Entrenador del amor:
Se me parte la cabeza, doc. Con los cabros del pasaje, apenas el Alexis metió el último penal partimos pa’ la Plaza Italia y grité hasta quedar con menos voz que el René de la Vega. Lo loco es que ahí, en medio de los cornetazos y los “ceachí”, de la nada una flaca me agarró la vuvuzela carepalo. Como nos habíamos bajado dos chimbombos, le devolví la pared como el “Huaso” Isla y viera la cara que puso la malvada cuando le hice “la Gran Jarita”. Así que sin darme cuenta, apretamos cachete y fuimos a terminar la celebración a su depa cerca del Santa Lucía. Y ahí anduve mejor que la Roja en los penales y se los metí todos: al ángulo, por hoyito, sin manos, ay. El problema fue que después que le di como el bombo que nunca dejaron entrar al estadio, me quedé raja y cuando desperté me dolía el popín. No sé qué habrá pasado, pero me cuesta sentarme y temo que mi compañera de tercer tiempo haya sido en realidad un infiltrado. No me quiero quedar con la duda, pero me da plancha ir al doctor para averiguarlo.
Barrabrava
Señor cotillón:
Por algo el intendente dijo que habría que prohibir que la Plaza Italia se convierta en Sodoma y Gomorra, ya que después de la challa y la chupilca la gente suele perder la cabeza, más todavía en su caso que bien podría haber sido la de abajo. Le recomiendo que se encierre en el baño con un platito con harina. Siéntese sobre él y si ve algo colorado, métase el orgullo en el hoyo de la oreja, igual que el cachetón de Messi que salió como las gallinas del Nacional, y parta al médico de una. Me tinca que su compañera de tablón tenía una vuvuzela oculta y cuando a usted le tocó soplarla pasó a pérdida. Mejor quédese con el recuerdo de que somos al fin los reyes de América, mientras usted fue el campeón de los amermelados.