Doctor:
Así de simple. Me gusta el pololo de mi amiga y me he portado mal con él en cinco oportunidades. Es decir, hace seis meses andamos jugando a las escondidas.
De hecho, la peor fue este fin de semana largo que pasó, que fuimos los cuatro a la playa. Mi amiga, su pololo, mi novio y yo. En el día íbamos a la arenita, lo pasábamos súper bien y normal, y en la noche, antes de acostarme, ponía el despertador a las 5 (obvio que sólo con vibrador).
La pareja de mi amiga también hacía la misma; y afuerita de la casa, donde había un baño de noria, atrás de éste nos dábamos hasta las seis de la mañana. Y después al tuto. El asunto es que ella el martes pasado anunció su matrimonio. Me da pena, y lata. Quiero contarle todo. ¿Qué me dice?
Danae
Oiga:
Yo que usted, antes de nombrarse como “amiga’’ me lavaría el tarro hasta con raticida, porque no tiene caracho para hablar de una amistad con alguien a la que le ha puesto los cuernos con el hombre que se va a casar. Más encima en un paseo de cuatro, y para rematarla, atrasito de un baño más hediondo que camarín de club de barrio o del guáter del Estadio Nacional.
Ojalá la víctima de todo esto me leyera y cachara que personalmente creo que ni usted ni el mal agestado merecen estar más con ella.
Quizás qué mula le metió el breva califa a la dama para que le diera el sí y aceptara casarse con él, cuando en realidad si le hizo esto, con anillo en mano se la va a nuquear igual.
Salve su dignidad, Danae. Si se cree amiga, cuéntele a la pajarita todo lo que pasó, y dígale que no acepte al pajarraco fresco. Y de ahí se vira y no aparezca más. Aunque es obvio que tampoco la van a querer ver.