Tres rellenitas a la plancha

Aprovechando los rayos solares que quedan en el litoral central, partí a El Quisco. Me puse mi traje de baño en la residencial que arrendé y me fui a la arenita. Estaba solito mirando el mar y, de repente, se sentaron tres gorditas atrás mío a tomar sol. Obviamente que tenía mi cooler con un pack de seis chelitas congeladas para acompañar al güergüero. Entre una y otra lata comencé a cachar la conversación de las rellenitas.  El tema era el libro Las 50 Sombras de Grey. En un minuto caché todo el mote, el trío era ardiente, y sin experiencia. Hablaban babeando sobre el cacheteo, así que me acerqué a hacerme el simpático. Les convidé cervecita y me metí en la parlada. Cuento corto, salió más copete y una de las chicas me invitó a la casa. La charla se puso subida de tono hasta que me puse cara de combate y ataqué con una, a la hora la otra y la tercera a la hora siguiente. Quedé más seco que pescado de cerro, pero curado de espanto. Las minas me llaman y me han ofrecido hasta plata para que les pegue la salvada una vez más. ¿La hago?

Gordo:

Pucha que es caliente mi guacho. Fue por solcito y se comió tres gordas a la plancha. Y le debe dar el cuero. Una a cada hora, a lo Doctor Cariño. Si le van a pagar y más encima a usted le gusta el emboque, vaya a la lucha nomás. Son un par de morlacos, las rellenitas quedan felices y usted, que es tetera, también andará con la terrible sonrisa. Menos mal que las féminas  estaban leyendo Las 50 sobras de Grey, porque si comentaban el Kamsutra que es mejor, lo hubiesen dejado tuerto a pura cana al aire. No hay gorda que sea pesada. Son todas buenas para la risa y hay algunas que se lo comen atravesado. El pollo, digo yo. Así que mal no lo va a pasar. Y sabe qué más. Usted es tan piola que le recomendaría que la haga gratis. Consígase un amigo y organicen un asadito con final feliz. De hambre no se va a morir, y el postre, usted sabe. Por la patria nomás.

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