Asegura que luego de 400 años de lo que llama la “Edad Occidental”, China, el “Imperio del Centro”, vuelve a imponerse a todos los demás.
Desde el año 2022, el periodista Martín Caparrós —que se licenció en Historia en la Universidad de París— elaboró una especie de manual de historia publicado por entregas en el influyente diario español El País. Lo llamó “El mundo entonces” y no solo travistió su autoría: los textos figuran escritos por la historiadora Agadi Bedu en el año 2120 y acaban de ser editados en un libro de 400 páginas publicado por Random House.
Caparrós parte por lo obvio: que los historiadores dividieron las edades de la humanidad en Antigua, Media, Moderna y, desde entonces, la Edad Contemporánea —que ya habría acabado—.
Al respecto, dice que es muy difícil saber por qué caen los grandes imperios, “las causas y sus efectos suelen ser un torbellino”, pero enarbola una teoría. “Está claro que la hegemonía de los Estados Unidos, que se consolidó en la segunda década del siglo XX, tras la Primera Guerra Mundial, no duró mucho más de cien años”.
Su predominio sucedió, como sabemos, al británico y sobrevivió en buena parte del siglo XX, gracias a la Guerra Fría contra la Unión Soviética y el “comunismo internacional”.
Dice Caparrós: “Estados Unidos se presentaba como el defensor de la democracia, el líder del mundo libre. Cuando aquel bloque autoritario se desmoronó, a principios de los años 90, parecía que Estados Unidos se quedaría solo en ese liderazgo ya que, según uno de sus teóricos más conocidos, había llegado el fin de la historia, su culminación, y nada más cambiaría radicalmente”.
“Por supuesto, la historia siguió”, anota socarrón.
“Estados Unidos cometió el error de implicarse en varias guerras locales innecesarias que lo obligaron a mantener un ejército carísimo, exportó muchas de sus industrias a países más baratos y dejó sin trabajo o propósito a parte de su población, permitió unos niveles de desigualdad que indignaron o desalentaron a millones de ciudadanos y, sobre todo, se equivocó desde el principio en el manejo de la nueva potencia ascendente, China”, precisa entre las causas del derrumbe.
También, Caparrós advierte que las razones últimas de su descomposición, que marcó el fin de la Edad Occidental, siguen siendo un gran debate; “si se considera que los historiadores aún discuten las causas de la caída del Imperio Romano, hace más de quince siglos”.
Sí hay algo claro: antes que cualquier enfrentamiento militar, según el historiador el proceso fue básicamente económico.
“La enorme deuda norteamericana, sobre todo con China, ponía a Estados Unidos en una posición de debilidad —apunta— que solo se mantenía porque los demás estados y poderes entendían que su caída, en esas condiciones, sería una caída general”.
Otros analistas insisten en que la razón principal de la caída americana no fue propia sino ajena: el ascenso incontenible de China.
“Ya en esos días autores se empeñaron en recordar que eso que la historia occidental llamó la Edad Media o Edad Oscura, lo había sido para Europa pero que, en cambio, fue un gran momento para buena parte del resto del mundo: Asia desde el Mediterráneo hasta la China, muchas zonas de África, los imperios mesoamericanos. Y que no había que descartar, decían, la posibilidad de que el proceso se repitiera: que el fin del último imperio occiddental fuera la oportunidad para que prosperaran los demás, que el mundo volviera a ser lo que era antes de Colón”.
Dice Caparrós que dicen los historiadores que el poder chino sería la recuperación de una constante histórica, “que salvo un breve lapso —entre 1600 y 2000, del prólogo al pináculo de la Edad Occidental— China, el ‘Imperio del Centro’, siempre había sido el estado más poderoso y desarrollado del mundo y que, tras ese intervalo, simplemente había vuelto a serlo y, por lo tanto, a imponerse a todos los demás”.
A medio camino entre el ensayo y la crónica, en El mundo entonces el influyente escritor argentino construye un ambicioso fresco sobre las sociedades del planeta, pasando revisión a la situación demográfica, la desigualdad, la vejez, la muerte, el hambre, el sistema económico, político y hasta el trabajo y la lectura. Una especie de manifiesto sobre qué hacemos, quiénes somos y quiénes –tal vez– seremos. Sobre todo, advierte las razones del derrumbe de los pilares que han sostenido a nuestra civilización, la occidental.