Tiene apenas 22 años, pero ya puede presumir de una carrera meteórica dentro de la industria japonesa. Autodidacta, de niño aprendió a animar sus dibujos mirando tutoriales de YouTube, pero recién en 2021, cuando tuvo al alcance un computador acorde y una tableta digital, pudo ponerlo en práctica. Desde entonces, el nombre de Martín Kiings ha tomado por asalto los créditos de clásicos como Ranma o incluso de Dan da dan, uno de los animes más taquilleros del año pasado. Aquí, los detalles de un sueño hecho realidad.
Una mañana de diciembre de hace dos años, todavía algo dormido, Martín Reyes manoteó su teléfono celular y miró las notificaciones. Había más que de costumbre y la mayoría venía de Twitter: una pila de likes, retuits y visualizaciones. Un pequeño reconocimiento a su última publicación, un video donde dejaba ver —a cuentagotas— su destreza para el dibujo y, en especial, la animación. Como era la primera vez que pasaba, pensó que tal vez ya era hora de revisar el correo que había dejado tiempo atrás como contacto en su perfil y que tenía casi en el olvido. Entonces allí, en la pestaña de recibidos, le esperaba, desde hace unos cuatro días, una propuesta surrealista, irresistible: firmaba un tal Seki-san, de A-1 Pictures, estudio de animación japonesa a cargo de series como Fairy Tail, Sword Art Online, Your lie in April, Erased y Kaguya-sama, y lo invitaba a participar en una nueva producción.
—Veo un mail en japonés, y digo ¿qué es esto? Me levanté, lo volví a mirar y dije: no, no me lo creo —hace memoria Reyes—. Lo traduje entero y pensé, nah, debe ser scam (una estafa). Igual, con la re desconfianza respondí.
Seki-san contestó de vuelta y, después de cruzar algunos mails, llevaron el resto de la conversación en Discord. Impresionados con su trabajo, a Reyes le ofrecieron incorporarse al staff de animadores de Nier: Automata, anime inspirado en el videojuego de 2017, y después de un breve —pero severo— período de capacitación, o algo así, su nombre apareció grabado en los créditos del episodio 12: Martin Kiings, decía.
Y él no lo podía creer.
—Hasta el último segundo, hasta que no salió el episodio, creí que era un scam.
La relación entre Martín Reyes y el dibujo comenzó como bien pudo haber comenzado la de cualquier otro niño: se estrenó a los pocos años y sus primeros diseños no destacaban particularmente. La diferencia, sugiere él, está en que nunca lo dejó. Mientras otros niños ya gastaban su tiempo en otras actividades, Reyes podía pasar varias horas dibujando, lo que a la larga resultó en un mejor nivel y en el interés de sus padres. Ellos lo llenaban de croqueras, lápices de colores o buscaban las formas de catalizar su talento. Incluso en los albores de su adolescencia, cuando amagó con soltar los lápices, su madre lo instó a recobrar el interés. En su registro, fue ese el momento en que empezó a tomar las cosas en serio.
Y tomar las cosas en serio lo acercó, lentamente, a la animación: “Empecé a querer mejorar, porque me pasaba que mis dibujos se sentían como quietos, ¿cachái? Cuando creaba algo yo, no sentía que fuera dinámico, que se viera algo fluido, sino que se veía algo como tieso. Empecé a ver a artistas que sin animar, sólo con la ilustración, lograban fluidez. Al pelo de sus personajes se le notaba el movimiento, y ahí empecé a intentar llegar a eso. Creo que se relacionó con la animación sin querer”.
En ese tiempo, sus amigos del colegio lo trataban de convencer a como dé lugar de hacer su propio manga (historieta japonesa). “Desde chico me lo decían”, recuerda Reyes, “oye, hace un manga, hace un manga, erís muy bueno pa’ dibujar”. Sin ser otaku —del todo, “porque no he visto muchos clásicos”—, hasta esa fecha Reyes había seguido con atención Dragon Ball, capítulos sueltos de otras obras como InuYasha o Detective Conan y llegó a asustarse con algún villano de Naruto. Hasta que descubrió el anime que en realidad lo aproximó al mundillo: “Me enganché, a los 12 o 13, de Shingeki no Kyojin y formé un lazo ahí bacán, porque fui creciendo como en la misma edad que tenía Eren (el protagonista) a medida que avanzaban las temporadas. Terminó y yo también tenía 21, fue cuático. Ahí empecé a ver más series y fue otra cosa, porque las empecé a ver serializadas”.
Acaso impulsado por esto —y desde luego la insistencia de sus amigos— aceptó el consejo. Pero al rato hubo un cambio de planes.
—Dije: ya, voy a hacer el manga. Empecé a diseñar personajes y todo, o sea dibujándolos nomás, pero cuando me senté, fue como: no sé hacer nada. Porque no leo manga, nada. Lo que a mí me gusta es el anime. Así que me dije: voy a hacer un anime. Nadie ha hecho un anime, lo hago yo. Y por ahí se dio el hecho de querer aprender animación.
—¿Y cómo aprendiste a animar?
—Se me había muerto mi computador, ese que te dan como en séptimo básico. Y a mí, por vulnerabilidad, me habían dado uno que era mejor, entonces ahí partí haciendo como intros de YouTube que antes estaban súper de moda. Empecé a aprender Cinema 4D, After Effects y me volví enfermito de eso unos tres años. También toqué Blender, entonces tenía muchos conocimientos CGI (imagen generada por computadora). Claro, estaba acostumbrado a los softwares, y cuando quise aprender a animar, me puse a ver tutoriales. Hice una playlist de 500 videos, con tutoriales de música pa’l anime, de todo. De Blender, de los programas, de cómo mezclar 3D y 2D, y los iba viendo, los veía una y otra vez. Entonces, cuando di con el PC, que fue cuando entré a la universidad, ahí abría el programa y sabía hacer todo.
A las largas jornadas de YouTube dedicadas a aprender, Reyes le sumó deporte. Por cuatro años —hasta agosto del 2024, calcula— hizo calistenia. Se interesó por la biomecánica y anatomía del cuerpo “para poder entrenar bien”, de modo que “cuando aprendí cómo funcionaba el cuerpo”, el resultado “se reflejó caleta en el dibujo”. No obstante el problema, hasta hace no mucho, es que no tenía cómo poner en práctica lo aprendido. Una tableta de dibujo china, con la que sólo podía hacer líneas rectas, le duró dos semanas. Su hermano mayor le prestó la suya, pero tampoco era lo suficientemente cómoda. Le frustraba no poder “limpiar” con facilidad, “porque no veía lo que dibujaba”. De eso se dio cuenta su padre, quien tomó cartas en el asunto: “Me dijo: ya, trabaja conmigo y compramos la tableta, te pago tanto al día”.
—¿Qué hicieron?
—Mi papá trabaja de constru, pero independiente, le piden cualquier cosa y la hace. Desde pintar piscinas, decoraciones, cosas estructurales, lo que sea. Iba con él a las pegas, me pagaba cierta plata al día y cuando lograba juntar la mitad o tres cuartos, él me ayudaba. Así compré el PC y la tableta. El PC lo compré el 2021, cuando empezaron las clases online de la universidad, en verano, en marzo. Y la tableta, no sé, como dos o tres meses después. Ahí estuve practicando un año.
El dibujo con el que Martín Reyes debutó su tableta fue el personaje protagonista del anime que prometió hacer, Sekai no kyuuseishu, que traducido al español es El salvador del mundo. En el primer TikTok de su perfil, cuenta que “al tener una buena base de dibujo”, su “nivel de animación” fue “escalando” deprisa, y “al poco tiempo” empezó a compartir sus avances en Twitter con el hashtag #indie_anime. Ese hashtag, explica luego, “es muy utilizado por los asistentes de producción para buscar nuevos talentos”, por lo que, a la espera de alguna oportunidad, decidió agregar un mail a su biografía. En diciembre de 2022 llegó.
—¿Cómo partió tu trabajo con A-1 Pictures en Nier: Automata?
—Me mandaron un PDF que yo ya había visto en los videos de YouTube de un animador que se llama Yen, que está contratado por Toei Animation y trabaja en One Piece. Yo había buscado ese PDF, pero tenía que esperar a entrar a la industria para que me llegara. Me dieron una semana para leerlo y dos semanas para practicar lo que ahí salía y hacer second key animation, que es básicamente aplicar las correcciones del director. Pero eran cortes que ya se habían hecho. Después contrastaban mi trabajo con el original y, como había cierto parecido, me dijeron: ya, a trabajar. Fueron dos cortes de práctica, me demoré una semana. Era desafiante al principio pero después caché que era casi nada de pega.
—Una semana no parece ser un período suficiente para todo eso…
—Claro, porque piensa que en Japón a los animadores los preparan. Cuando entran a la industria, a un estudio, firman contrato, entran haciendo second key y douga, que es como los in betweens, y están como dos años haciendo esto. Y ahí recién les confían sus primeras escenas.
—Aquí fueron al grano.
—Sí, fue como una semana y ya, partiste, a trabajar. Fue repoco y claro, fue como: ‘ya, se te va a pagar tanto por corte, es lo que estamos ofreciendo, y tenís hasta tal fecha para entregarlos’. Era un mes para entregar dos cortes, pero eran cortes difíciles. Uno estaba ayudado por CGI de referencia, no me entregaron carpetas ni diseño de personajes hasta unas dos semanas después. Del storyboard no me mandaron un PDF, me mandaron un pantallazo que no se entendía nada. Y yo no me sabía los personajes de la serie, así que busqué y pensé, por ejemplo, que era un personaje mujer por el perfil del dibujo, y después no, era un hombre. Me equivoqué caleta de veces y tuve que corregir. Yo enviaba los dibujos y me decían que corrigiera algo, y volvía, y así todo el rato. No había una estructura porque la producción estaba rota.
—¿Fue lo más desafiante hasta ahora?
—Y el hecho de que el señor Seki es un japonés que traducís en el traductor y no se entiende nada. Hay algunos japoneses que yo traduzco y se entiende perfecto, pero hay otros que no se les entiende nada. No sé si será por un dialecto o porque algunos usan un lenguaje mucho más formal que otros. No sé qué será, pero justo a él no se le entendía nada. Me intentaba mandar cosas traducidas y menos se entendía. Entonces la barrera idiomática, sobre todo al empezar, que de por sí no entendía nada. Ah, y el PDF no explica todo lo que hay que saber, esa fue la barrera más difícil.
Después de participar en Nier: Automata, a Martin Kiings (el nombre con el que firma sus trabajos) lo contactó un asistente de producción, Kimura, quien también era presidente de un estudio pequeño que prestaba sus servicios a otros más grandes. Con él colaboró en tres series: Dog Signal —”un anime educacional para tener buenas conductas con perros en Japón, ya que allá no tienen mucha cultura de perros”—, Rinkai! —”un anime promocional para el ciclismo femenino en Japón, que era un deporte ícono pero después de la Segunda Guerra Mundial se perdió mucho”— y en la segunda temporada de Blue Lock —famoso anime de fútbol—. Mientras tanto, Reyes seguía subiendo sus prácticas a Twitter repitiéndose el ciclo. Así llegó por su cuenta a trabajar en Bang Bravern y, más tarde, en los remakes de Ranma ½ y Yaiba y en tres episodios del —para muchos— mejor anime de 2024, Dan da dan.
En apenas dos años, Reyes ya trabajó con Wit, Mappa, Production I.G, A-1 Pictures y Bones, la élite de la animación japonesa, y realizó todas las etapas que contempla la animación.
—En Internet se lee mucha crítica contra la industria, se dice que los estudios explotan a sus animadores. ¿Es así?
—Pasa todo el tiempo. Se arma un comité de producción, con el mangaka (autor del manga), con todas las personas, y al final el que es representante del estudio, que es el presidente, acepta o no las fechas. Por lo general, va a depender mucho de la filosofía del presidente del estudio para que se den o no se den estas cosas. Sé que Mappa es como ok, vamos a animar todo lo posible al costo que sea necesario para ser el mejor estudio de animación. Y hay otros que dicen: vamos a animar uno al año para dar la mejor calidad de animación. Y al ambos funcionar, al ambos vender y ser éxito, se siguen manteniendo las mismas prácticas. Entonces aceptan fechas que no son viables para los animadores y, ya aceptada la fecha, hay que entregar. Pasa mucho, por ejemplo con Jujutsu Kaisen (uno de los animes más taquilleros), que cualquier animador mataría por un crédito, entonces dan lo mismo las malas prácticas, que te paguen poco o no te paguen. Da lo mismo todo, porque vai a tener un crédito en Jujutsu, que te va a abrir muchas más puertas a animes mucho más bacanes. Yo siempre menciono que hay muchos factores para un animador y que se diferencian de un viewer.
—¿Por ejemplo?
—A un viewer lo que le da satisfacción es que un anime tenga buen audio, buena animación, que tenga buena música, buen coloreado. Pero para que un animador entre a un anime bueno, tiene que haber otras condiciones: que te paguen bien, que tengas buenos tiempos, que tenga buen personal, que te dé satisfacción personal participar en ese anime y por último, tener libertad creativa. Lo que pasa es que muchas veces, como el animador también es fan del anime, se deja llevar más como viewer que como animador. Se suelen ir a animes que, claro, le dan mucha satisfacción personal, pero se te caen los otros cuatro pilares. A veces el crédito lo amerita, pero se presta la situación para que se den estas malas prácticas. Igual, yo creo que los que más sufren son los productores.
—¿Has sufrido alguna de estas malas prácticas?
—A mí no me ha pasado tanto eso de que me pidan tiempos insanos, creo que me organizo un poco mal y por eso a veces duermo poco. Al principio sí se debe a la mala paga: te dan buen tiempo, pero te dan mala paga. Entonces tenís que hacer rendir menos plata en más tiempo y, por ende, es aún menos plata. Si por ejemplo te dieran 100 lucas pa’ una semana, o pa’ media semana, te rinde caleta. Pero son 100 lucas pa’ un mes o 200 lucas pa’ un mes y eso no rinde nada. Entonces, tenís que sí o sí tomar tres animes a la vez para sacar un poco de plata y al final uno mismo se termina sobreexplotando. Si es por plata, te vai a tener que sobreexplotar al principio caleta. Si es por salir de ahí rápido, avanzar, también te tenís que sobreexplotar, porque tenís que participar en la mayor cantidad de animes posibles y con la mejor calidad posible para que alguno de esos te dé una mejor oportunidad. Ya sea por plata, oportunidades o por portafolio, te vas a terminar sobreexplotando.
—Tú tuviste que dejar la universidad.
—Sí, entré a estudiar Diseño Gráfico al DUOC de San Carlos y salí cuando pasé a cuarto año. Mi idea era sacar la carrera, pero ya no dio más, me tuve que salir por fuerza mayor. Ya no estaba dando y antes de que se complejizara la situación mental, de no entregar cosas en la u…, mi polola se tanqueaba todo lo que yo no entregaba, somos del mismo grupo. Y aparte, llegaba a mi casa y me costaba hacer la pega por estar en llamadas de la u, no podía, llegaba sin la pega. Entonces fue como que no daba más.
—¿Y ahora cuál es tu situación?
—Estoy trabajando solamente con una producción y estoy negociando un contrato, que es muy poco frecuente, sobre todo con un estudio bueno. Por lo general, los estudios chicos contratan personas extranjeras, pero pagan nada, te dan mucha pega y al final no sacái nada, porque tampoco ganái reconocimiento y no podís escalar a animes más bacanes. Yo ahora estoy trabajando con un estudio, llevo dos episodios y se supone que después de esto, se vendría la negociación de contrato. En unos pocos días, el 28 de enero, voy a estar allá y tengo juntas con todos los estudios con los que he trabajado. Me van a presentar, dar vueltas en los estudios, tengo cenas con mucha gente. Y bueno, se puede avanzar mucho más en el tema del contrato estando allá presencial.
Desde hace unos meses, además de su labor en la industria, Reyes levantó un curso online que llamó Formación Sakuga. Dividido en seis pilares —Sociedad japonesa, Satsuma (metodología que enseñan los directores), Base/Teoría, Organización, Finanzas y Red de contactos—, repasa en detalle su experiencia en la élite de la animación japonesa. “Yo recorrí el camino dos años solo, te lo brindo en tus manos en sólo un mes intenso”, es su promesa. Dividido en dos categorías, principiante y pro, va desde el famoso PDF que inició su hoja de ruta, hasta los tips necesarios para hacer a “un personaje caminar, correr” o “cómo hacer fuego, agua”, en síntesis, “los estándares en Japón para animar ciertas cosas”.
—Los cursos partieron porque sentía que era un mercado que no existía —dice Martín Kiings—. Nadie está haciendo cursos y los que hay son de animación como tal. Cómo se anima una pelota saltando, un personaje caminando. Pero para la animación japonesa eso no sirve de nada, porque no es económica. No había nadie que explicara cómo se hace en la industria, a menos que estudies en una escuela en Japón. Dije: ya, me presto pa’ esto. Desde chico siempre he estado frente a la cámara, porque tenía canal de YouTube donde subía Minecraft, lo que fuera, me lancé y le fue súper bien.
—¿Qué sigue en tu carrera?
—En términos de animes, me gustaría algún día participar en One Piece o Jujutsu Kaisen, y eso que no he visto One Piece, pero lo que hace el equipo y las ganas que le ponen es algo tan grande, que va más allá del amor al anime. Va por el amor a la animación. Y quiero hacer mi anime, Sekai no kyuuseishu, pero quiero que sea algo impactante. No quiero que sea un anime latino y que lo vean por eso, sino sacarlo y que explote por el contenido. Me pasa mucho cuando veo restoranes que son temáticos y la gente va porque son temáticos, pero la comida sabe a nada: es esa misma sensación, y no quiero que pase eso.
—¿Cómo va el proceso?
—Al principio la idea era hacerlo solo yo, un capítulo, un episodio piloto, pero después redujimos hasta el opening porque es más viral, se reproduce más veces, puede generar más dinero. Pero ahí quedó por temas de tiempo, y porque decidí no hacerlo yo solo sino generar un equipo y estoy en eso. Quiero hacer contactos ahora que voy a Japón y quiero ver si puedo hacer un equipo brutal. La filosofía de apurar los animes y que salgan todos mal hechos no me gusta. Quiero hacer un equipo perfecto de animación, un equipo perfecto de audio, un equipo perfecto de voces, de todo, y ahí sacar esto. Me gusta un arma de un tiro, que sea un tiro perfecto. Y que explote.