Doctor:
Hace dos meses dejé el pucho. Tenía los bronquios pa’ la historia y me despertaba de madrugada para echar humo. Estaba desesperado. Y como era de esperar, la ansiedad se me disparó a las nubes. Me puse a comer como porcino y engordé siete kilos en tres semanas. Y como no quiero terminar como mi compadre Luka, me metí a clases de yoga en un club social de mi barrio, donde llegué más nervioso que aval de trapecista. Sólo me pude relajar cuando vi a unas de mis compañeras de clases. La luz que emana y su cuerpecito hecho por los dioses me dejaron loquito. Es una maravilla de mujer que, apenas se lució la postura del “perro mirando hacia abajo”, me purificó el cuerpo e hizo olvidar las ganas de fumar para siempre. Y en agradecimiento, la invité a comer sano a mi casa, donde me enseñó a hacer “el arco”, pero sin ropa. ¿El drama? Siento que me enamoré y quiero seguir aprendiendo posturas con ella, pero tengo hace cinco años una novia a la que adoro. ¿Qué hago? Estoy confundido.
Angustiado
Míster relax
Lo primero es lo primero: lo felicito por dejar la cochinada del cigarro y comenzar una vida más saludable. El humo sólo sirve para esconder el maldito estrés y a la larga terminaría hecho bolsa. Y está comprobado que esta milenaria disciplina sirve para bajar la ansiedad, así que siga con eso mientras le da la pelea a los síntomas de la abstinencia. Ahora, le aclaro altiro que si continúa abriendo los chakras a escondidas, terminará nuevamente convertido en una chimenea con patas de los puros nervios. Le recomiendo que sea más hombrecito y, con la misma claridad mental que tuvo para abandonar el pucho, tome una determinación: siga haciendo el “árbol” y la “flor de Loto” con la señorita elástica o hable con su novia, que, para ser sincero, se merece a un tipo más honesto y claro en cuanto a sus sentimientos. Cambio y fuera.