Aunque sus letras no critican al sistema como las del rap, la música urbana y sus rimas sobre abundancia material interpretan la disconformidad social de millones de chilenos
En el movimiento urbano chileno el clima es optimista: todos intuyen que hay algo especial cocinándose dentro de nuestras fronteras. Pero fuera de ese círculo la percepción puede ser muy distinta. Muchos creen que el trap, el reggaeton y los otros ritmos urbanos son la banda sonora de nuestra decadencia cultural, y reaccionan a su auge como si fuese un frente de mal tiempo que pronto acabará.
La mala noticia para ellos es que la música urbana hace rato que llegó para quedarse. Ya no fue una moda pasajera como esperaban, sino más bien al revés. Lo que ahora estamos presenciando es un fenómeno contracultural de largo alcance lleno de pistas sobre el mundo que vivimos. Ignorarlas sería como vendarse los ojos y negarse a ver lo que la realidad nos pone en frente.
Hay señales para tener en cuenta hasta en los aspectos más cuestionables del género, como la exacerbación del consumismo y el individualismo. Sus detractores siempre acusan que las letras hacen apología de lo material. Demasiado lujo, demasiada ostentación, demasiado Gucci, Dior y Louis Vuitton. Les choca que canten de zapatillas caras y de fardos de billetes.
En efecto, la plata es un tópico de la música urbana, donde no existen las viejas normas de buena crianza que asocian hablar de dinero con mala educación. Hacer y gastar pesos es una temática habitual de las canciones. En el movimiento eso es algo que se vive con naturalidad. Entre artistas y oyentes hay un entendimiento al respecto, pero los que miran desde lejos suelen quedar colgados.
Y cuando falta comprensión, asoman las interpretaciones a la rápida, todas facilonas. Que esta música refleja el triunfo del neoliberalismo. Que carece de vuelo poético. Que la juventud que la escucha es acrítica con el sistema capitalista. En fin, la sarta completa de argumentos que se usan para negarle al género urbano su estatus de arte o ningunear los gustos de sus seguidores.
Tanto desprecio no deja espacio para preguntas clave como: ¿Por qué cada vez más música habla sobre abundancia material? ¿Qué la hace tan popular entre los jóvenes? ¿Esto qué nos dice sobre ellos? ¿Y sobre Chile? Aventurar respuestas a esas interrogantes ayuda más a navegar el presente que quedarse de brazos cruzados en un rincón sintiendo nostalgia por el rock o el rap.
Solo en este país, el movimiento urbano engloba a cientos y cientos de artistas, así como a millones de seguidores. Si cada uno de ellos sueña con el éxito personal, quiere decir que muchos comparten el mismo anhelo. Y un motor de ese deseo es la insatisfacción que todos sienten respecto a su lugar en la pirámide social. De ahí surge el lema “venimos de abajo, pero vamos pa’ arriba”.
Si abundan las canciones sobre dinero y lujos es porque existe un deseo generalizado de vivir mejor. Muchos “yo quiero” forman un “nosotros queremos”. Aunque se exprese en singular y no en plural, de manera implícita subyace el reclamo colectivo por una sociedad realmente igualitaria donde el terreno sea parejo, las oportunidades alcancen para todos y el queso se reparta en trozos equivalentes.
Puede que escribir rimas sociales como las del rap ya esté en desuso, pero eso no significa que la música urbana haya renunciado a cantar y contar cómo se ve la vida en Chile a través de los ojos de jóvenes deseosos de algo mejor. Tampoco es que las letras sobre marcas de ropa, blingbling y vida de ultralujo ahora sean antisistema, pero detrás de ellas hay más que impulsos consumistas e individualismo.