“Hacer música en Chile nunca ha sido un camino expedito. Por mucho que ahora haya un puñado de artistas jóvenes que se pegaron rápido, para la gran mayoría el trayecto sigue siendo una larga cuesta arriba”.
Nadie dijo que esto sería fácil. El juego de la música tiene niveles de dificultad de los que no se habla lo suficiente. Muchos piensan que se trata de llegar, poner el Auto-Tune al máximo y cantar lo primero que se te venga a la cabeza, pero lo cierto es que asumir el rol de artista implica varios desafíos que generalmente son de índole muy personal.
Pararse frente a un micrófono no es para cualquiera. Recibir la luz de los focos significa exponerse al juicio del resto, pero sobre todo al propio, que a veces resulta ser el más duro de todos. La música es un lenguaje subliminal. Por muy bueno que sea un proyecto, si la persona detrás de él no se autovalora, lo más seguro es que su carrera se desinfle.
Estar cómodo en el rol de artista es un enorme desafío. El diálogo interno de cada uno, donde viven los valores y los ideales, de repente es puesto en aprietos por culpa del mercado y sus exigencias. Por ejemplo, hace un tiempo conocí a un artista del under que se llama JC El Niño y él me contaba que su formación política de repente le hacía zancadillas.
JC El Niño de chico absorbió el pensamiento y la moral izquierdista. Sensible ante el momento social del país desde pingüino, su curiosidad por saber más lo llevó a orientar su brújula política hacia una dirección que frecuentemente choca con los mensajes de las letras urbanas. ¿Cómo emprender una carrera de cantante sin traicionarse en el camino?
Ecualizar lo que hay dentro en el corazón con lo que hay afuera en el mundo. Se trata de un dilema abisal que en ocasiones termina paralizando a los artistas. En el caso de JC El Niño, la solución ha estado en aprender a ser flexible y comprender que las visiones muy dogmáticas acaban chocando con la realidad que a uno le toca vivir.
Ese nivel de dificultad, de raíz autoimpuesta, es uno de los más comunes, pero al mismo tiempo resulta muy difícil de sortear. Las mujeres del género lo entienden mejor que nadie. En una conversa muy reveladora, hace poco una de ellas me dijo literalmente: “Yo no pasé años estudiando canto pa terminar cantando de las weás que hago con mi poto”.
Encajar los valores personales dentro del mercado. Esa es la tarea de JC El Niño y de todos sus colegas que cuando eran chicos se imaginaban un futuro musical distinto al presente que viven hoy. No hay que olvidar que gran parte de la generación que ahora se dedica a la música urbana se crió escuchando los mensajes sociales de los raperos conscientes.
Me centro en el caso de JC El Niño porque su matriz ideológica, por mucho que ya no milite y que lentamente esté encontrando su comodidad en el rol de artista urbano, lo ha llevado a enfrentar otros niveles de dificultad. En su afán de trabajar colectivamente, JC también ha tenido que darle cara a la peor enemiga del arte: la indiferencia.
Buscando armar escena, JC El Niño organizó una tocata hace unos meses y terminó perdiendo plata. Recuerdo haberle hablado poco después y enterarme de que se había ido a trabajar por una temporada a la nieve para reunir dinero. También recuerdo alegrarme cuando supe que estaba de vuelta y que con lo ganado pensaba armar otro evento.
Su insistencia fue premiada. La última tocata que hizo salió mucho mejor. Un espaldarazo para seguir adelante y volver a enfocarse en sus quehaceres musicales tanto dentro como fuera del escenario. Así es este juego. Los altibajos que JC El Niño está conociendo vienen incluidos en el starter pack de cualquier cantante comprometido con la causa del arte.
Hacer música en Chile nunca ha sido un camino expedito. Por mucho que ahora haya un puñado de artistas jóvenes que se pegaron rápido, para la gran mayoría el trayecto sigue siendo una larga cuesta arriba. Los que insisten cuando se pone difícil e incluso después del fracaso, como JC El Niño, son los que tienen más chances de llegar hasta el final.