Baby, págame la terapia

Hits como 'Paz mental' de Cris MJ o 'La terapia' de Young Cister permiten vislumbrar la situación.

"Los estragos que causa la fama en la salud mental son un tema cada vez más estudiado y documentado"

Idealmente, un cantante exitoso no solo dispone de profesionales de la música a su alrededor, sino también de otras áreas. Por ejemplo, los grandes ídolos corte Drake tienen contadores, abogados, preparadores físicos y terapeutas porque de otra forma no es posible mantener la cordura en la industria disquera.

En Chile, sin embargo, las cosas son distintas. Cuando un artista se pega, suele quedar a la deriva, sin una estructura que lo respalde. Casi ningún cantante urbano de los que rompen las plataformas cuenta con un apoyo más allá de las familias y amigos que usualmente componen sus improvisados equipos.

Por lo mismo, las peleas por lucas mal repartidas y contratos chantas son habituales en el género urbano chileno, junto a los desahogos en redes por asuntos que circundan la salud mental. Esta última es lejos la situación más grave que enfrentan los cantantes una vez que dan el salto.

Hits como ‘Paz mental’ de Cris MJ o ‘La terapia’ de Young Cister permiten vislumbrar la situación. Y lo mucho que resuenan en el público deja entrever que la crisis no solo es de los cantantes, sino que ellos (cumpliendo con su rol de artistas) están haciendo eco de un problema que sufre mucha más gente.

Los estragos que causa la fama en la salud mental son un tema cada vez más estudiado y documentado. El consenso experto indica que, sin el debido apoyo, la noción de la realidad de un famoso simplemente se deforma, dando pie a una serie de problemas que abarcan desde la ansiedad hasta las adicciones.

En su hora más oscura tras el suicidio de Galee Galee y el intento de Sayian Jimmy de quitarse la vida, el movimiento urbano chileno está en la urgente necesidad de observarse a sí mismo y recapacitar por su propio bien. No hay continuidad posible sin antes poner la salud por sobre los márgenes de ganancia.

Seguir alimentando con jóvenes a la deriva esta máquina de hacer hits es cruel y estúpido. Por un lado, succiona sin misericordia la energía de soñadores que terminan atrapados en una pesadilla. Por el otro, la quema del recurso en torno al cual gira un negocio no tiene absolutamente ningún sentido.

Mientras esto pasa, entre los artistas urbanos y las páginas de Instagram que cubren su música (y que actúan como una cámara de eco sin conciencia crítica) se está fomentando una peligrosa narrativa: culpar a los fans en las redes por los malestares de los artistas y sus múltiples consecuencias negativas.

Lo que olvidan los cantantes y los medios urbanos es que la masa anónima que los hostiga también es un síntoma del problema. Difícil que regañarlos mejore su actitud. Se trata de gente que tampoco recibe ningún tratamiento en este Chile que descuida activamente la salud mental de sus habitantes.

En tanto, las autoridades hacen gala de indiferencia ante los estragos que causó la pandemia en la ya debilitada salud mental de los chilenos. En este país donde todo es plata, está en las manos de los artistas y de sus equipos de trabajo invertir para acceder cuanto antes a las terapias que necesitan.

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