Las claves de la comedia del Gringo Mode On: “En Estados Unidos hay mucho humor excéntrico; acá quieren huevear, y eso es de chistes cortos”

El Gringo Mode On llegó a Chile hace 11 años y ahora sacó un libro sobre su experiencia. Foto: Rodrigo Bacigalupe
El Gringo Mode On llegó a Chile hace 11 años y ahora sacó un libro sobre su experiencia. Foto: Rodrigo Bacigalupe

Christian Fetterman lleva 11 años en el país y tituló su primer libro ‘11 mandamientos para ser chileno’. Pasó de ser un extranjero al que le enseñaban garabatos y lo emborrachaban con piscolas en las fiestas a pararse en escenarios frente a cientos de personas para hacerlos reír. Al principio no sabía si causaba gracia por sus chistes o por su acento. Estudió a Álvaro Salas y valora la propuesta de Don Carter. Ahora, consolidado en el ámbito local, entrega los fundamentos de su éxito.

A Christian Fetterman (34) siempre se le dio bien la comedia. La primera vez que se paró en un escenario y realizó un show de stand-up fue cuando tenía 16 años y aun vivía en Estados Unidos. En ese entonces no imaginaba que su humor se haría viral en Chile. Menos que viviría más de una década en el país y que sus experiencias serían traspasadas a un libro. En 11 mandamientos para ser chileno, el Gringo Mode On, cuenta como se adecuó a las costumbres nacionales.

Cuando habla sobre su obra, más allá del listado de mandamientos, prefiere enfocarse en los elementos que ha observado en la población local. “Son cosas que con el tiempo me he dado cuenta sobre la cultura y tratamos de ir más allá. Ya existen muchas cosas referentes al habla del chileno. Por ejemplo, incluimos la ‘Ley del Vivo’. Les encanta ser más vivo que los extranjeros. Acá una persona es viva o es perkin. Se mueven en esa búsqueda. Otro punto es que en este país se ama el cahuín. La sociedad es muy buena para el cahuín”, dice.

Pese a llevar 11 años y haber vivido entres ciudades, el estadounidense se sigue sorprendiendo de algunas situaciones. “Todavía me cuesta un poco acostumbrarme a algunas cosas. Porque la gente dice cosas sin decirlas. No necesariamente por debajo, porque igual entienden a lo que van. Entre los chilenos se entienden. En cambio, en Estados Unidos uno habla las cosas de modo más directo. Si alguien es desordenado tú le dices. Acá te dicen ‘oye, dejaste un calcetín en el suelo’. Me pasó cuando estaba en Los Andes, en mi primer año me dijeron ‘oye, tienes muchas monedas, pareces un duende’. Nos reímos, pero a la vez me estaba diciendo que estaba muy desordenado y no me di cuenta. Así estuve por meses”, relata.

Fetterman fue tomando todo eso y lo transformó en una propuesta humorística que hoy es un éxito, acumulando más de 700 mil seguidores entre Instagram y TikTok. Sin embargo, en el camino se encontró con dificultades diferentes a otros comediantes de la escena local. Por eso fue buscando referentes: “Al principio fue difícil, porque no sabía si mis chistes eran buenos o la gente solamente se reía por mi acento. Yo llegaba y decía ‘Hola, ¿cómo están?’, y se reían. Risa, risa, risa. Recién iba con la premisa, que era una premisa débil, y la gente se reía. La mitad del público se reía de manera desenfrenada. Tenía gente en mi mano solo por mi acento. Pero necesitaba aprender muy bien la estructura de un chiste en Chile. Me metí en eso y estudié a Álvaro Salas. Escribía sus chistes palabra por palabra. Él es muy rápido para rematar y lo mejor para eso es escribir. Subrayar y escribir. Otra referencia que tengo es Don Carter. Quizás sus chistes son súper ordinarios, pero tiene una estructura muy buena”.

Actualmente lleva siete años trabajando como humorista. Pero antes tuvo otros empleos. “Hice clases de inglés en un colegio que estaba en Los Andes. Después pasé mi currículum en todos los colegios de Viña del Mar, me quería ir para allá. Es la mejor ciudad del mundo. Me encanta ese lugar. Estaba buscando trabajo y el único lugar que me llamó fue un jardín infantil. Necesitaban alguien que le enseñara a los niños un taller de inglés, una vez a la semana. Así entonces les enseñaba cositas, ‘uno, dos, tres. Red, yellow, blue’. Fue una tremenda pega. Me gustó mucho”, recuerda.

Vivía en Valparaíso, una ciudad que le gustaba, pero era distinta a Los Andes. Aun así, dice que a pesar de los prejuicios, en la capital de la Quinta Región es el único lugar donde nunca le han robado: “El salto a Valparaíso fue brusco. En esa ciudad las motos van a toda velocidad, las micros, es increíble. Hasta los perros son guerreros en Valparaíso. Me intimidaron más. También las personas... Eso es Valparaíso. Son muy rápidos con sus tallas. El porteño lleva todo al nivel máximo. Hay que estar muy vivo, hay que ser bueno para huevear”.

De molestado a molestar

Cuando el Gringo Mode On recién aterrizaba en el país, se acostumbró a ser el alma de la fiesta. Un alma, eso sí, al servicio de los demás. “Al principio me juntaba con gente, empezamos a tomar y se ponen a huevear al gringo. Me sentía como la mascota del carrete, pero en vez de darme dulces por hacer alguna gracia, me daban chelas. En vez de hacer trucos, yo les decía garabatos. Les encanta curar al gringo”, recuerda. “Me demoré tres años en sentirme cómodo con el lenguaje”, agrega.

Christian Fetterman
Fetterman sacó su libro '11 mandamientos para ser chileno'. Foto: Rodrigo Bacigalupe

En esa línea, fue observando ciertas situaciones que le llamaban la atención al compararla con sus experiencias anteriores: “La fiesta chilena es distinta a las otras. La imagen que tengo es oscura. Siempre es un lugar con poca luz, mucho ruido y gente sentada en una mesa con un par de piscolas. Es todo un mood. No sé por qué, pero siempre, no importa si es en el norte o en el sur, los lugares de la fiesta siempre están más oscuros. Es como si fuera la ley. Toda la gente vestida con chaqueta negra. Igual el hueveo es muy bacán, muy vistoso”.

Con el paso de los años pasó de ser el ‘gringo hueveado’, a tomar la iniciativa humorística. Ya establecido como comediante, ha tenido la oportunidad de diferenciar como es la actitud en las distintas zonas a lo largo del país. “Los nortinos que me han tocado igual son súper buenos para huevear. Dicen que los nortinos son más callados, más fríos, pero no sé. Claro que en el sur la exigencia es máxima. La gente reacciona distinto a los chistes. Cuando voy a Iquique la reacción es distinta. La gente del norte como que quiere llegar a mi remate antes. Están ansiosos por resolver el chiste. Es como ‘ah, yo puedo más rápido’. Y a veces se cuentan el chiste dentro del público. Si alguien se sabe el remate como que lo sopla al resto. En el norte pasa eso, no sé por qué”, dice.

Luego de conocer bien que es lo que hace reír a la gente, Fetterman cuenta como adoptó elementos que fue sumando a su propuesta: “Mi mejor maestro ha sido el público mismo. Ellos saben exactamente lo que quieren escuchar. Yo intento tener algunas referencias. Por ejemplo, tengo camisas características. Partí con una camisa que decía ‘I love Chirimoya’, en vez de ‘I love New York’. Puse Chirimoya y nadie tenía una hueá así. Empecé a imprimir más y después tenía ‘I love sopa’. A los chilenos les gusta esa representación de ver algo tan local en la camiseta”.

“Aquí les encantan las cosas del momento. Hace un tiempo a la gente le encantaba escuchar chistes donde se menciona a Junior Playboy, a Miguelito. Como referencias dé. Están ansiosos por escucharlo. De la Naya Fácil... Son personajes que van rotando con el tiempo. Incluso sin premisa igual queda bien, pero si está bien estructurado para el remate, la gente explota de risa”, agrega.

Fue en medio de todo esto que decidió hacer su libro, el que por ahora se puede encontrar en sus shows, pero que piensa vender digitalmente. Fetterman creo que el formato escrito es una oportunidad de explayarse un poco más en un medio donde todo debe ser veloz: “Me ha tocado hacer videos, sobre todo ahora con TikTok e Instagram, y también en el stand-up, donde la exigencia es muy alta, tienes solo segundos para dar risa. El espacio es para meter una ironía o un chiste del pico. Tienes tres segundos para llamar la atención. El algoritmo es muy exigente. Y llevado al stand-up, el chiste corto manda. La gente no quiere humor observacional, quiere remate, remate, remate. Me encanta, pero es un arte marcial hacer chistes en Chile e igual quería desarrollar una historia más larga, apuntar desde otro ángulo. Incluir apoyo visual, tengo un ilustrador que dibuja muy bacán. Quería armar un equipo y el libro fue una de las mejores excusas para hacerlo. Escribir el libro fue un proceso de 11 meses”.

Diferencias y experiencias

Su vida cambió de rumbo cuando, después de sus estudios, se dio cuenta que debía salir de Estados Unidos y elegir un país al que emigrar. Entonces escogió uno que se adecuara a su personalidad. “Cuando terminé la universidad estaba como medio perdido con la vida... Los gringos que se creen bacanes, que se tienen muchísima confianza, van a Brasil, a Colombia, o a México. Los gringos más ansiosos, o que se sienten como oveja negra en sus familias, se vienen para acá. Como que Chile nos recluta, recoge y nos pone de pie. Hay un arquetipo de gringo que va a cada país. El arquetipo de gringo que viene es más... está fallado, en un buen sentido”, dice, entre risas.

El choque cultural fue fuerte y lo sigue viviendo. Sin embargo, su conocimiento no era nulo: “Cuando empecé a aprender español, a los 19 o 20 años, tenía un vecino chileno. Él tenía como 75 en ese tiempo. Un día mi mamá me dijo que debería juntarme con Carlos a jugar ajedrez y a hablar español. Eso es todo lo que hicimos. Era una persona como muy... llevada de su idea. Era una especie de inventor. Hacía poesía. Él era de Valdivia, se llamaba Carlos Rodríguez. Falleció hace un tiempo. Fui a su funeral en Chile y su familia no sabía que hacía yo ahí. Les comenté que jugaba ajedrez con él en Estados Unidos. Después de eso me aceptaron. Pero hubo un momento así como de... ‘¿Quién es él?’”.

La mayoría de las experiencias que ha vivido el Gringo Mode On son positivas. Sin embargo, también le ha tocado estar en situaciones en que debe remar contra la corriente de un público hostil. “Un bar tiene un espacio para huevear, uno puede sacar a alguien del público, tirar chistes toda la noche y se pasa genial. En una fonda... Las reglas son completamente distintas. La diferencia es grande. Una vez me tocó animar y después venía una banda, estaban atrasados, entonces me dijeron que alargue el show unos 40 minutos más. ‘Haz tu chiste, dale con todo, eso es tuyo’. Me subí al escenario y dije ‘¿Cuál es el estado más sorprendente de Estados Unidos? Míchigan, MÍCH-igan’, y vinieron las pifias. Estaba lleno de curados. De hecho, me dijeron antes de subir al escenario, si podía pedirles que no peleen. Cuando lo hice, me abuchearon”, recuerda.

Christian Fetterman
Fetterman posa para La Cuarta caracterizado como un Moisés criollo. Foto: Rodrigo Bacigalupe

Observando a Estados Unidos y Chile, Fetterman ya tiene claras las diferencias en el humor de ambos países: “En EE.UU. se ponen de moda películas como un cabro chico que tiene mucha vergüenza y quiere salir con una chica del colegio y no sabe cómo expresarse, de ese estilo. Solo el hecho de que le cueste decir algo, es chistoso. Al chileno eso no le da risa, le es incómodo. Es cringe. ¿Dónde está el hueveo? Ese humor realmente no existe, intentaron hacer The Office y no funcionó. En Estados Unidos hay mucho humor excéntrico, muchas sitcom. Todos los personajes son raritos y el hecho de que sean raritos es chistoso. Acá no, quieren huevear, y el hueveo es de chistes cortos”.

“El chiste del pico siempre está. Está en el aire. Está con nosotros en todo momento. Al principio me costó asimilar el hecho de que muchos carretes terminan con esos chistes. El chileno valora mucho la rapidez, el gringo valora un poco más la variedad, que tenga un ángulo no esperado. Aquí tienden a hacer chistes del otro y el otro se defiende con un chiste de vuelta. Se genera un montoncito de chistes. Eso no existe en Estados Unidos. Conozco gente muy chistosa allá, pero más pausados, hacen una reflexión y después viene el remate. El chileno es más directo”, agrega.

Su creciente fama lo llevó a ser invitado de un reality. Sin embargo, desistió de la oportunidad al ver como era la vida dentro: “Me llamaron y me dijeron que les encantaría que participe. Fue raro, porque me preguntaron si tengo polola y dije que sí, que estoy en una relación súper bacán, llevamos dos años y estoy muy feliz, a lo que me comentaron que era mejor que fuera soltero... además era estar con una cámara todo el día. Algo así como estar en un domo y ser un ratón de laboratorio, vigilando todo lo que haces. Me sonó tanto a tortura que lo rechacé. Es como un purgatorio de mierda. ¿Quién voluntariamente va a hacer esto? Así que dije que no”.

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