El placer pasa la cuenta

Ayúdeme, porfi, Doc:

No le voy a andar con cuentos, pero soy rica. Así de sincera. Voy al gym todos los días, hago pilates, tengo una vida sana y mi único vicio es el sexo.

Claro, no soy una bataclana que ando suelta por la vida soltando la flor como si la tirara a la chuña, pero sí tengo dos hombres que me hacen feliz en el ring. Por mi organismo no tomo pastillas anticonceptivas, pero a cambio de ello es que en mi departamento siempre tengo preservativos.

El problema es que los compro yo misma en la farmacia que está abajo del edificio, y el flaco que atiende, me mira raro. Tan extraño es el tipo que me empezó a acosar. Me llama al citófono, me deja cartas, hasta que lo encaré.

Me señaló que quería acostarse conmigo y que tenía 300 mil pesos para pagarme. Yo me negué, y me trató de prostituta, porque me gritó que él cachaba que pasaba comprando condones y que sabía quién entra a mi depa. Me acosa, me sigue en el auto. ¿Qué hago?

Nerviosa

Oiga nerviosa:

Para qué le voy a negar que le gusta más que el pan la cuestioncita larga y dura, como la vida, dicen por ahí. Lo que le está pasando, mi cielo, es que el mundo da muchas vueltas y esto es un escarmiento al pasar que está teniendo en su existencia.

Usted, por más que sea más califa que la Tanza Varela adentro del ascensor de la muerte o en el sillón saltarín, tiene que preocuparse de su reputación. Si anda comprando globos en una farmacia (porque con las pastillas le salen bigotes), y el vendedor la cacha que entra al edificio con Zutano y Mengano, no es extraño que el hombrón se pase el rollo de que usted tiene la profesión más antigua del mundo. 

No obstante, si el degenerado persiste, denúncielo a los verdes y cero drama. Pero le insisto, cambie su vida, porque así nunca encontrará el amor y se ve muy feo lo que hace a diario.

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