“Tanto el uno como el otro simbolizan algo que va más allá de ellos mismos. Ambos son ejemplos de que existen dos fuerzas en oposición dentro del mainstream urbano local”.
Guitarra en mano, Kidd Voodoo canta de forma sentida el coro de ese descomunal carro llamado ‘Confortas pero dañas’. Acto seguido, El Jordan 23, echado en la cama, escucha la versión ranchera de su hit ‘En 4′ y hace como que la duda por un momento antes de vacilarla igual.
Todo esto transcurre en los diez segundos de un reel que lleva incrustado un mensaje categórico: “En Chile hay dos tipos de artistas”.
El contraste de estilos es evidente. La guturalidad casi metalera de la voz de El Jordan 23 es un rugido de testosterona poblacional que ya forma parte del patrimonio bailable de la nación junto a sus rimas de doble y triple sentido en el más actualizado y detonado coa. Por su parte, el canto de Kidd Voodoo toca corazones de forma tan innegable que hasta los músicos de otros géneros aplauden su talento, una señal de aprobación que pocos cantantes urbanos chilenos han recibido hasta ahora.
Tanto el uno como el otro simbolizan algo que va más allá de ellos mismos. Ambos son ejemplos de que existen dos fuerzas en oposición dentro del mainstream urbano local. En un extremo están los Jordan 23: alfas clásicos, capos di tutti capi viviendo fuera de la ley, máquinas del sexo en sus letras. En el otro se encuentran los Kidd Voodoo: sensibles, positivos y bonachones, con gotas de sangre pop corriendo por las venas y la fragilidad de su corazón asomando de forma melódica y romántica.
Los Jordan 23 son full calle y escriben letras ultra explícitas. Puede que le metan al chanteo y que hasta se raspen la garganta para sonar más brígidos, como Marcianeke, King Savagge, FloyyMenor o Ithan NY, entre otros. Los Kidd Voodoo, en cambio, son más suaves y dados a cantar sobre amor y sentimientos, al punto de mantenerse en sintonía con sus emociones incluso cuando activan el modo sutro. Esta familia la integran desde referentes históricos como Gianluca o Easykid hasta una camada nueva en la que brillan nombres como Facebrooklyn o Ivo Wan Kenobi.
Por ahora, el género es dominado por los Jordan 23, pero el bloque formado por los Kidd Voodoo se ha vuelto una alternativa cada vez más sólida. Juega a su favor el cansancio que provoca cualquier fórmula exitosa y su constante repetición, así como lo fácil que están siendo digeridos por una industria que claramente apuesta por ellos. Cosa de ver el último line up de un evento tan revelador del negocio musical como el Lollapalooza, donde había tres Kidd Voodoo (el homónimo, Easykid y Facebrookyn) y solamente un Jordan 23 (Jere Klein).
En lo personal, sospecho que los Jordan 23 y los Kidd Voodoo son el resultado de algo que va más allá de la fluctuación propia de las corrientes artísticas y las tendencias musicales. Creo que también son el fruto de las distancias sociales que separan al país, porque en el fondo los Jordan 23 representan a los flaites del pantano y los Kidd Voodoo no, por mucho que usen elementos de la estética flaite como sus ritmos favoritos, ciertos referentes, algo de jerga o la “ch” marcada. Si en Chile hay dos tipos de artistas es porque en Chile hay dos tipos de Chile.
La buena noticia es que los Kidd Voodoo y los Jordan 23 reflejan la excelente salud del género urbano local, una escena tan grande y variada que está lejos de ser una masa juvenil uniforme. Su convivencia dentro de un mismo ecosistema confirma que estamos frente a un movimiento artístico que ya alcanzó suficiente madurez como para que podamos distinguir escuelas en su interior. O dicho de otra forma: este es el voucher definitivo para echar abajo los prejuicios y caricaturas que hacen ver a esta generación de artistas como si fueran puros clones el uno del otro.
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