Doctor amigo:
Me pasó una de las anécdotas que sólo se reiteran en las películas. La profesora de mi hija -a todo esto, estoy separado y soy un buen padre- es muy exigente. Tanto así que me ha mandado comunicaciones por el mal rendimiento de mi chicoca, lo que me obligó a pedir una reunión con ella.
A la maestra no la conocía, pero cuando llegué al colegio me encontré con una joven mujer, con ropa ancha, lentes y un moño. Fue dura al principio con mi cabra, pero después me di cuenta de que es una excelente docente. A la semana fui a un carrete y me encontré con ella: no tenía lentes, andaba con unos jeans a la cadera y una polera apretada con dos grandes globos. Quedé loco, y más aún si sé que es una buena profesora.
La quiero hasta para que se transforme en mi señora. A ese nivel.
Lota
Mi amigo:
Eso de las mujeres que se hacen las piolitas y después uno las ve como realmente son es exquisito. Ya me lo imagino a usted con la maestra en un telmo, y ella dictándole las tablas y dándole reglazos en el traste. Lo que le ha pasado a usted tiene dos elementos que son muy importantes. Primero: la mujer era una Betty la Fea, exigente, buena profe, pero federica.
Y curiosamente se transformó en una reina, diosa, apolínea, e inteligente. Tremendo cambio. Segundo: este punto es el que vale. Si la mujer es exigente, inteligente y ordenada, tiene que puro jugársela por ella. Que sea rica le salió de chiripa. Así que invítela a salir y no le hable cabezas de pescado. Ella es una mujer culta que espera que le conversen a su nivel.
Piense que si se tira el salto con ella va a tener una tremenda profesora en su domicilio y la más feliz será su pequeñita, que subirá todos las notas coloradas.