Doctorcito, ito, ito:
Soy chiquitita como una pepita de ají y me enamoré de un hombre que pesa 123 kilos. Él igual es bajo de estatura y claro, lo que esperaba: para nada de dotado. Sólo se gasta una cosa que hay que mirarla con unos lentes potito de botella. Pese a todo, en la cama le hace empeño con otros juegos, pero cuando llega la hora de la verdad guatea como él solo. Imagínese que estamos en lo mejor y después se pone nervioso. Trata y no puede. Así que le da por hacer malabares de su cosecha, que terminan haciéndome feliz. Lo amo y lo respeto, pero mis amigos me dicen que no hay como encatrarse de verdad. Me pidió que nos casáramos, pero ese punto es el que me hace dudar de decirle que sí.
Marisela
Apolínea:
Dicen las malas lenguas, las de víbora, que el tamaño no importa, pero cuando el maní es salado o confitado no hay nada que hacer. Lo importante acá es que su pierno se la juega con el Hombre Araña, el charango o cualquier artilugio para llevarla hasta los cielos. Cumple, y usted queda casi fumándose el cigarro. Bien. Arriesgado, pero le resulta a su gordo.
Así que creo yo que debe hacer oídos sordos a lo que le dicen sus amigas, porque si el caballero bueno para el sánguche la ama y usted también a él por sobre todas las cosas, tiene que puro casarse y ser feliz. Además, le falta una buena conversa para que puedan llegar al acto sexual como corresponde. hay posiciones terrible de ricas que da hasta con un palo de fósforo. Por eso le digo, si se aman generen la confianza para convertir el amor en un buen encamamiento, como diría el Zafrada.