¿Qué tan cierto era eso de que los raros tenían la puertas abiertas en el neoperreo? Las acciones de Tomasa del Real hacen añicos su discurso publicitario.
Neoperreo es un término acuñado por Tomasa del Real, una cantante chilena de reggaeton que levantó desde Iquique un pequeño imperio musical bajo este concepto. Según ella, el neoperreo es una alternativa al reggaeton con un nuevo espíritu, mucho más pluralista que el supuestamente obtuso estilo original.
Del Real apeló a los prejuicios en contra del género, sobre todo a la idea de que es bruto y falto de sofisticación, para levantar su marca y venderle reggaeton al mismo público que lo hateaba. El neoperreo le dio licencia para vacilar reggaeton a gente que al principio le hacía asco por chabacano o que sentía vergüenza de reconocer públicamente su gusto por él.
Lo curioso es que no hay mayores diferencias musicales entre el neoperreo y el reggaeton, un estilo que, lejos de ser uniforme, también contiene propuestas lejanas a la caricatura que pintan sus detractores (y de la que Tomasa Del Real se vale en su argumento de venta). Si hay algún leve punto de distinción, está en la envoltura del neoperreo: tipografía black metal, ropa gótica, estética BDSM, guiños queer.
En el fondo, neoperreo es más un slogan que un tipo de sonido. Con cuatro millones de reproducciones, el gran hit de Tomasa del Real en Spotify es “Barre con el pelo”, un tema del 2018 producido por DJ Blass, nombre clásico del reggaeton puertorriqueño que no se salió ni un centímetro de sus márgenes habituales al trabajar con ella. Al contrario: el tema hasta llega a parecer retro de lo dosmilero que es.
Como en sus desinhibidas letras tampoco había diferencias con el reggaeton de siempre, Tomasa del Real tuvo la brillantez marketera de articular un discurso terriblemente seductor en torno al neoperreo. “Represento a los freaks, a los rechazados, a los que nos miran feo por tener tatuajes en la cara, a los trans”, dice una entrevista suya con el magazine español Mondo Sonoro. Distintas variaciones de ese tipo de frase se repiten constamente al revisar la amplia cobertura de prensa que goza.
En este mismo medio, hace cosa de meses afirmó que “somos los freaks del reggaeton”. Necesaria y valiosa, la causa que Tomasa del Real jura defender suena maravillosamente bien y la posiciona como una líder de los marginados. Sin embargo, la vocación comercial detrás de este abanderamiento es evidente: “Llegué a la industria saliéndome un poco de la norma. Eso es lo que les gusta, eso es lo que vendo”, afirma la cantante en una entrevista para el diario argentino Página 12.
Impulsándose como un rostro visible de los inadaptados, Tomasa del Real se abrió paso con su reggaeton de boutique en circuitos que son de todo menos raros: fiestas para gente linda con energía de main character, escenarios alternativos en festivales internacionales multitudinarios y otros simulacros zorrones de lo que es ser un outsider.
Mientras el neoperreo se viralizaba como un producto apetecido y con su propio colectivo homónimo de artistas, entre los que estaban nombres históricos de lo urbano como Ceaese, Jamez Manuel y Lizz, la sensación de que algo olía mal también comenzó a propagarse. Funas públicas por falta de sororidad y otras internas por malas prácticas profesionales empezaron a circular, dejando ver que no era tan real la promesa de que el neoperreo sería algo distinto.
El discurso de Tomasa del Real y la retórica del neoperreo se vinieron abajo definitivamente durante esta semana, cuando una histriónica solista santiaguina llamada Salvaje se percató de que el último lanzamiento de neoperreo (un remix del tema “Elfe” de Holi Rare) contenía un verso de Tomasa del Real calcado de un tema suyo. Luego de acercarse a ella para resolver el problema internamente y de manera profesional, lo único que obtuvo Salvaje fue el ninguneo humillante de su, comillas, colega.
Para negar la verdad, Tomasa del Real decidió burlarse de las pocas reproducciones del tema que copió. Su desprecio al under transparenta la verdadera cara del neoperreo, un proyecto individual camuflado de épica colectiva para ocultar su falta de sustancia, así como las ambiciones de su fundadora. Una charlatana profesional que ha hecho su carrera llenándose la boca con los marginados, pero no entiende el vínculo sagrado que la música forma entre ellos. Porque esto nunca hay que olvidarlo: la única divisa que importa en este mundo en bancarrota es lo que las personas comparten cuando no son cool ni están en la onda. Más respeto con los verdaderos freaks para la próxima.