En un recorrido que se adentra hacia unos 290 millones de años atrás, incluso antes de la aparición de estos gigantes, se lucen más de 30 figuras animatrónicas a escala real. “Dinosaurios y dragones fantásticos”, une ciencia e imaginación en una odisea que tuvo de testigo a La Cuarta como panorama imperdible.
Salta a la vista de golpe. Un enorme triceratops, de unos ocho metros de largo, está de pie en la entrada del Centro Cultural Estación Mapocho. Uno de los dinosaurios herbívoros icónicos de finales del Cretácico.
Con sus tres grandes cuernos, estaba armado para defenderse de otro gigante de ese periodo, el Tiranosaurus rex, que con sus enormes mandíbulas y sus pequeñísimos bracitos, aún se especula si era un depredador de toro y lomo, o si era más dado a la carroña. Ambos habitaron en lo que hoy es América del Norte.
Así arranca el evento Dinosaurios y Dragones Fantásticos, el cual está disponible desde el 7 al 24 de julio en este edificio patrimonial. La promesa es ser testigo de 30 más de fósiles y figuras animatrónicas que pueden superar los diez metros de largo.
Acompaña a este gigante el esqueleto de un Parasaurolophus, otro come-plantas que existió hace unos 76 millones de años. Tenía una distintiva cresta que apuntaba hacia atrás y que podía llegar a medir más de un metro. En calma, pastando, caminaba en cuatro patas, pero para correr levantaba sus manos y se largaba en carrera con su manada para huir de algún carnívoro o simplemente desplazarse.
Este trío de animales desapareció hace unos 66 millones de años con el impacto del meteorito de unos diez kilómetros de diámetro que dejó el cráter de Chicxulub, en la península de Yucatán, en México. El fin de su supremacía dio paso a las de los mamíferos, sacándolos de la oscuridad y pequeñas madrigueras.
Eso sí, los dinosaurios perduraron en el tiempo a través de las aves.
Al recorrer el lugar, se encuentran los esqueletos de algunos de sus descendientes, como el cernícalo, la tórtola y el pelícano, todas especies que pertenecen al grupo de los celurosaurios, que a su vez son parte de los terópodos, es decir, son parte del gran suborden de exponentes carnívoros (la gran mayoría) que caminaba en dos patas, como el propio Rex, el Velociraptor o, ya hacia el pasado, a los Allosaurus, que vivieron en el Jurásico Tardío.
Al continuar, aparece la recreación de un cría de Chilesaurus diegosuarezi, que vivió hace unos 145 millones de años, en el Jurásico, y que es exhibido en el espacio que ocupa la Sociedad Paleontológica de Chile (SPACH) en este recinto.
Las otras tres especies descubiertas en Chile son el Arackar licanantay y el Atacamatitan chilensis, ambas especies de cuello largo —saurópodos— del Cretácico, aunque de dimensiones menores que sus gigantes parientes de este orden. Por último, está el Stegouros elengassen, que es de los pocos acorazados encontrados en el Hemisferio Sur, que sería una especie de eslabón intermedio entre los géneros Estegosaurios y, posteriormente, Anquilosaurios.
La oscuridad
Tras ese arranque, se entra a un pasillo amplio y oscuro, salvo algunas coloridas luces que despiertan la expectación. Ya se oyen bramidos de las primeras bestias animatrónicas.
Y aparece un Dimetrodon, que parece un lagarto gigante con una gran vela sobre la espalda formada con su vértebras. Sin embargo, está más emparentado con los mamíferos, con nosotros, que con los dinosaurios, en vista de que pertenecían a la clase de los sinápsidos, no la de los diapsidos; es decir tenían una única abertura en el cráneo detrás de cada ojo, y no dos, que es una de las separaciones evolutivas clave.
Estos, conocidos como los mayores depredadores de su tiempo, existieron hace 290 millones de años, en el periodo Pérmico, anterior al Mesozoico que daría a luz a los dinosaurios durante el Triásico, tras la mayor extinción masiva de la que se tengan registros, unos 250 millones de años atrás.
Muy cerca, se ve una recreación de Archaeopteryx, un género que data de unos 150 millones de años, Jurásico superior. Se trata del primer terópodo que de inmediato se lo vinculó con las aves al tener plumas primitivas, y al menos habría podido planear. Así se convirtió en un eslabón entre ambos grupos.
Por aquella época, vivía otro gigante de cuello largo, el Braquiosaurio, que tenía un cuello de que llegaba a medir nueve metros, y se distinguía porque sus patas traseras eran visiblemente más cortas que las delanteras y por tener los agujeros nasales entre los ojos.
Antes, unos 190 millones de años atrás, apareció el género de los Dilophosaurus, caracterizado por tener dos crestas como medialunas en la parte superior del cráneo. Se hizo conocido en Jurassic Park I por su supuesta capacidad para escupir veneno, aunque eso es algo que la paleontología ha descartado con los años. A pesar de su aterrador aspecto, se cree que era carroñero por lo frágil de sus dientes; eso es objeto de debate.
Adentrándose más en el recorrido, se ve una primera escena con castillos y tesoros medievales custodiados por aterradores dragones.
Durante décadas se imaginó a los dinosaurios como inmensos y temibles reptiles, y a algunas especies, muy similares a las populares criaturas mitológicas que lanzan fuego. Y si bien ahora ya hay ilustraciones científicas que incluso se han animado a cubrir de plumas primitivas al mismísimo T.Rex, cual gallina gigante, ya hay un imagen popular consolidada... Y seguro será difícil cambiarla.
La fantasía agarra fuerza
Así, al avanzar, la historia de la evolución se empieza a mezclar con la fantasía. Tras el encuentro con un enorme Triceratops animatrónico, enormes dragones conviven con figuras a escala real de dinosaurios blindados con brillante pintura metálica, con cuernos, espinas y puntiagudos relieves imposibles.
Aparece un volcánico y apocalíptico escenario, con dragones de una y hasta de tres cabezas, que vigilan a su alrededor emitiendo feroces gruñidos. El rojo es intenso.
Al mirar con detención, entre estas bestias mitológicas se distingue un Velociraptor, que vivió hace unos 75 millones de años. Cada vez se sabe más sobre este género de terópodos, que vivió en Asia Central, en lo que hoy es el desierto de Gobi, en Mongolia. Tenían el tamaño de un lobo. La evidencia reciente apunta a que tenían plumas primitivas, las que podrían haber utilizado para regular su temperatura, tal como queda en evidencia con el ejemplar que muestra la exposición.
Ya en la recta final del recorrido, aparece el Apatosaurus, un cuello largo que vivió hace unos 150 millones de años, Jurásico superior, que poseía una extensa cola con forma de látigo. Llegó a medir 22 metros de largo y a pesar a unas 25 toneladas.
Hacia el futuro, en el Cretácico superior, aparece el Maisarura, 80 millones de años, que vivió en lo que hoy es suelo estadounidense. Fue el primer dinosaurio no aviar (menos emparentado con las aves) que fue encontrado con huevos, lo que entregó gran cantidad de datos sobre estos gigantes; por ejemplo, permitió levantar la hipótesis de que este orden de animales no dejaba a sus crías solas y que eclosionaran a su suerte.
Ya sobre el final, hay que mirar hacia los aires. Aparece el Pteranodon, que vivió hace unos 80 millones de años en Norteamérica. Presentaba tres enormes dedos, aunque esto es solo aparente porque, en realidad, hay un cuarto que evolucionó: se deformó y extendió para convertirse en cada una de sus alas. No tenía dientes y se piensa que su dieta se componía de peces.
Este género volador, si bien pertenecía al gran grupo de los arcosaurios, que incluye a los cocodrilos, dinosaurios y aves, en realidad es parte de los pterosaurios —popularmente llamados “Pterodáctilos”—. A diferencia de los dinosaurios, no habrían dejado descendencia hacia el presente. Entre ellos se encontraba el Quetzalcoatlus, que se considera el animal volador más grande que haya surcado los cielos, con unos 13 metros de largo. Se cree que en el suelo se habría visto del tamaño de una jirafa.
Para el cierre, otro gigante que la cultura de Jurassic Park lanzó a la fama con su tercera entrega. El Spinosaurus, un género que vivió hace 99 millones de años, en el norte de África (Egipto, Túnez y Marruecos), y del que se conoce solo la especie.
Spinosaurus aegyptiacus tenía dientes cónicos y alargados, que habrían sido ideales para cazar en el agua, además de su enorme aleta en su espalda, hecha a base de vértebras, quizá útil para regular la temperatura y para la navegación, aunque la evidencia científica no lo pone como un gran nadador.
Como sea, el recorrido termina y queda la sensación de que, cuando de fósiles se trata, la ciencia debe nutrirse con una imaginación desbocada.
¿Quieres asistir?
*La muestra está abierta de 10:30 de la mañana a las 19:00 horas. Este último fin de semana, se extenderá el horario entre 09:00 de la mañana y las 20:00 horas, hasta el domingo 24 de julio.
*Los niños pagan desde los 3 años.
*El recorrido puede durar alrededor de una hora y media.
*Las entradas tienen un valor de $9.900, salvo sábado y domingo que el precio es de $11.900. Afiliados a Caja Los Héroes pueden acceder a un descuento. Revisa ACÁ los detalles.