De paso por Chile tras unos meses en Nueva York, donde volvió a recorrer el Madison Square Garden con sus carros, el Conejo Martínez recibió al diario pop en la bodega de ByConejo para hablar de su última resurrección, quizás la más prometedora. También sobre su nuevo rol, “apadrinando” a chilenos que buscan una oportunidad en Estados Unidos, y los desafíos que se propone aun a sus 63 años. “Me veo trabajando hasta que me muera”, sincera.
—Yo siento que todos podemos ser millonarios, hueón.
—¿Cómo?
—El mundo está lleno de billetes, y hay que ir a buscarlos. ¿Cómo los alineái para tu bolsillo? Yo hablo con los billetes…
Luis Guillermo Martínez Moreno aparentemente siempre sabe qué decir, y puede que ese sea el argumento que permita despejar una duda razonable: por qué su historia se resiste una, y otra, y otra vez al final. “En serio, yo hablo con los billetes”, me repite el Conejo con la sonrisa de costumbre, sentado frente al escritorio de una de las oficinas del segundo piso de la bodega que montaron junto a Iván Martínez, Emanuele Mauriziano y Andrés Palominos al filo de la intersección de la Avenida La Serena y Cerro Tronador, en La Pintana. Este es apenas el último de sus regresos luego de perder virtualmente todo lo que supo avanzar en 2019, producto del Estallido Social y la pandemia del coronavirus.
—Por ejemplo con Gabriel Mistral, y le digo “tráete a unas amigas”. Cuando veo a Arturo Prat en el de a 10, “Arturo, qué pasa con unos amigos pa’ que nos juntemos”. A (George) Washington en el dólar... a (Thomas) Jefferson, y así. Uno tiene que tener la alegría —alecciona Martínez—. Cuando tenís problemas es redifícil, pero la manera de revertirlo es trabajar: no hay otra.
El Conejo llegó a Chile hace un par de semanas después de un largo período en Nueva York. Allá, al igual que hace treinta años, como el 12 de octubre de 1991, agarró un carro de acero inoxidable, lo desnudó, lo roció con abundante agua, incluyó jabón, las lijas y, cuando lo vio impecable, se lanzó a las calles de La Gran Manzana. En unas cuantas horas vendió poco más de 400 dólares, acaso como en sus mejores años, y se convenció de que había que levantar ByConejo de nuevo en el país americano. A fin de cuentas, manejaba algunas certezas: en Chile, quizás como nunca antes, el proyecto caminaba gracias a una gestión mucho más cuidada; “la calle —sin la misma regulación que bajo el período de Trump— estaba tirada”, y él, claro, necesitaba de la calle. Le explicó su plan a uno de sus socios, Emanuele Mauriziano, y al poco andar de nuevo circulaba por el Madison Square Garden en busca de potenciales clientes. Desde entonces, su rutina ha sido prácticamente la misma que hasta hace un par de décadas, cuando la película de su vida —en formato reportaje de Contacto— lo catapultó a una inesperada fama. La diferencia es que ahora lo acompañan siete chilenos, de entre 22 y 27 años, que lo buscaron por redes sociales y quisieron vivir su propio sueño americano. A sus 63 años, el Conejo reconoce que ese ha sido un elemento clave:
—Hay que juntarse con gente joven en el trabajo. Me pasó en los Estados Unidos. Llegaron los muchachos, los preparamos como maniceros, y están andando muy bien. Están felices. Soy el Tío Conejo ahora —larga su risa contagiosa y luego retoma—; siento que tengo la misma edad que ellos. Caminé las mismas cuadras, me paré igual, dormí 52 días en la bodega... Nueva York es una batería, te da fuerzas no sé de adónde. Para mí, es mágico: pasái a ser un actor en cualquier momento.
Antes de terminar, eso sí, aclara:
—Sigo siendo el mejor. Y no voy a dejar que ninguno me gane. Sé que hay mucho bueno pero yo siento que soy muy buen vendedor, soy seco vendiendo.
Enseguida, en uno de esos asaltos que le son propios, el Conejo explicará el porqué: “Hay otros que le ponen muchas más horas que yo… pero yo soy vendedor rápido, cortito, puedo vender rápido 300 o 400 dólares. Y tengo una experiencia tremenda de lo que es la calle en Nueva York. No hay otro hueón que conozca la calle como yo. Yo me veo trabajando hasta que me muera. ¿Sabís lo que pasa? Voy a dejar los pies en la calle, porque es lo que me gusta, el ambiente, la gente. Puedo conversar con cualquiera, i can talk in english, i can talk in italian. Tengo facilidades, tengo una bendición, una estrella, no le tengo miedo a nada, hueón. Por eso soy el mejor”.
El Tío Conejo
Un mensaje de WhatsApp:
“Hoy día Juan me dijo que llegaron tres carros…, necesito esquinas, estamos trabajando 53 y séptima, 50 y octava y la 49 y Broadway…”.
El audio dura poco más de un minuto y es el primero de tres que el Conejo Martínez me enseña, con una sonrisa que denota algo más que satisfacción. Claro, hace apenas algunos minutos mencionó que ahora que recibió a siete chilenos y los preparó para ser maniceros de élite, cumple un rol que él mismo define como el del “Tío Conejo”. Y, por cierto, este audio es una de sus pruebas. Del otro lado, explica Martínez, le hablaba José Luis, uno de los jóvenes que lo acompaña desde el pasado 10 de febrero. Él, ahora uno de los más experimentados, está a cargo de los siete carros que tienen, le va informando de cada eventualidad y suele pedirle consejos para ubicar más esquinas. Cuando llegó en febrero, no sabía nada del país, tampoco del idioma inglés. Hoy, dice el Conejo, por las suyas, con algunos “truquitos”, se maneja sin problemas.
—Mira cómo me habla ahora…, estoy transmitiendo mi experiencia, les pavimentamos la calle. Quiero que haya más Conejos, quiero muchos Conejos. Los quiero ver felices. En Estados Unidos hay muchas oportunidades... diez años de Estados Unidos son treinta de Chile.
Para sustentar esa tesis, el Conejo propone un ejercicio, que es el mismo que le enseña a todos sus muchachos y que él mismo puso en práctica cuando comenzó: trabajar 100 días seguidos, con el objetivo de ahorrar en cada uno de ellos 100 dólares. Al final del proceso, cada uno tendrá 10 mil dólares, es decir, poco más de 7 millones 700 mil pesos chilenos. “José Luis lleva 34 días y ya tiene 3 mil 400 dólares ahorrados. Yo les digo: sale a buscar 100 para ahorrar, y el resto para comer, para el bus, el transporte, los otros gastos. Les impregno esa idea en la cabeza, de otra manera no sirve”, insiste el manicero.
—La torta no podís comértela solo, sino te vai a atorar. Quizá me coma dos pedacitos, porque soy glotón, pero la idea es compartir. Y creo que ese es uno de los grandes secretos de la vida —arriesga Martínez—. Actualmente tengo doce conejos acá en Chile y siete en Estados Unidos.
En concreto, la idea de ayudar a los chilenos que lleguen a Estados Unidos y brindarles una oportunidad en su rubro, el del maní, no es el único proyecto que maneja actualmente el Conejo. En los próximos días, se concretará uno de sus anhelos más grandes: instalar los platos típicos chilenos en Nueva York. Para eso, Martínez contactó por Instagram a los dueños de La Empanada Mía, una de las más tradicionales de la capital, y les explicó que existía la posibilidad de establecerse con un local allá. Tuvieron un par de reuniones, primero por videollamada y luego en persona, y los convenció de que era una buena idea. Actualmente tiene un 10% de esa sociedad y un 5% su hija, Eliana. Por eso, su plan es volver este miércoles 30 de marzo a Estados Unidos y “pimponear”: pasar un mes en La Gran Manzana para asesorarlos, volver a Chile para ver cómo sigue la compañía, y así. Próximamente, además, admite que le gustaría asociarse con alguien que quiera llevar las sopaipillas a Nueva York.
—El que quiera irse tiene que tener un pequeño capital, para primero ver dónde dormir. Como los indios primeros, la ruca, dónde dormir, y después tiene que tener una idea. Yo quiero ayudarlos, aterrizar esas ideas. Quiero que los chilenos conquistemos los Estados Unidos con las delicias chilenas. Y lo vamos a lograr.
El nuevo Super 8
—Ahora realmente somos una compañía. Es lo que siempre quise, pero no tuve la capacidad de administración, porque no soy controlador, y no lo voy a ser nunca. Lo mío es la calle.
Martínez sabe que es el que “la lleva” en el proyecto, porque es él, el Conejo, el que guarda la historia llena de vaivenes, cruzada por el éxito, la fortuna, el camino del héroe, los errores, una caída estrepitosa y unas cuantas resurrecciones. Pero sabe, también, que ya no toma las decisiones solo, como casi siempre lo hizo a lo largo de sus treinta años en el negocio, que ahora es un “soldado” más al interior de un largo equipo. Y por último, sabe que es lo mejor para que ByConejo prospere: “Yo no me lo sé todo, hay que saber escuchar”, apunta en ese sentido.
Y claro, esta modalidad de trabajo ha traído consigo sus primeros frutos. A modo de ejemplo, en la actualidad, la compañía vende sus productos —maní y almendras confitadas, maní salado, otra línea que comprende 31 sabores de maní, y próximamente cajú, cocos confitados y pistachos— en 374 almacenes entre las comunas de Recoleta, Independencia, Quilicura, Puente Alto, La Florida y Macul. La idea, en todo caso, es expandirse y llegar a Ñuñoa, Las Condes y Vitacura.
Lo mismo ocurre en el caso de los supermercados Jumbo. Para el equipo, uno de los desafíos que tienen por delante es “conquistar los Jumbo”. De momento, cuentan con permisos en los supermercados ubicados en el Mall Florida Center y en el Portal Ñuñoa. Una vez lo consigan, el objetivo es también instalarse en regiones. Ya hay algunos avances en La Serena y Rancagua. Para ello disponen de 28 carros en la bodega.
La idea del Conejo, eso sí, es aún más ambiciosa:
—Yo creo que tenemos muchas posibilidades de ser el próximo Super 8, que todos te ubiquen. Por eso hay que estar en todas las regiones. A eso tenemos que apuntar… y podemos.