Doc, ayúdeme:
Solo usted puede darme una mano, jefe. Es el único que tiene la cachativa y la soltura para iluminarme sin ponerle dulce al drama. Resulta que desde hace un año estoy dándole cuerdita al reloj de una viuda de 45, potente y con ganas de hacer crujir el catre, que conocí en el restorán donde cocino.
En este año de merecumbé aprendí todos los trucos para convertirme en un masterchef cocinándole el choro zapato y ofreciéndole lo mejor de los picorocos de mi tierra: Puerto Montt. Todo bien, para mí, ya que tengo trabajo estable, ando por los 30 años y además la viuda se porta regia, ya que me viste y se pone con plata pa’l bolsillo. Ideal la vida, jefe. Pero hace un mes la cosa cambió cuando se vinieron del norte dos sobrinas de la señora. Unas zafadas que apenas las conocí se empezaron a pasear en pelotas por la casa de la viudita.
Una noche llegamos medios pasados a copete de un bailoteo y al acostarnos cansados sin ganas de titanear en el ring, unas manos comenzaron a sobarme los de Coquimbo. Con la curadera pensé que era ella y empecé a galoparla con tutti. Gritaba más que garrero en el Monumental y le desconocí la voz de gata. Después, estando en el descanso del guerrero, las manitos empezaron a tocarme las brevas hasta que el tallo de la higuera creció… ¡Y vuelta a galopiar! Después de esa me fui a negro. Al despertar veo la tremenda realidad: mi viudita y sus dos sobrinas en todo lo que es en pelotitas junto a mí. Me asusté y despertó la patrona. En vez de enojarse, se rió como gata y me soltó: “Veo que conociste a mis niñas del norte, ahora vas a cocinar para tres”. Y aquí ando, cocinando y sirviéndome a tres cuchas. ¿Y el drama? Ya no doy más, jefe, le juro. Se me derritió la cuchara de palo y el picoroco se fondea en su concha apenas llega a esa casa. Consejo, plis.
CACO
Don masterchef:
Mi perro, usted se queja de puro lleno. Yo a su edad, sin ser chef, me cocinaba a fuego lento a una viuda y hacía el delivery en cinco casas más, y nunca me quejé. Aperraba a punta de pailas marinas, mariscales, jugo de nuca de toro, prietas y cocimientos del barrio Franklin.
Usted, me tinca, tiene problemas en la pensante, es decir, se asusta ante las gatas jóvenes y la comeguarenes mayor porque no sabe galopiarlas al mismo tiempo ni maneja los tiempos del mambo.
Aunque sea medio lerdo pa’ las letras, le sugiero que se compre el Kamasutra en una librería de viejo y empiece a cultivarse en cómo sacudir la pallasa y qué hacer cuando le sueltan el mono de a tres.
Y dado que la ciencia médica y las farmacopea han avanzado tanto, vaya a la botica y se compra viagra o si prefiere algo a largo plazo como las pastillas de palhuén, el secreto mapuche. Ya, mejor le digo chaíto, porque estoy que le propongo hacer el relevo con la viudita y sus sobrinas gatúbelas.