La dura y larga lucha por el amor entre un sacerdote y una catequista argentina: “Siempre recé para que él fuera fiel a su vocación”

Romina tenía 18 años cuando conoció a Hernando, y juntos entablaron una relación que dura hasta el día de hoy.

Hace 20 años, Romina conoció a Hernando, un sacerdote que cambió su vida por ella.

Romina Vásquez era una chica normal de 18 años. Una obediente estudiante y catequista en la parroquia de San Miguel Arcángel, en San Rafael. Nunca sospechó que la llegada de un sacerdote a aquella iglesia iba a cambiar su vida.

Hernando García ingresó al seminario a los 17 años, y los 26 se ordenó como sacerdote y fue enviado a la parroquia, donde conoció a Romina.

La conexión entre ambos fue inmediata y se convirtieron en grandes amigos, que se volvieron cada vez más cercanos. “Él era jovencito también. Y empezamos una relación muy linda, de mucha confidencialidad. Más allá de que era el cura, nos hicimos muy amigos. Me contaba sus cosas personales y yo también. Pero nunca pasamos ese límite, el de una amistad hermosa. Todo fue muy respetuoso”, cuenta Vásquez a Infobae.

Durante cinco años se hicieron inseparables, pero siempre como amigos. Las cosas cambiaron cuando Hernando tuvo que irse a Roma a estudiar teología. “La empecé a extrañar horrores, me di cuenta de que me moría sin ella. Me enamoré profundamente. Y dije: listo, ¿por qué sostener algo que no iba más?”, dijo.

Romina vivía lo mismo, pero en Argentina. “En ese momento no había WhatsApp. Nos escribíamos por mail. La distancia nos pegó fuerte, la separación nos provocaba una tristeza total, y ahí nos dimos cuenta de que lo que sentíamos era algo más que una amistad. Los dos nos dimos cuenta de que estábamos re enamorados”, reconoció.

Juntos enfrentaron al mundo

En un viaje relámpago a Argentina, Hernando y Romina se reunieron y hablaron de la situación. “Me proyectaba para adelante y no quería mi vida así. Verdaderamente, ella me gustaba y era con quien quería compartir el resto de mi vida”, recordó Hernando.

“Siempre fuimos muy libres en el pensar. Nunca sentí el escrúpulo de decir: ‘¿Cómo me voy a enamorar de un cura?’. No lo busqué, es más, siempre recé para que él fuera fiel a su vocación, porque era una buena persona. Pero pasó. Lo que sí sentí fue temor. Imaginate que había ido a esa parroquia desde los seis años”, cuenta ella.

Pero las cosas no serían fáciles, por un lado, Romina no podía hablar con su familia de lo que sentía porque estos eran muy importantes dentro de la parroquia. Por su parte, Hernando tuvo que enfrentar a la curia.

“Ya había hablado con el cura de la parroquia San Miguel, y había quedado todo mal. Pero hasta que no hablara con el obispo Taussig y obtuviera la dispensa, no sentía que estaba afuera”, recordó.

“Fui a verlo el 1 de enero de 2009 y me atendió. Le conté cómo había sido la historia, los motivos por los cuales me iba. Me respondió que no me iba a retener, si quería tomarme un tiempo. Y le dije que estaba más que seguro y decidido. Pero una de las grandes miserias que tiene la Iglesia es que lo confidencial no existe”, recalcó.

“Siempre por alguna pared se filtra algo que no se debe filtrar. Lo mío era una cuestión personal, levantar la mano, irme y listo. Sin echarle la culpa a nadie. Es cierto que me habían condicionado para ordenarme, pero yo había dicho que sí. Pero todo se tergiversó y empezaron a decir que yo había acusado de borracho al sacerdote de mi parroquia. Y lo sacaron de allí”, aseguró Hernando.

Las cosas se salieron de control y Hernando comenzó a recibir amenazas de golpes, sus amigos de la parroquia desaparecieron y quedaron sólo con un aliado, un sacerdote mayor, que logró entenderlos.

La vida tras el sacerdocio

El noviazgo comenzó oficialmente cuando Hernando dejó el sacerdocio. “El primer beso, igual, fue cuando ya había dejado de ser cura. Fue como terminar de fusionar lo que ya estaba unido, que eran nuestras almas. Ese beso y ese abrazo fue muy bonito, muy puro, muy de Dios”, aseguró Romina.

Luego vino una nueva lucha: ellos querían casarse por la iglesia. Según cuenta Infobae, les aconsejaron conseguir una dispensa y Hernando debía tomar distancia de San Rafael.

“Fue ‘andate y viví como puedas’. Yo estaba recién recibida, trabajaba como kinesióloga en un instituto y le pasaba lo que podía. Él vivía en una pensión muy básica, parecía El Chavo. Pero nosotros queríamos estar juntos. Todo eso lo hicimos para poder casarnos por la Iglesia, como nos dijeron”, aseguró Romina.

Al regresar a San Rafael, la fortuna les sonrió y sus familias aceptaron su relación, pero la iglesia no. “Cuando estaba en Mendoza y venía, seguíamos practicando la fe, es decir, yendo a misa. Íbamos a la Catedral, que era el lugar más popular, por así decirlo. Pero el obispo nos dijo que no fuéramos, que escandalizábamos a la gente, que acudiéramos a iglesias menos concurridas”, recuerdan.

En la parroquia de San Miguel la situación era peor. Todos les dieron la espalda. ”Pero en un momento a mí me daba miedo salir porque no sabía si me iban a hacer algo, esa gente estaba re loca”, agregó Romina.

Un matrimonio feliz

En febrero de 2012, se cansaron de esperar por la dispensa papal y optaron por casarse por el civil. Pidieron una bendición a un sacerdote amigo y se formalizaron sus tres años de relación. “Así que hicimos una ceremonia muy bonita, con una imagen de la Virgen. Intercambiamos anillos y nos bendijeron nuestros padres. Estábamos felices de la vida”.

Pero vendría otro giro en la historia. La dispensa pontificia llegó al mes siguiente, y según se enteraron estaba lista desde octubre del año 2011, pero nadie les avisó.

Pasado el disgusto, cumplieron su sueño y se casaron por la Iglesia el 26 de mayo de ese año. “Nos casó un cura amigo de Hernando, que más tarde también dejó la Iglesia. Fue muy bonito, fue como quisimos. No por una cuestión de papeles o del vestido blanco, sino porque lo sentíamos así. Queríamos tener el sacramento de la Iglesia”.

Hoy siguen juntos, Romina tiene 41 años y Hernando 50. Actualmente viven la religión de forma distinta a como la vivían antes y por ejemplo, ya no van a misa. “No es por falta de fe, sino que fuimos llevando nuestra religiosidad a nuestra manera, en el día a día, en lo cotidiano. Cada uno tiene sus rituales, y rezamos el Rosario. La fe está, no podemos concebir nuestra vida sin Dios. Todo nos remite a Él. Y nuestra gratitud es infinita por todo lo que somos”.

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