Las primas ricardas de la señora

Doctor:

Aquí, casi de rodillitas, estoy tecleando la carta salvadora, maestro. Sucede que hace tres meses mi esposa, una santa mujer, que además es entera de rica, se trajo del sur a dos primas veinteañeras que vienen a estudiar. Cuando las fui a buscar al aeropuerto me encontré con dos mansas minas que en nada se parecían a las cabras chicas que recordaba. Un fin de semana en que mi mujer viajó al sur a ver a su mami, una de ellas, muy a la mala, se metió a la cama y yo, por acto reflejo, atiné rico. Al despertar seguí con la payasada hasta que abrí los ojos y pegué el manso grito. Al toque vino la otra y nos pilló en pelotas. Me encerré en la pieza a fumar desesperado y a gritar. Hasta que me tocaron la puerta y reaccioné. La mayor, la que nos pilló, me habló clarito: quería lo suyo también. Dije no, pero me amenazó con abrir el tarro. Ahora estoy atendiendo a las dos cabras y también a mi mujer. No es chiste, sufro harto, aunque la cabeza que no piensa anda feliz.

AQUILES

Don Aquiles da:

Me da pena usted, gancho, porque a pesar del merecumbé gozador, que muchos tontorrones envidian, está metido hasta el cogote de arriba en un forro de esos. En principio no tuvo culpa, ya que uno es como los boxeadores: siente la campana y lanza los aletazos. Pero al aceptar el chantaje y mantener la fiestuza, se puso canalla entero. ¡Y más encima reparte a tres ansiosas! Se me ocurre una solución, lleve a casa unos compañeros de pega  pintosos y vea si las fieras sureñas atinan con ellos. Si resulta, se salva. Pero si cachan la jugada, se hunde. Y mientras fragua el plan y sigue repartiendo jugo de amor, procure comer bien, tomar vitaminas y péguese unos viagrazos para aguantar.

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