Señor que se las sabe todas:
Soy el caserito de los pescados y mariscos de una feria de Santiago, no diré la comuna para que me agarre pa’l fideo el hocicón de las lechugas que las vende como si fueran oro y cuando se acaba la pega las deja botadas para que se las lleve la basura. Pocos datos, ¿me entiende, jefe? Usted cacha de más.
Me las quise dar de moderno y mandé imprimir tarjetas con mi nombre, fono y dónde se ubica la feria. Repartí entre las caras conocidas y en algunas casas. Llegó harta gente al carrito y me hicieron pedidos grandes que llevé a casas de medio pelo y cototas de la comuna. Hasta que un día me llamó una caserita de lo más potente, una tirando para 40 años, morena, alta, con harto atrás y mucho adelante.
Me hizo el pedido y era harto, así que me la quise dar de lindo y aparecí con el manso pescado, además de cuatro lenguados, por su palacio. Me hizo pasar y pidió que se los fileteara ahí mismo, en un mesón tipo mármol de su cocina. Estaba con el delantal puesto y métale cuchillo cuando ella me dijo que iba a ayudar y apareció con delantal, pero sin nada más abajo, sólo los zapatos de tacones rojos. ¡Qué me dijeron! Afilé el manso cuchillo que me gasto y el fileteo fue de película.
En medio de la faena, ella me dijo que guardara las huevas de pescado, porque le gustaban fritas. Le dije que sí a todo, jefe. Era el desposte más grande y lindo de mi vida acostumbrada a merluzas hasta que… cuando limpiaba el cuchillo, alguien empieza a aplaudir y decir: “Qué lindo, así te quería pillar mara… y la que te pa…”. Y empieza el festival de charchazos.
Oiga el compadre bueno pa’ los combos. El gallo, que era el marido, le tiró un combo a mi albacora dorada y por defenderla me empezó a dar con el manso pescado que había traído, pescadazo en la cabeza, en el lomo, en las piernas. Así salí a la calle, con las huevas de pescado en las manos, con delantal y en pelotas.
A la dama no la volví a ver hasta dos semanas después, iba con lentes oscuros bien grandes y con el pejesapo del marido al lado. Me escondí. Pero de pronto ella gira y me hace señas de que la llame. La pregunta clásica, doc: ¿La llamo?
Mariscal
Fileteador:
El único Mariscal que conocí fue Alberto Quintano, un patrón de la zaga azul y de la Roja de todos. Bueno, a usted con tanto olor a choritos, almejas, merluzas y reinetas debe habérsele secado el cerebro. Si el atontado no aprendió a tomar medidas de seguridad para sus andanzas, no se lamente ni gaste tinta suya ni de este ilustre diario pop. Pero, bueno, a lo hecho, pecho.
Tengo por norma no aconsejar a patas negras ni pécoras infieles, pero para no lamentar su deceso ni que uno de los reporteros nuestros escriba la crónica de su asesinato, le aconsejo por el lado de la seguridad. Sáquese el delantal lleno de escamas de jurel y cite a la dama a un hotelito donde usted tenga panorama para ver si la sigue el cornudo oficial, mejor aún: fije un punto desde el cual usted la seguirá; dele unas monedas a la mucama para que le silbe cualquier peligro y al terminar la faena, deje que la caserita salga primero.
Pero no sé por qué presiento que su albacora lujuriosa va a terminar pidiéndole asilo en su rancho y a lo mejor acaban vendiendo la pescá en la feria. Bueno, así el fileteo será seguro y más seguido, hasta con apanado, sudado de machas, choritos y huevas de pescado fritas. Ya, se me abrió el apetito. ¡Chao!