“Cuánta falta hacen los profesionales como Carlos Fonseca en el mundo urbano, lleno de managers badulaques y charlatanes sin visión artística de largo plazo que se juran pillos por vivir recortando todas las monedas que pueden”.
Por estos días, la música chilena llora la muerte de Carlos Fonseca, el manager que tempranamente olfateó la genialidad de Jorge González y decidió apostar por Los Prisioneros cuando solo eran tres cabros con los bolsillos vacíos. Con eso ya tenía ganado un lugar de honor en la historia, pero Fonseca hizo y fue mucho más que eso. Su paso de 62 años por el mundo será recordado como el de un visionario que apostó por activar culturalmente un país con la moral destruida por los milicos.
Antes de Los Prisioneros, Carlos Fonseca ya venía de tener una disquería para iniciados donde los nerds musicales de los 80 podían congregarse y socializar en torno a sus gustos. Después de Los Prisioneros, articuló proyectos que sirvieron para impulsar el rock y el pop de los noventa firmando a varios de los grupos que marcaron pauta en aquella década. También manejó a otros nombres esenciales del repertorio nacional como La Ley, Inti-Illimani o Manuel García.
¿Por qué estoy hablando sobre Carlos Fonseca en una columna sobre música urbana? Porque siempre hay mucho que sacar en limpio de la historia, y lo que está pasando hoy en día con la música urbana requiere más profesionales con las habilidades que Fonseca desarrolló y las características que lo definieron. El crecimiento sano del movimiento y todo el talento que rebosa también depende de las personas detrás de la música.
Del ejemplo de Fonseca hay mucho que aprender. Fue un obrero musical que navegó contra el viento de un país desolador sin muchos lugares ni personas donde encontrar apoyo. En los ochenta y bajo la dictadura de Pinochet, las oportunidades para desarrollar una carrera en el rock eran casi nulas, partiendo por lo restringido que estaba el acceso al conocimiento antes de internet y lo prohibitivamente caro que resultaba comprarse instrumentos.
Ahora cuesta imaginarlo, pero en su momento Los Prisioneros eran como la mayoría de los artistas emergentes actuales: jóvenes anónimos de clase trabajadora con ganas de hacer música. Tres flacos con ganas de sonar como The Clash y decir unas cuantas verdades en un Chile que necesitaba escucharlas. Pero si dedicarse profesionalmente a la música sigue siendo una quijotada en el 2023, aun cuando vivir de ella es más factible que antes, en los ochenta era simplemente una locura.
Obviamente no bastaba con las canciones. Alguien tenía que buscar los contactos con los que ellos por su origen social no contaban. Alguien tenía que convencer a las vacas sagradas de la música y los medios de darle una oportunidad a esos tales Prisioneros. Alguien tenía que hacerse cargo de generar y administrar las lucas para dar cada uno de los pasos que toma el avance de un proyecto musical. Alguien tenía que darle forma de empresa al arte. Ese alguien era Carlos Fonseca.
Corta y precisa: sin un Fonseca, no hay un González. De forma literal, pero también de forma metafórica. Los Fonsecas de este mundo son necesarios para que tengamos a los González. Difícilmente escribiremos nuevas leyendas para la música chilena del futuro sin profesionales con talento para detectar y amplificar el talento de otros. Se necesita de su entusiasmo, visión, compromiso y atrevimiento. Especialmente ahora con tantos González en potencia dando vueltas.
Cuánta falta hacen los profesionales como Carlos Fonseca en el mundo urbano, lleno de managers badulaques y charlatanes sin visión artística de largo plazo que se juran pillos por vivir recortando todas las monedas que pueden. El lado oscuro del boom urbano ha sido el surgimiento de decenas de mal llamados managers que no están ni ahí con la música y la ensucian con pésimas prácticas desde el matonaje y la turbiedad hasta la explotación laboral y la manipulación a través de drogas.
Si todas las semanas aparece un cantante urbano chileno a reclamar que se lo cagaron con plata es justamente por eso. Porque se abrió la puerta de par en par y entraron los mercenarios y todo tipo de indeseables que solo ven el signo peso en la música, cuando en realidad el negocio bien hecho requiere también un alto grado de sensibilidad por el arte y la cultura. Lo que hizo Carlos Fonseca por Los Prisioneros y por la música chilena es un recordatorio de que un buen manager también puede ser un héroe.
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