El nuevo rock and roll

Videoclip de "My blood" - Loretta Castelletto
Videoclip de "My blood" - Loretta Castelletto

Lejos del imaginario de periodista versus guitarristas con aires divinos, desde nuestros barrios algo se siente venir. Los jóvenes se emancipan, rompen el molde y ponen la música pop de vuelta a su base. Ha salido un nuevo estilo de baile. ¿Tú lo sabías?

Empecé a soñar con el periodismo musical a fines de los años noventa. Yo tenía 12 años, Radiohead para mí era lo más apasionante del mundo y mi panorama favorito era escuchar radio todo el día. En ese tiempo, cuando una banda o solista grande sacaba un disco, a los periodistas les pagaban pasajes de avión para que fueran a entrevistarlos. Yo me imaginaba viajando mucho, escribiendo para una revista sobre todas mis aventuras y con acceso a infinitos discos (físicos) gratis para volarme la cabeza escuchando todo lo que yo quisiera.

Naturalmente, nada de eso pasó. La prensa musical en la que aterricé yo el año 2008, a mis 22 años, era como una escenografía post apocalíptica. Los sellos multinacionales se habían ido y su ausencia era una presencia muy poderosa. Escuché muchos “antes había y ahora no” respecto a todo tipo de cosas. Y no niego que a veces fue bacán ver cómo se montaban nuevas estructuras desde la independencia, pero nunca pude superar la sensación de que la parte buena ya había pasado y de que estaba llegando tarde a un carrete que horas antes fue mucho mejor.

Mi experiencia musical en solitario, mayormente tumbarme en el suelo con los audífonos puestos y los ojos cerrados, solía ser mucho más emocionante que todo lo que veía al salir de mi encierro. Meterme cada vez más en la historia del oficio me dio acceso a viejas crónicas de experiencias que yo veía totalmente inalcanzables porque hablaban de momentos únicos y gente excepcional. De una música peligrosa que incomodaba a los adultos, sacudiendo los cimientos morales de la sociedad. De una generación completa haciendo sentir su rugido emancipatorio.

Fuera de mis audífonos y de mi PC, la realidad era brutalmente distinta. Algo que marcó mucho mi relación con la música chilena fue la primera vez que escribí una nota para la portada de una revista musical, la Extravaganza!, cuando no llevaba ni un año trabajando como redactor y me pasaba todas las tardes en la oficina/taller de esa difunta publicación. Esa vez mi misión consistía en entrevistar a Koala Contreras, el vocalista de Cómo Asesinar a Felipes, mi banda favorita y por lejos los debutantes más prometedores de aquel entonces (y vaya que cumplieron).

Koala Contreras me recibió con un rico asado hecho en una parrilla improvisada. Yo ingenuamente le pregunté cómo había cambiado su vida ahora que todos los críticos aplaudían a su banda. Él, mirándome con esa cara tan particular que pone la gente amable cuando no quiere hacer sentir mal a alguien que acaba de decir algo muy pajarón, me respondió que seguía garzoneando para vivir y que estar en boca de un par de periodistas no significaba ningún cambio real en su cotidiano. Ese momento me enseñó mucho, pero también acentuó en mí la idea de que el vértigo que yo anhelaba era solo una quimera.

Como Asesinar a Felipes

Esa nube me persiguió todo el tiempo que estuve en la prensa especializada y en la generalista. Cumplí mi sueño de escribir en diarios y revistas, pero recuerdo que varios de esos textos fueron por los 50 años de algo que hicieron los Beatles o cualquier otra banda clásica. Buena onda por un lado, porque me permitió proyectar cosas a futuro en base a comprender el flujo de las tendencias y además me regaló una pregunta-herramienta para toda la vida: “¿Cómo será contado en unas décadas más lo que estoy presenciando?”. Pero, por otro lado, también era súper fome vivir pendiente de gringos y europeos del año del cuete sintiendo que a nadie le importaba lo que ocurriera acá.

Yo siempre hice de todos modos que la música chilena fuese la columna vertebral de mi escritura. Ha sido siempre lo que más consume mi interés y de lo que más he redactado. Recuerdo enviarle unos mails muy intensos a mis superiores en Rockaxis molesto por las horribles fotografías de músicos chilenos que usaban y lo mal que los hacían ver en comparación a las imágenes de artistas extranjeros que se usaban en el medio (para mérito de la revista: se trabajó en eso y hasta terminé de editor de contenido chileno un rato). Cosas así eran una preocupación en mi cabeza y mientras aprendía a escribir desparramaba mis ideas por donde podía.

Me acuerdo de que el 2011, en la casa de Fernando Milagros, le dije a Rodrigo Santis de Quemasucabeza que en el futuro los artistas chilenos tenían que ser como las tarjetas coleccionables: verse cada uno muy distinto del otro con un look particular y diferentes “poderes”. También me acuerdo de que el 2014 me pusieron a opinar en Paniko.cl y tiré este rollo: “Creo que la próxima banda que me volará la cabeza puede estar ensayando en este momento, no tan lejos de mi casa. Si no confiara en eso, me dedicaría a otra cosa”. Taaan lejos no andaba de lo que está pasando ahora con la música urbana, pero nadie me compraba por parecer (y ser, para qué negarlo) un pendejo alucinado con un entusiasmo poco acorde al espíritu de los tiempos.

Aclaro que no creo haber intuido nada. Solo estaba proyectando mis ganas de que llegara una revolución musical y de que ocurriera acá para poder presenciarla porque ya estaba chato de imaginármelas. El decano de los periodistas musicales gringos, Robert Christgau, estuvo en no sé cuántos movimientos interesantes al hilo y yo me moría de la envidia porque nunca pude sentir esa épica en el indie, en el pop ni en el rock de acá. Y en ningún caso culpo a los músicos. Antes culpo a los poderosos que han mancillado el espíritu de los chilenos tal como narra ese gurú espiritual llamado Jorge González en su famosa autoentrevista. Por suerte algo pasó (siempre me pregunto si fue ganar la Copa América, fuera de bromas) que volvimos a conectar con la fibra que nos querían arrebatar y ahora tenemos una juventud que vacila música chilena más que cualquier otra. Aventuro que el estallido social, iniciado por adolescentes (nunca hay que olvidarlo), también tuvo que ver en eso.

POLIMA PAILITA TELETON

Bendito sea el momento en que la música urbana chilena tomó vuelo. Este es el rock and roll que siempre soñé, del que siempre leí, el que siempre vi en documentales y que casi creí imposible. Es la banda sonora de un momento único, de gente excepcional. Una música peligrosa hecha por artistas que incomodan a los adultos y sacuden los cimientos morales de la sociedad. Una generación completa haciendo sentir su rugido emancipatorio. No era con guitarras, era con FL y Auto-Tune, pero es exactamente lo mismo punto por punto: los padres están preocupados por la música que escuchan sus hijos, los críticos expertos en la música de antes quedaron todos fuera de juego, la sociedad bienpensante desaprueba el contenido de las letras, los músicos tradicionales miran en menos a sus colegas jóvenes, los medios masivos hacen el loco en cada acercamiento al fenómeno. Mientras tanto, millones de jóvenes viven y sienten esta música mientras toman distancia de sus mayores. Si esos no son los ingredientes de todas las historias épicas que leí de chico, que me parta un rayo.

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