Chile tiene una escena urbana paralela llena de proyectos liderados por mujeres como Akriila, la mejor pluma de su generación.
Akriila tiene 19, viene de Maipú y empezó a hacer música hace tres años en plena pandemia, motivada por su fanatismo por el trap y por una habilidad con las palabras que incluso la hizo considerar la pedagogía en lenguaje y la literatura como opciones profesionales. Ese talento salta de inmediato a la oreja. La primera vez que la escuché fue el 2020, con el eco del estallido aun retumbando, cuando en uno de sus primeros singles (“Velour”) hizo algo que solo hacen los grandes artistas: entregar un mensaje universal desde un lugar muy personal.
«Yo no creo en el capital, pero me gustan las tillas», escribió en ese tema. Akriila tenía solo 16 años, pero su fibra autocrítica (tiene hasta una “autotiradera” inédita por ahí) le dio acceso al inconsciente colectivo y los dilemas morales de su propia generación. Si las contradicciones de un artista son la clave para entenderlo, como decía el clásico periodista musical español Diego Manrique, entonces esa frase es una llave maestra, brillante por su lucidez y anticipatoria de un rasgo que define a Akriila: sus letras dignas de ser rayadas en muros.
Con el paso del tiempo, Akriila fue redondeando algunos de los bordes más puntiagudos de su sonido, pero sin renunciar a una escritura que sintetiza grandes complejidades de la vida en forma de rimas que golpean como un bate. No recuerdo en el Chile urbano reciente una canción como “Si algún día soy”, donde el amor tuviese tantas capas y fuese problematizado de esa manera. A la chica que inspiró esa catarsis Akriila le dedica este coro: «Si algún día soy to’ lo que un día quisiste / no lo digas por favor / es que me hundiría en mi chiste».
Supe que Akriila era mi rapera favorita una vez que la entrevistaron en el Twitch de Trap2Day, el equivalente a El Diario Oficial de la música urbana chilena. Yo estaba revolucionado con la letra de su single “Blue V2″, sintiendo que era una pieza literaria maestra y pasándome mil rollos por sus múltiples significados potenciales. Pero ella apareció muy suelta de cuerpo diciendo que la había escrito como un juego. Que de tanto escuchar buenos comentarios sobre sus letras quiso hacer algo que no tuviera mayor sentido.
Ahí me di cuenta de que Akriila no podía escapar de su propia genialidad. «Blue V2», con o sin proponérselo, es un tratado/manifiesto acerca de las expectativas de la gente. Las de los fans que esperan letras de cierto tipo («yo cuando quiero saco mi Akri poética») las de su familia («perdón papá no creo que sacaré la carrera»), las de una pareja («gatita no me vienen bien los celos»), las del público y la prensa con los cantantes urbanos («ya nada entra por donde yo huelo») y hasta las de ella misma en el rumbo a establecer su nombre dentro de la industria («trágico que ahora vendí mi alma»).
Tiendo a comparar a Akriila con el top 5 de mis raperas favoritas (Ana Tijoux, Lauryn Hill, Gata Cattana, Missy Elliott, Ari) y con otras mujeres de la música popular chilena que me han hecho sentir minúsculo ante el poder de su arte, como Javiera Mena o Violeta Parra. Pero también la siento muy cerca de Matiah Chinaski por ser tan aguda y prolífica (¡ya está trabajando en su primer poemario!), y su pluma creo que es tan memorable como las de los literatos que despiertan pasiones (y rayados de muros) cantando en legendarias bandas post hardcore como Asamblea Internacional del Fuego o Tenemos Explosivos.
Haciendo zoom out para ver la foto grande, Akriila es parte de un auténtico batallón de artistas femeninas que están haciendo de la música urbana chilena un espacio con más matices y texturas que cualquier caricatura presentada por sus detractores e incluso por quienes la miran con buenos ojos sin profundizar en ella. El núcleo de colegas/colaboradoras al que Akriila pertenece, una célula creativa de apañe y compañerismo que responde al nombre de Airoxi (y que ellas subrayan que no es un sello ni busca tener una estructura rígida), contiene en su interior aun más artistas para entusiasmarse.
El más reciente lanzamiento vinculado a Airoxi es “Gata pistola” de Akatumamy, un EP de reggaeton que en diez minutos elabora cinco canciones redondas sobre lo tóxica que puede volverse la relación con el dinero y lo indestructible que se siente una persona al tenerlo en sus manos. Otro esencial de esta familia es “Konejo di plata” de Kuina, toda una experiencia porque se vale de elementos del cine de terror para contar la historia de una artista (ella misma, proveniente de Lautaro) que llega a Santiago desde región mientras lidia con la reprobación de sus familiares y con los clichés de la música urbana.
El futuro resplandece para las Airoxi y lo que ellas representan: los proyectos liderados por mujeres que enriquecen el panorama proponiendo ópticas distintas. Desde ahí también surgen los EPs “Xxxxxx Ent11″ y “Crónicas de un cora roto” de Nihla, caras opuestas de una artista que se entrega tanto al delirio trap más nasty (en el primero) como a la confección de un R&B muy de piel (en el segundo). Igualmente atractiva es la búsqueda de Amikiraa, la voz más romántica del piño, que recién publicó un single de RKT experimental llamado “Era tu gata”.
También hay vida más allá de Airoxi. Recién apareció el disco debut de Bela, “00″, que trae una carta de amor a las mujeres de la música (”Perra$”), repleta de menciones a cantantes y otras profesionales del circuito. Por ahí igual asoma el nuevo EP de Cheskv Liz, que viene de colaborar con la mucho más mediática Loyaltty en “Hood”, cuyo video la muestra rapeando embarazada, una experiencia que pretende transformar en canciones más adelante.
¿Y Akriila? Iniciando el mejor año de su carrera. Su próximo mixtape arranca con una anticueca que ella misma puntea en su guitarra para luego dar paso a un beat de trap, uniendo simbólicamente la historia de la música chilena con su más urgente actualidad: la de esta escena urbana paralela que desborda talento e imaginación.