La producción dirigida por Greta Gerwig es la película para sanar el corazón de la adulta que cuando niña jugó con Barbie.
Me tomó tres días procesar la película Barbie. No me había gustado el final, no entendía por qué Barbie, la muñeca, tenía que terminar así. Pero recién el domingo siguiente de su estreno, caí en la verdad. Analizando ese sentimiento indescriptible con el que salí del cine, que mezclaba rabia, pena, angustia, dolor, decepción, y un sinfín de palabras que podrían abarcar lo que a diario vivimos las mujeres.
Barbie no es una película cualquiera, no es un live action calcado de otra versión animada de la muñeca de Mattel. Barbie es la película que se siente como un parche curita en el corazón.
Barbie es la película para la adulta que cuando pequeña jugó con Barbie, ni siquiera para su niña interior, sino para la adulta que, de alguna u otra manera, está en conflicto consigo misma, que está rota por dentro porque no se sintió suficiente.
Aquella que se ve rodeada de una realidad que no siempre es generosa, ni mucho menos justa. Aquella que ha sido juzgada por años por cualquier decisión que tome y que fuera en contra de las normas sociales establecidas.
Aquella que quiso estudiar más de una carrera, aquella que quería ser independiente y no compartir con un Ken. Y aquella que aunque no lo anhelara tanto, nunca tuvo una Barbie, porque las circunstancias no se lo permitieron.
Barbie cometió errores, como cualquier humana, aun siendo de plástico. Barbie también perpetuó cánones de belleza imposibles. Sin embargo, su contexto histórico prácticamente se lo exigía, como a cualquier mujer. Y aunque nunca se haya declarado feminista, siempre lo fue.
Siempre quiso a su comunidad de mujeres, siempre permitió que todas brillaran por igual, siempre protegió a sus amigas, a sus hermanas; y lo más importante, dijo que podías ser lo que quisieras ser. Y por eso el final de la película duele tanto.
Barbie, gracias por esta revolución rosa. Gracias por enseñarme desde pequeña que podía querer mi propia casa, con mis propias reglas, que no necesitaba embarazarme para sentirme una mujer completa. Que podría estudiar lo que quisiera, porque cualquier título combinaba conmigo. Gracias por no rendirte y ajustarte a los cambios. Y por reírte de ti misma, cuando debías hacerlo.
Gracias a mi abuelita, por regalarme mi primera Barbie, aun cuando mis papás se negaron porque consideraban que era demasiado pequeña para tener ese juguete, pese a que, irónicamente, me compraban las típicas muñecas de guaguas. Sí, a los tres años estaba normalizado pretender ser mamás, pero no profesionales.
Así es que solo me resta agregar un gracias a Greta Gerwig y Margot Robbie, por darnos una película para nosotras y que, de alguna forma, los hombres nunca llegarán a entender.
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