Desde el sur de Chile, como diría Montaner “el último lugar del mundo”, salió Elisa Espinoza para crear la música que asegura es una banda sonora, no solo desde, sino para el fin del mundo. La co-creadora del neo-perreo acaba de ser nombrada hija ilustre de Hualpén al mismo tiempo que cumple una década como DJ y “seudo artista latina multitask”.
En un ensayo del 2013 titulado “Cuando me fui a vivir en línea”, el escritor Tao Lin, estadounidense de padres taiwaneses, describe cómo durante su adolescencia noventera, y gracias a la llegada de Internet, la red se convirtió en su hogar.
“Internet era un lugar al que ibas solo. Los jóvenes, en línea, estaban sin padres. No en la forma controlada de un campamento de verano, o la fácilmente monitoreada manera de los videojuegos, sino de una manera nueva, desconocida, inaparente”.
La adolescencia del entonces en ciernes narrador, autor de libros como Robar en American Apparel, Leave Society entre otras obras cumbre de la Alt Lit (literatura alternativa) transcurría en Orlando, Florida. La vida de Elisa Espinoza en Hualpén, región del Bíobio.
Ella plantea la mudanza al ciberespacio, en una entrevista a Terceradosis, así:
“Yo soy hija de Internet. Gracias a Internet construí toda mi carrera, mi personaje, mis sueños, mi personalidad. Todo lo que sé, lo aprendí ahí. Mi familia no me enseñó nada, aunque hicieron lo que pudieron. Y en el colegio ¿qué iba a aprender? Nada. En la calle había pura violencia, tráfico de droga, prostitución. Todos mis amigos del barrio eran traficantes. Aunque también había cantantes, artistas autodidactas, fue Internet lo que me abrió una puerta. Iba más allá del arte, era la posibilidad de expresarme”.
En una entrevista con Playboy México, publicación con la cual ha hecho varias entrevistas y sesiones de fotos, se definió el 2018 así: “Soy una seudo artista latina multitask. Dibujo, diseño flyers, hago fiestas, produzco, hago canciones. Si tienes buenas ideas, Internet te permite hacer cualquier cosa”.
Cuando Lizz dice “cualquier cosa” se puede interpretar como la ausencia de límites y no a hacer cosas, como se dice actualmente, “random” (aleatoriamente). Aunque por otro lado como decía Charly Garcia “Random is not whatever”, que significa que el azar no es cualquier cosa.
Lo cierto es que en la carrera de DJ Lizz Love esto ha implicado algunos hitos como tocar en festivales como Coachella, Primavera Sound o la fiesta Boiler Room en Los Angeles, aparecer en la banda sonora de la serie española de Netflix, Élite, trabar en un stripclub en California, estudiar literatura en Inglaterra y luego Historia del Arte en la Universidad de Chile, posar para revista Playboy y ser modelo de OnlyFans.
Lizz celebró esta semana su cumpleaños número 32 en Valparaíso, al mismo tiempo que planea su próxima gira por Europa. Hace algunos días, estuvo en su natal Hualpén donde fue condecorada como hija ilustre.
Así agradeció el reconocimiento en su Instagram: “Gané el premio a hija ilustre de mi ciudad Hualpén por mi aporte a la cultura, mi trayectoria, la música y obviamente por ser la más cul*na, gracias a la Municipalidad, estoy feliz”.
Lizz se mueve por el planeta a la velocidad y soltura de la fibra óptica. ¿Pero cómo comenzó todo esto?
Fiesta latina en el fin del mundo
“Crecí en el sur de Chile, con mi familia en Hualpén, que es un full hood. Fue una época difícil marcada por violencia intrafamiliar. Siempre quise hacer cosas, me refugié mucho en la música y quería salir de ahí, viajar por el mundo y ser lo que soy hoy. Entonces digamos que me formé en el barrio, en la calle y en internet. Me considero el resultado de muchas cosas horribles y hermosas, todas mezcladas con música, cómics, arte y amigos”, contó sobre su infancia en el medio español Neo2.
En su capítulo de La Junta, cuenta que de chica le gustó rapear y que su vínculo con la música comenzó porque le gustaba grabar cassettes compilados y venderlos. “Después cuando salieron los CD (virgenes) me regalaron un estuche, bajaba la música de Ares y les ponía nombres, stickers. Coleccionaba la música más rara que pudiera y también andaba en skate”, recuerda.
En una entrevista con Playboy México agrega: “Mi papá escuchaba rock, desde Led Zeppellin hasta Soda Stereo. Mi mamá, música romántica y mi hermano estaba en Metallica y Slayer. Yo crecí mamando todo eso. Recuerdo que me clavé mucho con uno de The Doors, que aún conservo. No teníamos computadora, porque mi papá se fue de la casa y no sabíamos dónde estaba. Mi mamá no tenía dinero para comprar una. Entonces yo iba a los bazares de usado y así encontré a Thin Lizzy, The Cure, Smashing Pumpkins; súper emo y darks, pero después mi papá volvió y nos preguntó qué era lo que más necesitábamos en la casa. “¡Obvio, Internet!”, le dije. Mis amigos me recomendaron Ares para bajar música, y que me hiciera cuentas en MySpace y Bandcamp. Así llegué a My Bloody Valentine, Elliott Smith y Animal Collective”.
A Julio César le cuenta que los días de sol los pasaba jugando Just Dance con sus amigos, y los de lluvia, mirando por la ventana: “Imaginaba cómo sería mi vida viviendo en otro lado”
“Mi infancia fue compleja, no fue la más bacán pero no cambiaría nada porque todo eso me formó. Crecí en los noventa, donde cosas que están muy mal, la violencia intrafamiliar, el alcoholismo, la poca planificación familiar, los malos tratos, eran consideradas normales. No culpo a mis padres de nada, creo que son víctimas de la sociedad, de la dictadura, del machismo”.
Allí dirá también: “No tuve infancia, tuve que cuidar a mis hermanos. Mis padres se amaban mucho pero se violentaban mucho también. Hasta una edad adolescente pensaba que era normal, porque iba a la plaza en pijama arrancando de mi casa y mis amigos tenían historias iguales, de que habían llegado los pacos a la casa por una pelea, que la mamá le pegó con un bate al papá porque llegó curao, o que el papá le pegó un combo a la mamá. Pensábamos que esas cosas eran lateras, pero que era normal”.
En octavo básico, Elisa ganó un concurso de poesía por un poema sobre estas experiencias, contó.
En una entrevista con Vice relata que a los 17 años, saliendo del colegio ganó una beca para estudiar arte y literatura en la Oxford Brookes University de Inglaterra: “Allá exploré un montón de cosas nuevas. Cambié y me transformé en otra persona. Y ya siendo rara de chica, creo que me volví más rara todavía”, dice.
“Hasta ese momento para mí Chile era Hualpén y Concepción. A lo más había ido a Santiago dos veces. Lo único que quería era salir de esta realidad, buscar oportunidades lejos de este país, lejos de la discriminación. Pasar de Conce a Inglaterra fue una hueá brígida. Una de las cosas más importantes que me pasó ahí fue que pude darme cuenta de que yo no estaba mal, que era el resto el que estaba mal. Yo no estaba mal cuando pensaba que un papá no puede pegarle a una mamá, que no puede sacarle la mierda, gritarle, arrastrarla por el suelo”.
A su regreso a Chile, junto con instalarse en Santiago a seguir estudiando, comenzó casi de casualidad (¿random?) su carrera como DJ: “El año 2013, empecé a tocar y producir fiestas donde mezclaba el trap con el reggaetón. Usaba un maquillaje súper cuático y me pintaba los labios negros. Además usaba gorras estilo snapback y camisetas cortadas. Para qué andamos con hueás: usaba una pinta súper sexual y agresiva”, le contaba el 2014 a Vice.
Exactamente 10 años después, dos discos, una veintena de sencillos y una serie de hitos en su carrera como co-creadora junto a Tomasa del Real del movimiento con alcance global llamado Neoperreo, Lizz parece haber conseguido, o estar mucho más cerca al menos, de la creación de ese “Imperio” que da nombre a su primer EP del 2016.
“Miro las cosas que he comprado y me llena de orgullo; y cuando las uso me siento feliz porque me recuerdan que me saqué la concha de tu madre para llegar hasta acá. Poder salir adelante tiene que ver con algo íntimo, superar el miedo a no tener dinero, ayudar a tu familia y romper con esas generaciones interminables de pobreza, en donde obviamente no hay ninguna oportunidad”, dice en Tercera Dosis.
Allí resume y define así la narrativa detrás de su sonido: “Si todos estuviéramos bailando Reggaetón en el fin del mundo, sonaría un poco así. En este mundo post-post apocalíptico lo más horrible, lo que está en la calle y en la basura se vuelve lo más hermoso que tenemos. Para mí eso es el arte hoy: el horror, lo distópico, lo incómodo de nuestra realidad. Si alguien nos recuerda, prefiero que lo hagan por eso, por haber provocado algo y no como gente que vivía en el mundo Bilz y Pap. Mi show lo describo así: una fiesta latina de Reggaetón en el fin del mundo, súper distópico, muy agresivo, muy fuerte y opulento, porque la música trae una opulencia consigo. Yo vivo en el fin del mundo y estoy ok con eso”.