Profesora probó pasto tierno y quedó enganchada

Doctorcito:

A veces siento rabia, en otras tengo tanta rabia que me encierro a llorar, pero igual no dejo de pensar en él. Tengo 33 años, soy profe de matemáticas y mi historia partió el día que llegué a hacer clases a un cuarto medio, de acá de Conce. En el curso había un pendejo precioso, por dentro y por fuera, que no pude evitar enamorarme de él. Fue enloquecedor, frenético. Un día le dije que se quedara después de clases y me importó una raja que me pudiera ir presa, porque le dije que me volvía loca y él me respondió. Empezamos una relación oculta. Nos juntábamos a puro darnos y aunque sabía que estaba jugando con fuego, seguí dándole. Pero él ahora se puso a pololear con una cabra de su edad, que no me llega ni a los talones. Pero no puedo dejar de pensar en él. Ayúdeme.

Pancha

Mi chaperona:

Pucha, mija. En esta pega que elegí ya he criado cuero de chancho y pocas veces me entran basuras a los ojos, porque lo he visto todo. Su caso, de hecho, es típico. Profes que le sacan punta al lápiz de cabros chicos atléticos, a una edad donde son Terminator y se gastan una bazuca atómica, hay muchas. Pero usted se me enamoró, pueh, mi guacha. Y olvidó que el que se acuesta con niños amanece mojado. Es mi deber decirle que deje al torito hacer su vida, porque además del corazón roto puede terminar presa. A sus 33 me tinca que está como quiere y cualquiera le echaría el portón abajo con amor del bueno, del sano. Olvídese del niño con un buen concierto de Illapu, a todo charango. De ahí me cuenta cómo le fue.

Tus consultas y dramas de tipo amoroso pueden aparecer en la Ventanita Sentimental si las mandas a doctorcarino@lacuarta.com

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