“Pero da la impresión de que ni el mercado ni la audiencia apuesta por una cantante si su look se aleja de los estándares habituales, que de por sí ya son ridículamente altos”.
El Forest se llama así porque cuando chico lo comparaban con la mascota de la Conaf, el famoso coipo Forestín, un roedor de grandes dientes tal como el Rey del Mambo. Usar como nombre artístico ese apodo escolar fue una manera de blindarse. Si no se reía de sí mismo, de seguro otro lo iba a hacer y de forma mucho más cruel.
La prominente mordida del Forest es la clase de rasgo físico que el mundo no perdona. Menos el agudo ojo del chileno weno pa la talla rápida. Al Forest le tocó ser el Rey del Mambo en un país con un historial de faltas de respeto a grandes cantantes tropicales, una mala costumbre alentada por la falsa percepción de que no somos tan latinos.
Acá siempre se burlaron del rostro afrocaribeño de Celia Cruz y de los rasgos indígenas de Adrián de los Dados Negros. Tratarlos de feos estaba normalizado hasta en la tele. No importaba que ella fuera la más grande salsera de todos los tiempos y que él fuese un excelso intérprete de cumbia. Los humoristas de los noventa se los hacían chupete.
El temor a las funas y la cancelación han forzado un cambio en los medios, pero en las secciones de comentarios la tradición de wear por su físico a todo el mundo sigue más viva que nunca. Basta ver lo que pasa con FloyyMenor. Pese a su gran momento, cuesta encontrar un post sobre él donde no lo suban al columpio debido a su gordura.
En ese tipo de espacios también han querido burlarse de la sonrisa del Forest, pero el Rey del Mambo es como un maestro aikido que usa a su favor los golpes de sus oponentes. Hablamos de un artista que transformó su sobrenombre en una marca exitosa, y que dice que nunca se arreglará los dientes porque eso sería como sacrificar su identidad.
Con su talento, su calle y su carisma, el Forest tiene las habilidades necesarias para sobrevivir en la industria discográfica actual, donde todo entra por los ojos a través de las redes sociales. ¿Pero qué pasa con los otros que tampoco lucen hegemónicos? ¿Con los que no tienen su chispeza, el desplante de Celia Cruz o los hits del FloyyMenor?
Ahora que el negocio de la música es más visual que nunca, hay cada vez menos espacio para que el talento musical prevalezca sobre el aspecto físico. Si un artista escapa de los cánones de belleza, no solo está obligado a ser sobresaliente en el arte de hacer canciones, sino que también debe cumplir con varios requisitos extramusicales.
La industria destina algunos pocos cupos a los artistas como ellos, siempre y cuando encajen en ciertos roles predeterminados. Por ejemplo, los gordos tienen que ser extrovertidos y los feuchos tienen que ser simpáticos. El artista que no se preste a ser caricaturizado reduce sus posibilidades de insertarse profesionalmente en la música.
Ni hablar de las mujeres. Ante este panorama, nadie la tiene más difícil. La música urbana cuenta con presencias masculinas como los mencionados Forest o FloyyMenor, pero da la impresión de que ni el mercado ni la audiencia apuesta por una cantante si su look se aleja de los estándares habituales, que de por sí ya son ridículamente altos.
Cabe preguntarse a cuántos jóvenes artistas nos estamos perdiendo. Cuántos cantantes en potencia ni siquiera van a intentarlo en la música porque se miran al espejo y no les gusta lo que ven. O simplemente porque su personalidad no calza en ningún estereotipo de la industria discográfica o de las redes. Este juego cruel no es para cualquiera.