“Los mamberos chilenos crackearon el código del alma popular y asumieron su rol como artistas del pueblo en el único país latino sin carnaval”.
El mambo chileno nació de la necesidad. Cuenta la leyenda que sus primeros exponentes eran raperos en búsqueda de repertorio bailable que apañara en los eventos benéficos donde solían presentarse. Algo para alegrar a la gente en este país desigual donde la salud de las poblaciones se paga con bingos y completadas.
En los barrios, en las celebraciones familiares y en los carretes caseros, el sonido alegre y contagioso del mambo chileno se expandió con rapidez. Asimismo, sus letras sobre salir adelante funcionaron como un libro de autoayuda, inspirando a miles con sus relatos de superación y de lucha contra las adversidades de la vida.
Más cercano al merengue que al reggaeton o al trap, el mambo chileno es una música tropical de origen dominicano, mestizo y callejero que fue incorporada con gran éxito al arsenal de ritmos y type beats del género urbano. Su alcance fue tan masivo que se volvió la plantilla sonora favorita de decenas de artistas.
Los mamberos chilenos crackearon el código del alma popular y asumieron su rol como artistas del pueblo en el único país latino sin carnaval. Lo suyo fue una alquimia que transformó los metales de la población, desde el plomo de las balas hasta el zinc de las planchas a medio desprender de los techos, en oro musical.
Sin embargo, la mano del mambo chileno se reventó. Salieron en muy poco tiempo demasiadas canciones iguales entre sí y la oferta comenzó a ser más que la demanda. Ante el superávit de instrumentales y letras casi copypasteadas, la gente se agotó. No necesariamente del mambo, pero sí de la sobreexplotación de una sola fórmula.
El mambo chileno como type beat ya no prende como antes, pero su arraigo popular le da una vida más allá de las tendencias. Hacer mambo es un gesto de identificación social que reivindica el origen flaite (y aumenta la credibilidad callejera) de un cantante. Por eso “Ares Klein” de Jere Klein tiene uno y por eso todos respetan al Forest, El Rey del Mambo.
Con más de una década de carrera, el Forest no solo ha sido uno de los impulsores del mambo chileno, sino de todo el boom del género urbano. Por ejemplo, el remix de su canción “Andamos de pana” (2018) ayudó a naturalizar la idea, ya más que asimilada a esta altura, de sumar voces invitadas a un hit y relanzarlo.
Después de “Andamos de pana” vinieron otros palos colaborativos. Con sus éxitos y remixes (a veces multitudinarios y de larguísima duración), Forest y el mambo chileno pasarán a la historia como un fenómeno que habitualmente superaba la barrera del millón de streams cuando acá todavía no era común romper esa marca.
Siempre haciéndole la segunda a otros o apoyando a promesas en las que ve futuro, como Bayron Fire o Jairo Vera en su momento, el Forest ha hecho carrera en base a la solidaridad y el compañerismo. Todo un reflejo de lo que el mambo chileno ha sido hasta ahora: una música de apañe colectivo y de congregación social.