El Westside fue uno de los encargados de abrir el telón de los ritmos urbanos este viernes, con un repertorio que buscó contentar a todos y fue sinónimo de cumplidor.
Casi en el ecuador del primer día, Polimá Westcoast arribó por tercera vez al Lollapalooza Chile, en un espectáculo que comenzó con retrasos.
El chileno-angoleño ya había participado en 2019, con un histórico show en el Movistar Arena que marcó la entrada del género urbano chileno al famoso festival, y en 2022 en un recital conjunto con Galee Galee, que en el fondo fue un all-star del reggaetón chileno con varios invitados.
En la previa, fue el primero en atraer a una considerable cantidad de público en el Perry’s Stage, los cuales soportaban el calor infernal en el Parque Bicentenario de Cerrillos. Algunas pifias comenzaron a sentirse producto de la demora de casi 15 minutos, mientras la escenografía aún se estaba armando.
A las 17:30, una maga hizo aparecer al trapstar, quien con un look militar-urbano desató la euforia con el sencillo “Lacone”.
“Sextime”, “S.O.S”, “Cu4tro”, “Lokotron”, e incluso un cover del clásico old school “El teléfono”, sonaron en un medley de grandes éxitos. Sin embargo, lo que realmente hizo retumbar el escenario fue “Te quiero ver” y “Esto no es una canción de amor”, transportando a la época prepandemia, cuando muchos de los presentes aún eran escolares.

“Yo les dije en 2019 que el trap era cultura”, decía Poli, mientras su hermano Joao llamaba al moshpit.
Cuando parecía que Westside iría a la segura con sus éxitos reggaetoneros, dio un giro y llevó el show al trap.
Con cuerpo de baile enarbolando banderas de Haití y Angola, en una muestra del orgullo por sus raíces afro, “Trapman”, “Brokeboi”, entre otras, provocaron la locura de los fans más acérrimos.
En el tramo final, llegaron sus dos hits más sonados: “Baby Otaku” y “Ultra Solo”. Luego, la presentación se transformó en una fiesta EDM con su session junto al trasandino Bizarrap, “Lo malo” (con dedicatoria incluida a Galee Galee) y “Samurai”, que contó con la participación de Young Cister, desatando el grito de las féminas.
El punto final lo marcó “My Blood”, el himno del trap nacional, una canción memorable que trasciende el género urbano con sus cadencias andinas y su radiografía de las poblaciones y ghettos del país.
Un acto que buscó contentar a todos sus fans, transitando desde los clásicos del inicio, el hi-hat y el 808, hasta los himnos tiktokeros. Un espectáculo cumplidor y probado para levantar la tarde.

