Tan lejos y tan cerca

“La caricatura le ha hecho pésimo a los actuales exponentes del rap chileno, en cuyos hombros ha recaído el peso del dogmatismo ajeno”.

Juguemos: tú me nombras un MC nacional legendario y yo te muestro una rima, una entrevista o un post donde marca su distancia con la música urbana. Entre los baluartes del rap chileno, oscilantes entre el menosprecio y el hateo, siempre faltó voluntad para congeniar con la siguiente generación.

Como el padre ausente de una oveja negra, la última camada exitosa del rap local le hizo la desconocida al trap, al reggaeton y a otros estilos que también se rapean. Puesto a prueba frente a la sangre joven, el discurso de la integración con el que se llenaban la boca nunca fue aplicado en la práctica.

La mayor evidencia de la separación entre rap chileno y música urbana está en el lenguaje que usamos. En Chile se distingue entre “raperos” y “traperos”, mientras en la cuna de esta cultura, Estados Unidos, son todos “rappers” y punto, independiente del Auto-Tune, del mensaje, del ritmo o del flow.

Esta resistencia a los cambios es el principal factor en el declive del rap chileno. En algunos líderes fue una actitud tan marcada que lo salpicó todo. Sin ir más lejos, en buena parte de la escena urbana quedó la imagen de los raperos clásicos como una tropa de retrógrados moralistas y soberbios.

La caricatura le ha hecho pésimo a los actuales exponentes del rap chileno, en cuyos hombros ha recaído el peso del dogmatismo ajeno. Aunque es claro su ánimo de entablar un diálogo con el movimiento urbano, las fronteras trazadas por (algunos de) sus mayores siguen penando como un fantasma.

Está claro que llevamos años en un juego que no tiene ganador, sino solo perdedores. La disfuncional relación familiar entre el rap chileno y la música urbana, que guste o no también forma parte de su árbol genealógico, necesita ser revisada a conciencia. Es urgente echar abajo el muro que los separa.

Volver a mirarse implica terminar con las caracterizaciones injustas de uno y otro lado. Ojalá que los raperos hagan memoria y entiendan que están siendo igual de prejuiciosos que los viejos de hace décadas. Esos que miraban al rap chileno como algo inferior y dañino cuando era una expresión más joven.

Por otro lado, la idea del rap chileno como un viejo gruñón también amerita un chequeo. Primero porque un grupo de famosos cultores del boom bap no es todo el movimiento y segundo porque detrás de su severidad el rap local siempre ha sido un parche curita en las heridas de este país maltratador.

El rap le entregó a miles de jóvenes chilenos lo que ninguna familia ni escuela pudo: una brújula. Señalar nortes forma parte de la vocación fraterna y veces hasta paternal con la que siempre llenó vacíos dejados por adultos irresponsables. Ahora frente a la música urbana le toca no volverse uno más de esos padres ausentes. Llegó la hora de romper los viejos patrones.

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