Del caño al catre

Doctor Cariño: 

Llevo tres semanas practicando el Pole Dance, ese poh, el famoso baile del caño.

Con varias amigas nos metimos en un gimnasio donde se practica aquel arte y yo salí una de las mejores alumnas.

Tuve una presentación y ahí quedó la embarrada en mi corazón. Cuando terminé esta especie de “graduación’’ del caño, se acercó un tipo argentino y me ofreció ser monitora de Pole Dance en su gimnasio que abriría en un par de semanas.

Yo le acepté y para celebrar terminamos en un bar y después pasó de todo. Estoy agarrada de él y no recibe mis llamados ni los mensajes ni los mails ni nada.

No sé si ir a buscarlo al gimnasio donde entrena todos los días o finalmente darle el filo. ¿Qué hago? Respóndame por favor.

Cañita

Pavita:

Sin desmerecer a nuestros queridos hermanos del vecino país, en todas partes se cuecen habas, así que lo que le pasó a usted es parte de lo que le sucede a más de alguna mina que queda embobada con un hombre canchero, buena pintacha y engatusador. 

Lo que le quiero decir es que usted debe comprarse una silla bien grande para que se quede esperando cuando el hombre abra su gimnasio. 

Claro poh, porque para comérsela con papas fritas u otro tipo de guarnición (como dicen los che) le inventó toda esa historia de la pega, y que usted es la mejor, y la más linda del mundo, y la futura profesora, y el buen sueldo, y la mentira tras otra. 

Es un Buddy Richard de la mentira este caballero. Un profesional. Con todos esos antecedentes no le queda más que resignarse, seguir bailándole al palo parao  y buscarse un hombre decente. 

Chao nomás.

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