El actual boom urbano chileno trae a la memoria la frenética búsqueda de oro en el Salvaje Oeste.
La música urbana chilena siempre ha guardado cierto parecido con el Salvaje Oeste. De partida, responden a descripciones similares: lugares llenos de posibilidades y sin mucha regulación habitados por toda clase de aventureros, desde héroes hasta canallas.
Ahondando un poco más, las historias sobre la fiebre del oro en el Salvaje Oeste describen muy bien el actual boom urbano chileno, un fenómeno cuyo éxito comercial ha provocado la llegada masiva de buscadores de la piedra preciosa con los más variados orígenes.
A mediados del siglo 19 más de cien mil personas llegaron al oeste gringo desde distintos países atraídas por la promesa de oro. Al final del día, solo unas pocas se enriquecieron, pero la fiebre tuvo consecuencias a largo plazo visibles hasta hoy.
En resumidos términos, la mezcla racial que propició la explosión demográfica enriqueció el panorama cultural de la zona, donde además se aceleró el desarrollo industrial para saciar las necesidades de tanta gente y pronto se pasó de un asentamiento a una metrópolis.
Traducido a la realidad chilena: nuestro Salvaje Oeste urbano se convirtió en un poderoso centro de atracción que llama a artistas y profesionales de la música nacidos en otros géneros con la promesa de que encontrarán oro, es decir, de que se van a pegar.
Hablamos de una auténtica olla a presión que cada vez más seguido explota en forma de hits con atractivo planetario. Dentro de ella hay una infinidad de creadores emergidos desde todos los rincones, no solo geográficos y sociales (como nunca antes), sino también sonoros.
Como hay más gente que nunca haciendo canciones, naturalmente el mercado laboral en torno a la música crece también. Y de la mano con el brote de necesidades vienen nuevos oficios destinados a satisfacerlas, tal como se ve por estos días en el movimiento urbano.
Una vez pasada esta fiebre del oro, seguramente las estructuras que ahora están siendo articuladas quedarán en pie, listas para impulsar al siguiente fenómeno que se beneficiará de la fama de país musical que nos están dando los astros urbanos en el mundo.
No es alocado proyectar que, cuando esté todo dicho y hecho, la música popular chilena le deberá bastante al boom urbano por haber acelerado el desarrollo de una verdadera industria con músculo donde antes solo había pequeños talleres funcionando por separado.
Para cerrar el juego histórico, una nota: durante la fiebre del oro hubo muchas muertes (de nativos especialmente) y robos. Era común que tras arduos días de trabajo a todo sol los que encontraban oro fueran asaltados por bandidos oportunistas al acecho de su labor.
Ojalá que la fiebre del oro urbano no signifique borrar de la historia a los pioneros del trap y el reggaeton en Chile. Por ahí ya nos estamos pareciendo al Salvaje Oeste en la cantidad de forajidos dispuestos a quitarle el oro a quienes lo obtuvieron con el sudor de su propia frente.