“Makoli es una síntesis cultural viviente. Un ciudadano del mundo que ahora mismo podría salir a caminar por las calles de Brasil, Nigeria o Francia sin parecer un forastero. Y lo mismo le pasa en la música”.
Mis ex vecinos quedaron locos la vez que Makoli vino a visitarme. Una presencia como la suya no era habitual en el pasaje. Ver a una especie de Lenny Kravitz trapero bajándose de un auto púrpura los dejó a todos en shock. “¿Es el Polimá Westcoast?”, me preguntaban por Whatsapp los loquitos del frente.
El nombre de Polimá también salió de mi boca al minuto de conocer al Makoli. No quería que hubiese un elefante en la habitación, como se apoda metafóricamente a esas verdades evidentes y que nadie menciona. En su caso, un hecho nada menor: que es hermano de uno de los cantantes más pegados de Chile.
La gran mayoría ve a Makoli como un personaje del Poliverso, pero lo cierto es que su historia tiene sabrosura propia. De partida, hablamos de un afrochileno que estudió actuación, impulsó el boom del trap nacional y ahora está tocando indie pop como líder de una banda. Digamos que sustancia no le falta.
Makoli siempre ha sido un tipo especial en circunstancias únicas: el descendiente de un angoleño a casi diez mil kilómetros de la cuna de su familia, el testigo y partícipe de una revolución musical que puso patas pa’ arriba al país, y el tipo de artista al que los algoritmos no saben bien cómo clasificar ni dónde poner.
Una vida excepcional ha hecho que Makoli sea un tipo fuera de lo común. Solo verlo con sus dreadlocks y su guitarra, usando ropa que evoca a Led Zeppelin y Jimi Hendrix mientras toca indie pop como frontman de la Purple Band, ya resulta impactante. Es mirarle la cara al Chile del futuro y la música que traerá.
Makoli es una síntesis cultural viviente. Un ciudadano del mundo que ahora mismo podría salir a caminar por las calles de Brasil, Nigeria o Francia sin parecer un forastero. Y lo mismo le pasa en la música. “No es que no esté casado con ningún género, ¡es que estoy casado con todos!”, me dijo riendo hace poco.
El paso fronterizo que separa al trap del indie pop se ha vuelto el hábitat natural de Makoli, cuyo tránsito se refleja en lanzamientos que hablan ambos lenguajes. Pero sus dos vidas musicales no responden a una segmentación estratégica por nichos de mercado, sino a su necesidad de cantarle al cuerpo y el alma.
La faceta trapera y carnal de Makoli se expresa en las canciones sobre sexo, amor y placer del EP 1+1, mientras el resto de su gama emocional es desplegada en la sensibilidad indie del EP Casi púrpura. Se trata de una doble nacionalidad musical que le permite ir y venir libremente entre géneros.
El fanatismo de Makoli por raperos que también abrazan las guitarras, como Trippie Redd, Lil Wayne o XXXTentacion, explica las influencias de sus proyectos, pero detrás de su sonido hay mucho más que una serie de referentes. Su música es el fruto de una visión del arte como un expansor de la conciencia.
Para Makoli, grabar es un rito espiritual que consiste en abrirse a las señales del universo para interpretarlas cantando. Una experiencia trascendental que no puede ser reducida a nombres de estilos musicales. Eso le queda demasiado chico, igual que seguir llamando “el hermano de” a un artista tan inmenso.