Salvador de atados:
Le esccribo desde El Quisco, aún con la mansa caña del “18’’ de infarto que me mandé en las fondas del litoral. Lo penca es que no me acuerdo de nada de lo que hice esa noche. Partí con un choripán, una coca light y un tecito. Pensé que era lo mejor dejar la guata pochita para no curarme después con un corcho. Sin embargo, fui a una ramada espectacular: lleno de minas, el copete barato y sus anticuchos con pura carne y poca vienesa. Andábamos tres amigos. A las 23.00 un yunta nos presentó a un trío de minocas de Santiago. Y ahí empezó la perdición. Chupamos, bailamos cumbia, reggaetton, cueca, guaracha, de todo. Y ahí no me acuerdo más. Terminamos en la cabaña que arrendamos sin billeteras ni los zapatos. Y ahora me quedó el puro celular para contarle nuestro problema. Estoy malena, doctor. En serio.
NIL
Nilcito:
Me lo imagino caminando a pata pelá con sus compadres en la carretera ni que fuera al Santuario Lo Vásquez. Pero algo tiene que ver, porque chupar hasta perder la cabeza tiene que tener su castigo, pues hijo. Por más que haya partido con un choripán y un tecito “para afirmar la guata’’, da lo mismo si se va a tomar toda la fonda. Aunque se hubiese comido una vaca con arroz el resultado hubiese sido el mismo, tras 10 terremotos y una botella de pisco. Nadie resiste al exceso de copete. Y se lo digo, porque yo quedo muerto con cinco. Y no me cabe ni uno más. Bueno, quizás un sexto. Pero al día siguiente le encargo el dolor de cabeza. Y respecto de las minocas. Mal, poh, hijo. Por eso uno tiene que aprovechar de andar vivito en estas Fiestas. Mire que andan contadores de cuentos del tío, estafadores, carteristas y estas perversas que le meten copete a los compadres a cambio de una tocada de pechuga. Y al final, los dejan muertos de borrachos y le roban hasta los calzoncillos con chantá de moto. Con los minutos que le quedan en su celu, llámese a un amigo para que lo vayan a buscar a usted y al par de longis con las patas con callos. Más vVivaceta para la otra. Cuídese.