repisa junto al rincón donde el joven youtuber grababa sus videos, entre medio de fotos que retratan distintas etapas de su vida, capturas de momentos que antes solo parecían anécdotas.
*
Y vinieron más reconocimientos como los Giga Awards a “Mejor cuenta de YouTube”. También le llegó una “Placa de oro” de la aplicación por su millón de suscriptores; aunque su canal hace rato ya había sobrepasado esa cifra.
Sin embargo, ya por esos días, Tomás había caído enfermo, en cama. “Ahí ya estábamos luchándola”, relata su papá.
El 13 de junio, para su cumpleaños, cuando lo visitaron sus primos, fue el último que anduvo bien, aunque ya muy hinchado y cansado. Al día siguiente, no quiso levantarse ni comer. Cuando recibió la placa dorada, simplemente la miró y comentó que “está bonita”, sin fuerza para sostenerla con sus manos.
Durante un buen tiempo, él, a quien le fascinaba la Coca-Cola, había empezado a tomar Pepsi porque decía que su bebida favorito le hacía mal. “Pero ya cuando estábamos rendidos, se tomaba un tremendo vaso de Coca-Cola”, cuenta su padre con ternura.
“La que pasa enferma es la Sofí”, se enojaba él, que estaba acostumbrado a que su hermana fuera la que le dolía la guata o tuviera algún malestar físico.
Sofía —la misma que le enseñó a caminar, a andar en bici y que lo acogía en su cama cuanto tenía miedo por la noche— recuerda que, ya con el tumor avanzado, un día a Tomás le dieron antojos de comer churros. Era de noche y no sabían dónde encontrar esos bastones a esta hora en Quinta de Tilcoco. Hasta que pillaron a una señora que se levantó de la cama para prepararlos y se los llevó hasta su casa.
—¿Cuánto serían? —le preguntaron por el precio.
—Nada para Tomasito —respondió ella.
Luego, Tomi solo dio una mascada y simplemente ya no pudo más.
Podían estar en un momento desolador como familia, pero apenas entraban a la pieza donde Tomás estaba acostado, todo era “alegría y sonrisas” para el joven youtuber.
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Tomás veía que en YouTube le aparecía que estaba ganando plata; entonces, cuando iba al supermercado con su mamá, le decía, apuntado con el dedo, que “quiero eso”, “eso” y “eso”. Y agregaba: “Anótame, cuando me llegue la plata te la devuelvo”.
—Ya po’ —aceptaba ella.
Incluso le compraron una “Alexa” de Amazon, un asistente de información que responde por voz a las pregunta del usuario, y que costaba unos 50 mil pesos.
Hasta el día de la entrevista, la familia comentaba que “increíblemente (a Tomás) todavía no le ha llegado la monetización, de todos esos millones y millones” de visualizaciones en YouTube. Los Blanch Toledo habían agotado “todos los plazos e instancias” y seguía sin llegar el dinero correspondiente.
Así, hasta ese momento, había estado lejos de concretarse el “sueño” de Tomi de comprar Chubis con el dinero de la plataforma de videos… Sin embargo, días después, el 20 de noviembre, la familia informó a La Cuarta que finalmente “fue activada” la monetización por el canal.
Ahora, sienten que los más de 10 mil suscriptores que hay en el canal podría ser una herramienta para el proyecto en que piensan: una fundación.
Aún está en pañales, pero ya ha tenido tres reuniones con distintas personas de su círculo cercano, especializadas en distintas áreas, para darle forma a la iniciativa. El objetivo aún está en proceso: quizá formar una red apoyar a padres que han perdido a un hijo... o ayudar a niños que sueñan con ser youtubers... o a menores que padezcan alguna condición con un tumor cerebral.
No quieren que “el legado” de su hijo se pierda, sino que crezca.
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El sentido del humor fue una cualidad que persistió hasta el final. Cuando Tomi había subido de peso, se definía como “un gordito sexy”. Se miraba al espejo, se tiraba besos a sí mismo y se acariciaba la papada.
“Al final, cuando ya no se movía, igual te hacía reír”, recuerda su papá.
Nunca le gustó reggaetón, solo el rock y principalmente ochentero; sus favoritos eran exponentes como Pink Floyd, Jack Jonhson, Elvis Presley, Nirvana o Residente (de Calle 13). Cuando su hermana, Sofía, se ponía escuchar música urbana, él le reclamaba:
—Apaga eso que me sangran los oídos.
Es más, cuando Paloma Mami ganó el Copihue a “Mejor cantante urbana”, en una categoría paralela, Tomás se quejó en talla:
—¡Ay, no! Voy a salir con ella.
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La mañana del 30 de agosto, Tomás murió.
Cuando ya casi han pasado tres meses de aquel día, Vicente está sentado en la terraza de la casa. Alrededor hay algunos perros echados, los mismos que “Tomiii 11″ mencionó y enumeró en uno de sus videos (”Casi 50 cosas de mí”).
Uno de esos canes es negro y reposa bajo la mesa, que es “Armando”, el mismo que aparece en la imagen de su canal de YouTube. “Cuando era cachorro, Tomi le ponía un pañuelo por que al principio pensaron que era el “Matapacos”, cuenta Carolina. “Se parecía al ‘Armando’, pero solo era eso, no tenía un sentido político”.
“Pero al final eso también fue parte de la mística”, analiza Vicente, “Fueron muchas coincidencias bonitas con cosas que le nacían a él”.
En aquel video de los animales, “Tomiii 11″ enumera a todas las mascotas que hay en su casa: perros, gatos, gallo (Collonco) y caballo (Gringo).
—Ahora los animales van quedando como partes de Tomi —dice Vicente—. Me puse más sentimental, cambió la visión de mi vida con lo que nos pasó. Y una de las cosas fue con los animales, que a mí me pasa con ese gallo que anda cantando, Collonco, se lo regaló una enfermera en Puente Alto. Y ahora ese gallo quedó como el hijo de Tomi, y tiene pollitos, y son mis nietos.
Cuando Tomás ya no pudo andar en moto, su padre la guardó. Recién la volvió a dejar a la vista tras su partida, justo ubicada frente a su oficina en la casa, para verla apenas levante la vista mientras trabaja.
—Antes, cuando pasaba más afuera, andaba con la moto por todos lados —recuerda—. Es una nostalgia no escucharla, porque de un día a otro se acabó ese sonido.
*
—Creo que para Tomi fueron un bálsamo de satisfacción esos últimos meses —reflexiona Carolina—. En un momento tan duro que estaba viviendo internamente, porque, para un niño que se sentía cada vez más cansado, disminuido, entrar en el mundo del internet le dio puras alegrías y cariño.
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En octubre, de manera póstuma, en un furgón llegó hasta su casa la “Placa de diamante” en reconocimiento a los diez millones de suscriptores en YouTube.
Poco después, desde México, donde se celebra el Día de Los Muertos el 1 y 2 de noviembre, en sus teléfonos los Blanch Toledo recibieron mensajes de familias que ponían la foto de Tomi en los altares de sus propios clanes, como haciéndolo parte de su círculo más íntimo.
—Eso a nosotros nos emociona mucho, que nuestro hijo esté tan ligado con otra gente, saber que le ha cambiado la vida a otra persona —expresa Vicente—. ¿Qué más bonito? ¿Cómo estar más orgulloso? Si bien la vida que tuvo Tomás fue cortita, nos sentimos muy orgullosos de él. No nos habíamos dado cuenta que teníamos acá un gallo de otro planeta.
—… Aunque siempre creímos que el Tomi iba a llegar a ser Presidente o una figura pública —comenta su hermana.
—Él decía eso, él quería —asiente su papá.
—Cierto —agrega Carolina—, pero él decía que Presidente de Estados Unidos... Y le dije que no podía, porque era chileno y tendría que haber nacido allá.
—Qué mala suerte —le respondió Tomi—. Bueno, pero entonces de acá.
—Sí po’ —lo alentó ella, con el futuro por delante—, empieza por acá.