“La nueva escuela tiene ideas distintas y el ímpetu propio de su juventud, como los menores de cualquier familia. Son “antihiphop” y “antirap” de la misma en que Nicanor Parra era “antipoético”. No se trata de enemigos del movimiento, sino de sus más visionarios y rebeldes herederos”.
“Por el pico el rap chileno de esos hijos de la perra”.
Lo dice uno de los líderes de la nueva generación del rap chileno, Audigier, en su canción ‘Be Humble, donde habla de la vez que unos baltilokos le dieron caldo por usar playback en un show.
“A veces me siento un poco antihiphop”
Lo dice un brillante outsider del rap local, el maulino Wiki Diss AKA Nocauto, en un podcast de Microtráfico sobre la brecha generacional dentro del movimiento (“Rap chileno post Baltiloka y antihiphop” en Spotify).
“Soy huérfano del rap chileno”.
Lo dice durante la misma conversación otra voz protagónica del recambio, FlakoPodrioo0 de los Hermanos Desgracia, admitiendo la paternidad de sus mayores, pero recriminando su abandono.
“Yo soy antirap”
Lo dice El Millare, el iconoclasta detrás del brutal disco “Rap Ladronaje” (2024), lleno de relatos del hampa y de rimas como “¿Quieren rap consciente? / Chúpenme el ñato / Tiene más conciencia mi gato”.
No cabe duda de que la tensión entre generaciones llegó a un punto crítico en el rap chileno. Hay por lo bajo una conversación pendiente. Los más jóvenes no se sienten legitimados por sus mayores, quienes reaccionan a ellos como un perro guardián frente a un invasor.
Como es natural, la nueva escuela desafía lo clásico. Abunda en ella el drumless, un tipo de rap sin percusión que, al no usar bombo ni caja, resulta ser la antítesis del boombap. La vieja escuela los mira feo. Sin embargo, ¿no es una tradición también que los jóvenes lleven la contra?
Otro choque estético/ideológico dice relación con lo urbano. La nueva escuela hace un rap post trapero, donde se incorporan elementos que resultaban tabú para la generación anterior, pero son habituales para la actual, como hablar sobre dinero y reconocer las ganas de obtenerlo.
La vieja escuela preserva una visión del rap como una herramienta educativa y por consecuencia una vía de acceso hacia un mejor vivir. Pero, en la comprensible defensa de un arte que sienten bajo amenaza, han cerrado tanto las filas que incluso dejaron fuera a su propia familia.
Los huérfanos del rap chileno siguen siendo ante todo sus hijos. Es hora de abrir las puertas de la casa y darles un espacio en la mesa. Su beef no es contra el movimiento completo, sino específicamente contra “el rap chileno de esos hijos de la perra” AKA los que se niegan a validarlos.
La nueva escuela tiene ideas distintas y el ímpetu propio de su juventud, como los menores de cualquier familia. Son “antihiphop” y “antirap” de la misma en que Nicanor Parra era “antipoético”. No se trata de enemigos del movimiento, sino de sus más visionarios y rebeldes herederos.