Con tan solo 8 años tuvo su primer encuentro con la música urbana, ritmos callejeros que fueron un “amor a primera vista”, confesó. Sin embargo, para despegar, primero enfrentó una niñez en Antofagasta marcada por carencias y golpes brutales: perdió a su padre abruptamente, un cercano pariente abusó sexualmente de ella, vivió en un hogar de menores, entre otros durísimos episodios. “El rap me salvó, yo no podría hacer otra cosa”, ha declarado.
1.
Desde pequeña, mirando las estrellas
Con inocencia pensaba alcanzar alguna de ellas
Recuerdo gritos y botellas
O sangre en el piso al llegar de la escuela
Ay, qué manera de vivir, tontera, mi hermano roba en su cartera
Y ahora comprendo porqué su mano quema
Su rebeldía era un problema
Si no fuera porque papi se ha marchao’ de la tierra.
Así arranca la letra de “Inmarchitable”, canción del disco homónimo lanzado por Ángela Lucero Areyte (33), más conocida como Flor de Rap. Aquel tema es una suerte de manifiesto de vida, un desahogo ante una historia brutal. Esos versos reviven episodios de cuando era niña y adolescente.
Una tarde, había salido de la escuela y llegó de vuelta a su casa. Se encontró con “todo reventado, todos los vidrios de la casa con sangre”, recordó ella en el programa La Junta (YouTube). Quedó impactada, no entendía nada. “Alguien se murió”, pensó.
En realidad, sus padres habían tenido una pelea “gigante”.
“Era algo de costumbre, de platos por la cabeza, una mala situación”, reconoció ella. Sin embargo, todo eso acabó de golpe, luego de que un día, finalmente, su mamá echó al papá de la casa. Él no lo podía creer. La calma en el hogar solo sería aparente.
Días después, a eso de las cinco de la mañana, sonó el teléfono fijo de la casa. Era él. Le pidieron que dejara de molestar y le cortaron.
Pasaron apenas unos minutos y la llamada vino de nuevo. Le pidió a su familia que mirara afuera. La madre abrió las cortinas y hubo una explosión como de “película”. El hombre se había echado parafina encima y prendido fuego en el cuerpo. Gritaba. Al parecer fue un truco que le salió mal, de esos que él acostumbraba a hacer, recordó su hija. Como sea, eso es algo que seguramente nunca nunca tendrá respuesta.
En plena madrugada, la familia miraba la escena por la ventana.
Ese día, su hermano estaba de cumpleaños, según contó a The Clinic.
“Eso fue lo que me hizo escribir mi primera canción”, declaró ella. “Es él quien me enseñó los buenos valores que sé, a pesar de que haya hecho estas cosas”. En su hombro derecho, la cantante lleva tatuada una mariposa como homenaje a su papá, él, el que la crio: “Se fue volando desde este mundo terrenal al mundo celestial”.
Antes, a los ocho años, tras una escapada en modo “rebelde” a Tocopilla, vio a unos adolescentes en una cancha bailando break dance: “Fue amor a primera vista”, contó a Culto. “Me enamoré”. Ya desde esa edad se empezó a vestir como rapera, con la ropa ancha que era de sus hermanos
Aunque, durante largas temporadas, la música sería algo más bien latente, siempre presente, pero en lo subterráneo, cubierta por la vida, por una rutina de caídas y de volver a empezar desde cero, con aislados, contados episodios de gloria, porque “es lo que me ha salvado varias veces de liquidarme”, contó al sitio Zancada. “El rap marcó mi vida y es como un padre para mí”.
2.
Encontré un huequito donde podía vivir
Buscando cartones para mí cuerpo cubrir
El frío es enorme, no puedo seguir así
Pensando mil locuras y opté por delinquir.
Su mamá hacía un muy buen pastel de choclo, de hecho, solo lo preparaba en ocasiones especiales como el Año Nuevo. Pero, de pronto, ese platillo quedó simplemente en eso, en el recuerdo de una niña. Esa es su comida favorita hasta hoy.
Ángela vivió con ella hasta sus catorce años, cuando su madre se fue a vivir al Quisco, en el litoral central. Su retoña no quería esa vida, se resistió y arrancó. Se quedó en su natal Antofagasta, a unos 1.300 kilómetros de distancia. “Me quedé ahí, hueviando en la calle, perdida”, contó. “Prácticamente me quedé sola”.
Ahí tuvo que “sobrevivir”, como ella misma lo ha dicho. Era solo una adolescente y le tocaba caminar por las calles antofagastinas durante la madrugada. Al avanzar se movía “así como un pastero para que no me pudiese pasar algo; que la gente peligrosa que anduviera a esa hora, viera que era una más de ellos”. Quería que su silueta intimidara.
En tres ocasiones le tocó dormir en la calle. Recorría la ciudad, recogía cartones y los usaba para cubrirse. Igual se “cagaba de frío”. En esos momentos, ahí acostada, miraba al cielo y pensaba: “Es increíble, de verdad, que me esté pasando esto”. Pero también debía estar atenta, “porque en todos lados hay peligros” a esas horas.
Ante eso, sola, sin plata y nada qué comer, prefería ponerse a caminar en medio de la oscuridad, dejar que avanzaran las horas, hasta que amaneciera.
La necesidad era grande, y ella quería surgir, aunque fuera desde la nada, y sin temor a los riesgos. Empezó a meterse en los supermercados y hurtaba cremas de belleza. Con ellas hacía plata para comprar marihuana, la cual vendía en la universidad.
Podría decirse que, al menos en ese momento, le fue bien. Le alcanzó para arrendar una pieza y, mientras tanto, seguía estudiando en el liceo. “Todo era muy bacán”, aseguró.
Pero era un bienestar, aparente, frágil. Un amigo suyo, con afán de ayudarla, le contó la situación de Ángela a la orientación del recinto educacional. “Lo hizo con la intención de ayudarme, pero salí para atrás”, lamentó.
Poco después, alguien tocó la puerta de la pieza que arrendaba. Ella, del otro lado, preguntó quién era.
—Señorita, somos Carabineros.
No le quedó de otra que abrirles. ¿Por qué está solita aquí?”, le consultaron. Tras ese tenso intercambio, se la llevaron directo a un hogar de menores. Tenía solo quince años y no pudo seguir con sus estudios.
Muy cerca, a pocas cuadras, estaba su hermano en la cárcel.
Cuando entró al lugar donde viviría durante dos años, sus compañeras las miraban y ella pensaba: “Me van a sacar la chucha”. Al día siguiente, tocaba que las jóvenes lavaran la ropa, con tarros y escobillas. Pusieron música para amenizar el ambiente. Justo sonó un tema que ella sacó “cuando chiquitita”, con el rapero Juan Pablo Ruiz, con quien pololeó durante catorce años.
Ángela se animó a abrir la boca, a decir que era su voz la que escuchaban. No le creían, pero ella insistía. Y todo se resolvió al final del temita, cuando ella entona: “Esto es Ángela...”, que años después sería Flor de Rap. “Ahí me gané el respeto”, relató. “Era como la artista del hogar”. Se salvó y, como ya lo había hecho antes, sobrevivió, aunque, en ese lugar, hasta pasta base fumó.
Le faltaba poco para cumplir los dieciocho, pero decidió escapar. Lo planeó todo con una amiga. Escaparon por la ventana y luego saltaron unas puntiagudas rejas. Aunque en medio de toda la adrenalina se le cayó el carnet de identidad del buzo que traía puesto, igual lo lograron.
No había tiempo para mirar atrás. Si algo quedaba atrás, era porque así tenía que ser.
Se escondieron detrás de los cerros, con el corazón que les latía a cien por hora.
3.
Ay, Dios mío, ¿por qué tanta desgracia?
Desde el tío que me abuso y robo mi infancia
Qué repugnante esa maldita instancia
Dónde madre nunca estaba, yo perdía la esperanza.
“Tenía bastante mala cuea con esta cuestión de que los hombres te tocan, o que vives cosas así'’, relató. Es más, una tarde iba de vuelta a su casa en micro. Aún no cumplía los doce años. “Un viejo se sentó al lado mío y empezó a meter su mano por mi falda”, aseguró. “Te juro que no podía hacer nada, y estaba lleno de gente”.
La niña quedó paralizada.
“Siempre me pasó lo mismo”, relató. Ella piensa que ese tipo de experiencias la hicieron andar más insegura por la vida, por ejemplo, “esto de vestirme bien ancho, quizá fue para poder entrar al mundo del rap, pero también evitaba ponerme cosas ajustadas para que no me puedan mirar”.
“Eso me repugnaba”, declaró. “Pero lo superé”.
Así y todo, esa no fue la única experiencia.
Tenía un tío por el lado materno, Sebastián. En algún momento de la vida, él andaba sin pega, y le pidió ayuda a la mamá de la futura cantante. Con ella aún niña, sus papás se la pasaban afuera trabajando. “Ahí el viejo empezó a aprovecharse de mí”, contó. “Es una hueva’ bien enferma, porque como que te enamoran”, al punto que “sentía que él era mi protector”. Ese episodio duró alrededor de una temporada completa.
Es más, hasta poco antes de sacar “Inmarchitable” en 2018, a su marido se lo presentó como “el mejor tío del mundo”. Demoró en “asumir” todo el daño que le hizo aquel pariente.
“Él me penetró, me dijo que me estaba enseñando, que era para que yo aprendiera”, recordó. “Tampoco me nacía acusarlo”, porque se sentía como “su mujer”. Años después, empezó a entenderlo todo, a sospechar que el podría estar haciendo lo mismo con otras menores de edad, aprovechándose de todas las niñas que tuviera a su alcance”.
En su momento, Ángela tampoco le contó a su mamá; le “daba miedo”.
4.
Encerrada en mi habitación
Con galletitas y agua de alimentación
Con una enorme depresión
Tomé la decisión que me ha dejado muy dolida
Me arranque el cabello y me siento arrepentida.
Ángela se ha rapado tres veces en la vida. La última vez fue para el videoclip de “Inmarchitable”, lanzado en abril del 2019. Fue una forma de revivir. Una liberación, desnudar el alma. Era, por supuesto, solo una toma. “Para mí era revivir el momento y cerrar el ciclo para siempre”, aseguró.
La primera vez que decidió cortar al ras todo su pelo fue cuando tenía 19 años.
Se sentía extraña. Había quedado embarazada de la primera de sus hijas, Rossanita, la misma que ha seguido los pasos de su madre en la música hasta, incluso, presentar en Talento Rojo (TVN). No lo podía creer, al punto de que se hizo cinco tests de embarazo.
La pasó mal los primeros meses. El papá de la guagua “se desentendió un poco”, así que “estuve sola”. Ángela se quedó en la casa de la mamá de un amigo. “No voy a abortarte/ porque eres parte de mis genes”, pensó en su momento, según ella misma revela en la citada canción.
En esa habitación, no tenía tele ni luz, simplemente estaba “con agüita y galletitas de alimentación”. Solo miraba al techo, tapada y acostada, mientras escuchaba las voces de afuera. Ahí, deprimida, en una errática decisión, se rapó. “Al tiro me sentí mal” y se preguntó por qué lo había hecho. No me reconocía, era “muy brígido” lo que estaba viviendo”.
El horizonte era oscuro.
“De a poquito, mi hija desde mi guatita me empezó a dar fuerza, como si me hubiera dicho ‘ya po’ ponte viva, déjate hueviar, ayúdame’”. Eso sintió Ángela. “Y lo logré, con ella, empecé a salir adelante”, al punto de que hasta el papá de la criatura se puso las pilas, retomaron su pololeo y siguieron juntos durante varios años.
A pesar de ello, en un momento él le fue infiel. Tras esos duros años, envueltos entre 1989 y el 2008, Ángela decidió venirse a Santiago con su hija y fue la “oportunidad” de irse a Santiago “a cumplir mi sueño”, que era “ser parte de la escena nacional del rap”, por lo que “ahí emprendimos esta aventura”.
Ya era Flor de Rap.
Con el tiempo vendrían más canciones, sus discos Inmarchitable, Gold (2020) y Mariposa (2021), los conciertos, las millones de reproducciones y de seguidores, y hasta una participación en el programa MasterChef Celebrity (Canal 13). Y por supuesto, una linda familia con tres retoños.
—Cuando a uno le pasan muchas cosas malas, tienes dos caminos: irte por el bueno o por el malo —reflexionó con Julio César Rodríguez—. Enmendar todo lo que te pasó, aprender a perdonar para buscar la felicidad; u obrar mal y vengarte, y vivir con ese odio.
Ella eligió y, así y todo, declaró, “estoy agradecida de la vida por las cosas que me sucedieron, porque me hacen ser la persona que soy hoy en día”.
“El rap me salvó, yo no podría hacer otra cosa”, remató.