Tras renunciar a su trabajo en Santiago, el ingeniero comercial se instaló en un poblado costero a realizar asesorías. Fue por unos meses pero terminó quedándose. Tras un grave accidente y un millonario premio, hoy dedica sus horas a mejorar la relación de las personas con el medioambiente y a buscar la manera de organizarnos como sociedad: "No pueden haber ciudades de millones de personas", dice.
Felipe León (31) estaba surfeando y, de repente, perdió el equilibrio. Fue una caída simple, había tenido unas mucho peores. Pero algo improbable pasó: la inercia del momento hizo que se doblara mucho la cabeza y, cuando cayó al agua, se pegó en el lado izquierdo del cuello.
Luego salió a la superficie. No perdió la conciencia, pero veía mal. Lo primero que pensó fue: "Me pegué en la cabeza, estoy mareado". Se tapaba un ojo, y luego el otro. Algo no andaba bien. A su izquierda, estaba un amigo suyo en el agua, pero no podía verlo, debía girar mucho la cabeza para lograrlo.
Su tabla tenía inscrito su nombre, y solo veía la mitad de las letras. "Algo está pasando", pensó. Nadó hasta la playa y se sentó. Esperó. Y seguía viendo mal. Su mamá es doctora, así que la llamó por teléfono y le explicó qué le estaba pasando. Ella le dijo que se fuera rápido al hospital.
Era verano, 3 de febrero del 2021, en Curanipe, Región del Maule.
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Mar de Curanipe, al sur de la Región de Maule.[/caption]
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Fútbol, fútbol, fútbol… Desde los cinco a los veintiséis años, Felipe vivió en Santiago y su máxima pasión era esa. Sus días giraban en torno a la pelota... y a Colo Colo. "Era lo que me mantenía entretenido", cuenta él a La Cuarta. "Era lo que esperaba todo el día". Incluso hubo un momento en que jugaba cinco ligas al mismo tiempo, cinco partidos por semana.
"Lo que me hacía aguantar el día era la pichanga de la noche'', relata.
De repente, en un partido, en una final que su equipo perdió, se cortó los ligamentos. Y ahí toda la rutina se volvió vacía. Siguió yendo como espectador a los encuentros de sus equipos en que jugaban a la pelota sus amigos, hermanos o primos.
Aun así, ya no era lo mismo.
Igual volvió a la canchas tiempo después. "Diría que mi interés en la ciudad era principalmente el fútbol", comenta. Pero algo había cambiado, ya no era lo mismo.
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Felipe estudió ingeniera comercial en la Universidad Católica. Pero esa nunca fue su prioridad, "como que nunca vi el presente", recuerda. "El presente me aburría mucho, estar estudiando en la prueba de mañana, el control…". Pero perseveró: pensó que entregaría "buenas herramientas" para el futuro.
Aun así, en un momento estuvo cerca de que lo echaran por ramos reprobados. En vez de cinco años, se demoró siete en terminar la carrera. Recuerda que muchos compañeros se urgían.
—Oye, me eché un ramo, ¿qué voy a hacer? —le decían.
—Es un ramo nomás —contestaba él—, el otro semestre lo tomas no más.
Fue en esa época en que empezó a trabajar como vendedor de una página de internet de unos amigos suyos, quienes ahora trabajan en Cornershop. Felipe necesitaba la plata y le iba bien haciendo esa pega.
Pero con el tiempo se aburrió. "Era super monótono", comenta. "No era tan desafiante más allá de vender mucho, que era el único desafío que teníamos: vender mucho". Y sus ganas por aportar ahí se fueron apagando.
Hasta que llegó febrero del 2016 y, tras tomarse una semana de vacaciones para descansar, cuando regresó simplemente ya no quiso seguir. "No puedo más", pensó, y se salió, sin tener plata ahorrada ni nada qué hacer.
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Mientras flotaba en el agua y veía raro, repasó en su mente toda la reunión que había tenido en la mañana, completa... Qué conversaron. Quiénes estaban. Y luego pensó en el día anterior. Se acordaba de todo, no había perdido la memoria.
Primero lo llevaron al Cesfam, luego al hospital de Cauquenes, y después lo derivaron a una clínica en Santiago, donde le realizaron distintos escáneres. Mientras iba en la ambulancia, "toqué guitarra en mi cabeza para ver si se me había olvidado", relata. "Y sí, pude tocar bien en mi cabeza". Estuvo cinco días en observación.
Pero ahora, por ejemplo, ya no puede manejar en una carretera.
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Tras renunciar, se le abrieron otros caminos. Y uno de ellos lo llevó hasta Curanipe, localidad costera ubicada 400 kilómetros al sur de Santiago, en que viven alrededor de seis mil personas.
En abril del 2016, partió para allá a hacer una asesoría de tres meses a un emprendimiento que trabajaba con familias campesinas. A Felipe le interesaba la agricultura natural, el compostaje y el ciclo de los nutrientes.
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Bosque y mar de Curanipe.[/caption]
Pero ahí también conoció la permacultura, que es un sistema de diseño integral que permite la autosuficiencia de las personas. También supo de la agroecología, "que es el desarrollo comunitario que parte desde el cuidado del suelo y termina en el empoderamiento de la mujer", explica.
Todas esas disciplinas le hacían sentido por los problemas que actualmente enfrentamos como sociedad. "Entonces esa lógica, esa ecuación por llamarla de alguna forma, me atrapó", dice. "Y que va en contraposición de la actual".
Si bien él tiene estudios en economía, no es economista: siente que le faltan herramientas para crear un modelo de desarrollo sustentable con el medioambiente, uno más acabado, más preciso.
—Pero hay que hacerlo de todas formas —dice—. Podemos tener la ecuación pero si no se hace, la ecuación no sirve de nada. Entonces me dediqué a hacerla, a hacer la práctica de esa lógica. Y en el camino han ido llegando personas que están aportando a conseguir esa ecuación.
Así, en los últimos años se ha armado de algunas certezas.
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Es un tema que Felipe ha conversado y estudiando. Antes, dentro de su mentalidad, no estaba la lógica de las "culturas ancestrales, no estaba la sabiduría que tienen para desenvolverse con el entorno", cuenta. "Lo aprendí principalmente por la gente que he conocido, que me ha guiado por ese camino".
También, aunque ya recuerda en qué momento, conoció el pensamiento del filósofo y esteta chileno, Gastón Soublette. "Él hace un paralelo entre la cultura mapuche y la cultura oriental china", explica. "Es sorprendente la sabiduría que tienen las culturas antiguas, que en el fondo, por no tener escritura (al menos la mapuche), son desvalorizadas hoy en el mercado, nuestra academia y a nivel de gobiernos".
Para Felipe, si ellos hubieran contado con escritura, muchos de los problemas de la actualidad estarían solucionados: "Cada pueblo tenía su propia 'Biblia' y les permitía desenvolverse en sus espacios de forma armónica".
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Felipe fotografiando su entorno.[/caption]
Hace cinco años, cuando se fue a vivir a Curanipe, creyó que el cambio ciudad-pueblo sería complejo. Pero, al contrario, se sintió muy cómodo.
—El modelo que necesitamos no funciona en las ciudades —plantea—. Una de las cosas que tenemos que planear como humanos, como sociedad para el futuro, es que no pueden haber ciudades de millones de personas. Tienen que haber muchas localidades de miles de personas.
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Felipe piensa que en lugares con menor población quizá haga falta un desarrollo a nivel de infraestructura, pero que la dinámica de convivencia, en comparación a las ciudades, es muy distinta. "Entre los ocho millones de personas pasas piola, en cambio, en Curanipe no".
Y pone un ejemplo. Si en Santiago alguien va al Líder, se mete algún producto al bolsillo y se lo lleva sin pagar, no pasa nada. En cambio, "no puedes hacer eso en el local de la señora María", dice. "Porque la señora María le va a contar a la de la carnicería"... y así sucesivamente. Y en dos semanas todo el pueblo debería estar enterado del hurto.
Además, siente que el el proyecto en que trabajó durante los últimos cuatro años, quedó en evidencia "lo más complicado que es la organización con las personas", explica. "Como no nos enseñan a comunicarnos bien: nos puede pasar a nosotros que uno ocupa un concepto, por ejemplo, 'capitalismo', que yo lo entiendo desde un punto de vista productivo, economista, y tú lo relacionas con un sistema violento... Y cuando uno menciona esa palabra, al tiro se genera un 'cortocircuito' en la otra persona".
Para él, eso sucede constantemente porque "no nos ponemos de acuerdo en los conceptos, qué significan para el grupo". Por lo que "cuando uno se expresa, las cosas se entienden super mal" y "organizarse con otras personas requiere de una muy buena comunicación".
Es por medio de todas esas reflexiones que ha llegado a la convicción de que "la sustentabilidad con el medioambiente tiene directa relación en cómo nos tratamos como personas".
Para él, el cómo tratamos a nuestros pares debiese ser el mismo que aplicamos con el resto de los seres vivos y con el territorio.
—Si ese respeto está en nuestro actuar diariamente, no habría problemas medioambientales —plantea—. Esas problemáticas son consecuencias de cómo nos relacionamos principalmente, porque nadie quiere destruir la naturaleza, pero sí hay personas que se quieren enriquecer. Y ese enriquecimiento es a través de la extracción de recursos naturales. No hay un respeto por quien habita ese espacio. Estamos viviendo las consecuencias de cómo nos respetamos y cómo nos organizamos.
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"Perdí la visión", asegura Felipe tras el accidente, "todo mi lado izquierdo, con los dos ojos, no lo puedo ver. Perdí la panorámica izquierda básicamente". De hecho, el pasado viernes 9 de abril, él se encontraba en Santiago para hacerse un examen y determinar cuánto porcentaje menos de visión tenía.
En la entrevista por Zoom, Felipe explica que si "yo me miro a mi en la pantalla, que estoy en el lado derecho, a ti no te veo".
"Ese fue el infarto cerebral", dice, aunque "nunca perdí la conciencia.
Según los doctores, lo más probable es que sea permanente. La posibilidad de que la situación mejore, es solo eso, una entre tantas opciones. El neurólogo le dijo: "Anda acostumbrándote".
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—Me han pasado hartas cosas super parecidas —dice Felipe—: Justo en el momento que algo se necesita, llega. No necesariamente por uno, sino porque la vida te lo entrega.
Le pasó con uno de sus socios actuales, Erick Fernández, quien llegó a reemplazar a alguien del personal. Cuando llegó, la primera impresión de Felipe fue: "pelo largo, skater, medio anarco, totalmente en contra de las empresas…". De entrada, le pareció que no sería un aporte. "No necesitamos a este compadre", pensó... Pero "en dos semanas me cerró la boca".
Actualmente, ambos tienen un terreno juntos que utilizaran para el proyecto que desarrollan.
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El terreno que Felipe compró con su socio Erick.[/caption]
O también le pasó algo similar con Nicolás Labán, quien hizo la práctica en el proyecto en que Felipe estuvo cuatro años. Cuando se juntaron para la primera entrevista de trabajo en noviembre del 2016, en un plaza en San Carlos de Apoquindo, "nos fumamos un cigarro y hablamos cosas super parecidas", recordó… Y hasta el día de hoy, también trabajan juntos.
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Llegó febrero del 2020 y decidió salirse del proyecto en que estuvo casi cuatro años, el mismo al que había llegado inicialmente para hacer una asesoría.
"Mis principales temas tuvieron que ver con la organización", explica. "Estuve dos años intentando organizarnos y no lo conseguimos".
No fue un buen final.
Pero, tras ello, otra vez el abanico de escenarios se abrió. Así fue cómo Felipe, a poco más de un año, se encuentra embarcado en cuatro proyectos que tienen un profundo vínculo con el cuidado y desarrollo de las personas dentro del medioambiente.
Uno de ellos es Semilla Campesina, una cooperativa en formación que busca revalorizar economías rurales a través de prácticas sanas con el medio ambiente. Eso sí, esta iniciativa se encuentra detenida por el momento: "Si bien hay energías puestas y pensamientos, no estoy actuando respecto a eso", dice Felipe.
La ONG Costa Sur es otro proyecto en que está embarcado, actualmente, el cual busca generar un modelo de desarrollo sostenible a nivel local a través de actividades relacionadas con el medio ambiente, la agricultura familiar campesina, la educación y la cultura… Ahí colabora con Nicolás.
El otro es Parque Vivero Regeneración, ubicado en el terreno donde Felipe quiere construir su casa, donde también se emplazará un centro enfocado en agricultura regenerativa.
"Será un espacio habilitado para recibir hasta 45 personas con alojamiento, donde participarán en talleres y cursos sobre temas vanguardistas de agricultura natural, ecología y economías alternativas", explica él.
Y el otro es Vivero Regeneración, que es una consultora. Felipe junto a sus socios Erick y Camila Monti visitan los terrenos, analizan el contexto climático y social de los dueños del lugar, para armar una propuesta, que incluye plantar especies nativas que ayudan a regenerar el ecosistema.
Y así atraer fauna y microbiología a los espacios; y al mismo tiempo, integrar especies productivas para que la gente pueda alimentarse.
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Tras el accidente en la tabla de surf y las jornadas en la clínica, Felipe volvió a Curanipe. Y ese mismo día recibió el mensaje de Free Range Humans —una iniciativa de Cerveza Corona—, una convocatoria que tuvo más de mil postulaciones de personas que contaban sus historias relacionadas con el sueño de ser un aporte con el ecosistema y el medioambiente.
El ganador recibiría 25 mil dólares (casi 18 millones de pesos) y la la chance de protagonizar una miniserie documental exhibida en Youtube.
Tras el mensaje, lo llamaron y le revelaron que se encontraba entre los finalistas, luego de que meses atrás hubiera enviado su postulación en que contaba un breve resumen de su historia de vida:
"Para mi este premio sería muy importante, porque me permitiría continuar con este trabajo, que involucra a muchas personas, donde yo soy uno más con las ganas y energías puestas en este modelo", escribió el su postulación.
Y agregó: "Nunca ha sido muy lucrativo esta labor, porque el lucro no es el fin, y el premio me entregaría una tranquilidad suficiente para continuar haciéndolo".
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Esa noticia la interpretó como una suerte de mensaje: "El universo me estaba diciendo que estaba haciendo las cosas bien", piensa. Más aún al considerar que hace poco había sufrido la caída en el mar: "Fue super trascendente, porque estuve super cerca de la muerte".
El accidente le generó distintas reflexiones, pero la más importante fue que "me tengo que enfocar", dice. Se encontró con una especie de metáfora:
—Como estoy viendo mal, para poder ver lo que tengo que ver, tengo que mirarlo directamente —reflexiona—. Antes yo podía estar mirando para allá y estar pendiente de lo que pasaba en otro lado. Ahora debo estar completamente enfocado en lo que hago. Eso es un mensaje creo.
Aunque ya no tiene la vista panorámica izquierda, le resta importancia: "Pasé por épocas difíciles en mi vida que me llevaron a pensar así, a soltar todo y estar".
Y su actual objetivo es conseguir "otra forma de organizarnos como personas, no como empresas, no como una ONG, o una consultora", dice. "Sino como sociedad".
Tras enterarse que se encontraba entre los tres finalistas, el 10 de marzo le informaron que había sido el ganador.
Junto a sus algunos cercanos, celebró con pizza y cervezas.
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Felipe junto a su amigos y socios, Nicolás y Erick.[/caption]
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Lo único que Felipe extraña de vivir en Santiago es a su familia y amigos, y los conciertos. Nada más. Su músico favorito es Bob Marley y las bandas Pearl Jam y Chancho en Piedra.
En Curanipe empezó a escribir canciones, algo que nunca había hecho. De hecho, el mismo día que le avisaron que estaban entre los finalistas del premio Corona, un amigo lo llamó para grabar su primera canción, la cual aún no tiene nombre.
De hecho, sin que lo haya planeado, está formando un grupo con sus amigos de allá, que por ahora se llama provisoriamente "Los sicodélicos de playa", y mezcla el reggae con un rock medio sicodélico". Él toca guitarra y canta.
Simplemente se juntan y hacen música, sin ninguna expectativa concreta:
Pero respecto a los proyectos ecológicos, piensa que debe "invertir bien la plata, cada peso tiene que ser retribuido en el futuro de alguna forma",.
Para Vivero Regeneración, comprará dos baterías para el dron que usan para mapear los terrenos de las personas que contratan sus servicios de consultoría. También, quiere invertir para poner agua en la tierra que se compró.
En el corto-mediano plazo, quiere construir su casa y lograr que los cuatro proyectos en que está involucrado "no dependan de personas", sino "de la estructura" de las propias organizaciones, en que cada actor tiene claro su papel.
Y lo compara con cómo funciona un bosque:
—Cumple su objetivo sin que nadie le diga qué hacer —dice en su ejemplo—. Y está todo organizado de tal forma que hay más agua, que hay ríos, riachuelos, pajaritos, huiñas y bichos. Y todo funciona. Deberíamos poder lograr lo mismo a nivel humano, que se lograban en algunas culturas antiguas.
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Fue en Curanipe donde Felipe se interesó por el surf. Si bien la primera vez que se metió al mar con una tabla fue hace cuatro años, lleva un año aprendiendo más en serio. "Y es muy difícil", comenta.
Tras el accidente, se ha vuelto a meter dos veces. Se demoró poco en volver. Le habían dicho que recién en seis meses podría surfear otra vez, es decir, en julio; ello por los periodos de recuperación que tienen las arterias que envían sangre al cerebro.
Pero finalmente solo estuvo un mes lejos de las olas. Tras volver, la primera vez que se metió, estaba muy nervioso, con solo pensar en acercarse al agua ya se le apretaba la guata.
No se atrevía.
Hasta que lo visitó un amigo que hace surf. "Así como yo empecé a jugar a la pelota a los cinco años, él empezó a surfear los diez", cuenta. Y él le insistió en que intentara, que, aunque tuviera miedo, se metiera igual.
"Voy a surfear" se convenció Felipe. "Si me pongo nervioso, mala cuea". Y fue a la playa con uno de sus amigos con que toca música. Había sol, pero no viento. Cuando se metió por primera vez, los nervios ahí estaban. Pero apenas tocó el agua, esa sensación quedó atrás y todo volvió a ser, según dice, "como siempre".
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Felipe León, de 31 años.[/caption]