“El mambo chileno es cultura. Lo escribo porque alguien, aunque no venga de afuera, tiene que decirlo. Se trata de una forma de hacer música, de escribir y de cantar que encierra claves sobre la identidad y la estética del mundo flaite”.
El mambo chileno es un tesoro de nuestra música, pero el medio local no está listo para esa conversación. Yo cacho que tendría que llegar un gringo o un europeo a decirlo para que acá se den cuenta. Sería la enésima vez que pasa. La prensa establecida recién descubrió a Nvscvr hace dos meses, tras verlos en el reportaje sobre trap chileno que publicó Rolling Stone. Si no viene una revista estadounidense a decirles (¡en inglés!) que el grupo es bueno, acá ni se enteran de su existencia.
Tengo un recuerdo así con el indie chileno también. Quizás ahora da la impresión de que siempre estuvo integrado al medio local, pero lo cierto es que primero ni lo meaban. Yo escribía en prensa indie en aquel entonces e incluso ahí todo era súper anglófilo. El cambio vino el 2011. ¿Qué pasó ese año? Un importante diario español, El País, puso al indie pop chileno en la portada de su suplemento cultural, con una foto de Javiera Mena a todo color y el titular “Chile, nuevo paraíso del pop”.
Me encantaría que el mambo chileno tuviera un momento así. Que llegue el más refinado periodista europeo a decir “¡hey, esto es único en el mundo!”. Que lo destaque la prensa primermundista que consumen en Cuicolandia. Que algún investigador ultra serio certifique su valor cultural. Por ahora, todo lo que puedo hacer es usar esta vitrina para señalar que el medio local sufre de una ceguera selectiva. Es como si vieran borroso lo chileno, pero todo lo de afuera lo vieran en 4K.
Se trata de un problema viejo. “En el colegio se enseña que cultura es cualquier cosa rara menos lo que hagas tú”, cantaba Jorge González en ‘Independencia cultural’ (1986) de Los Prisioneros. El propio Jorge reflexionaba décadas después en su autoentrevista acerca del espíritu nacional, planteando que “el chileno es bacán”, pero los poderosos se han encargado de desmoralizar a la población a través del maltrato sistemático de todo tipo, una constante de nuestra historia como país.
El mambo chileno es cultura. Lo escribo porque alguien, aunque no venga de afuera, tiene que decirlo. Se trata de una forma de hacer música, de escribir y de cantar que encierra claves sobre la identidad y la estética del mundo flaite, esencial para entender el presente del país en todo ámbito. En el mambo chileno se plasma mucho de nuestra idiosincrasia, desde cómo capeamos la pena hasta la forma en que celebramos, desde lo que nos moviliza hasta lo que nos preocupa.
Si yo fuera gringo, quedaría loco con el mambo chileno, de la misma forma en que siendo chileno alucino con la villera argentina, el kwaito sudafricano o la rumba cubana. Cómo no disfrutar al menos la dimensión transportadora de una música, esa que te lleva de viaje al punto geográfico desde donde emanan los sonidos. O su función documental, esa que te informa sobre lo que está pasando en un lugar y te sumerge en la forma de habitar la realidad de la gente que vive ahí.
Siento que al mambo chileno le falta ese empujoncito que tuvo, por ejemplo, el trap local cuando Yung Beef se la dio a Pablo Chill-E y le traspasó parte de la energía de la PXXR GVNG. Tiempo después, El Seco, un visionario que nunca da puntada sin hilo, se rodeó de chilenos (Pablo, Pipobeatz, Julianno Sosa, Harry Nach y Drago) para mambear en ‘Si mañana me muero’ y, de paso, aumentar su prestigio callejero al mostrarse con artistas del Tercer Mundo y jugar su propio juego.
¿Por qué un artista europeo sí ve lo que acá parece invisible? Parece que Jorge González tiene razón y de verdad se trata de un problema con una larga historia. De hecho, hace poco tuve la posibilidad de acceder a “Sonidos del habla en la música del género urbano: Coa y variación sociofonética de fonemas consonánticos”, un artículo de la investigadora Claudia Mora donde se remarca el clasismo histórico de los académicos de la lengua en Chile, solo refutado a comienzos del siglo 19 por, adivinen, un alemán.
Antes de que llegara este investigador, llamado Rodolfo Lenz, el habla popular era considerada por los estudiosos como un crimen contra el buen español y una señal de mala educación. Lenz fue el primero en decirles que estaban equivocados y que “la lengua huasa” (un viejo ancestro del coa) tenía riqueza y sí era válida como objeto de análisis. En más de 100 años, a veces parece como si nada hubiese cambiado: la cultura vibra con fuerza, pero los que tienen tribuna no reaccionan solos. Larga vida al mambo chileno. Y por si esto lo ve un gringo: Chilean mambo rules.