Amor psicodélico

Soy un universitario de provincia que anda a patás con los piojos. Con suerte me alcanza para pagar la pensión de la Tía Lela en Santiago y lo más fino que comí en el último mes fue sánguche de jurel con mayo light. Pero, debo reconocerlo, siempre tengo unas luquitas para carretear. Y en esa andaba con mi socio, el Loco Pepe, cuando conocí a una diosa hippie que me movió la pachamama. Su penetrante aroma a incienso de lila y un florido verso cargado a las venas abiertas de Latinoamérica, me prendaron. Con cinco chelitas de litro en el human body partimos a un motel de ocho lucas, donde, gentileza de la casa, nos dieron dos cortos de manzanilla. Tras hacer pebre el catre, nos pusimos a conversar. Y aquí viene lo cuático: la Janis Joplin criolla me ofreció irnos en un viaje espiritual a la selva boliviana durante tres meses. Ganas me sobran porque me enamoré, pero debo continuar con mis estudios. ¿Qué hago, doc?

Psicodélico

Mister carrete:

Usted es joven y tiene todo el derecho a carretear sin destrozarse el hígado, pero tiene que aprender que en la vida hay prioridades. Seguramente sus papás le pagan los estudios o se quema las pestañas con un crédito que lo dejará endeudado por años. Y en eso debe poner el foco por el momento. Está claro que quedó empotado con las señorita psicodélica; eso no es amor. Y si así lo es, léase un libro de Carlos Castaneda y, con el mismo verso del Chamán Nagual Tolteca, convénzala de que puede abrir las percepciones en el Parque Forestal o en la punta del cerro Renca. Tal vez la chiquilla lo pesque y se queden acá para cultivar paz, amor y la cacha de la espada. Luego se van de viaje. Chaolín.

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